viernes, 1 de enero de 2016

Autodenominación

J.A.Xesteira
Existe una regla general sobre el ser humano que dice que cuando uno se va haciendo viejo (no mayor ni senior) suele volverse más gruñón, más tiquismiquis con lo que sucede alrededor, seguramente porque la experiencia y la vida lo desinhiben y le revuelven las tripas contra la estupidez y la flojera social. Un ejemplo, la gramática de la lengua castellana o gallega (las que se usan por estas tierras) y su normal utilización en la calle y en los medios de comunicación. Por lo que respecta a la calle, no hay nada que objetar, ahí la lengua está viva, con sus fallos, sus errores y sus aciertos. Cuando pasa a los medios de comunicación, la lengua se transforma en otra cosa, y sus significados se desvirtúan. Tomemos el caso del Estado Islámico, que es citado en todos los telediarios con un “autodenominado” como añadido previo, como si para el resto del mundo no existiera. Todos los estados del mundo son “autodenomidados”, porque cada uno se pone el nombre que quiere, Estados Unidos, Cataluña, San Marino o España, primero se “autodenominan” y después, los demás les llaman así, porque al resto del mundo les importa poco el nombre que se ponga cada estado, islámico o judío (por cierto, el Estado de Israel se autodenominó así cuando ocupó los territorios palestinos que previamente habían ocupado los ingleses) Todo empieza por llamarse de alguna manera, unas veces porque lo quiere el interesado, que le gusta autodenominarse Rayo Vallecano o Rolling Stones, y otras veces porque el nombre o el adjetivo le vienen de fuera: la Saeta Rubia o los padres de la Constitución.
En el mundo de la política no vale la autodenominación –creo que ya lo dije en otra ocasión– ni vale decir que soy de derechas o soy de izquierdas o soy demócrata o soy respetuoso y tolerante. Eso hay que demostrarlo y son los otros los que lo deben decir. Ahí si que podrían los telediarios añadir el “autodenominado” para aplicarlo a los partidos de izquierdas o a los de derechas. Porque una cosa es dar-a-entender-que y otra serlo de verdad. Corrió la costumbre de que el PP eran las derechas y el PSOE las izquierdas, y con ese quítate-tu-pa-ponerme-yo la cosa funcionaba; me refiero a la “autodenominada” democracia. Pero bastó introducir un elemento nuevo (varios elementos nuevos) en la actual coyuntura para que se desmontara el tinglado. Ni el PP era, como se autodenominaba, de centro, ni el PSOE era la izquierda que un día había sido. Entraron novedades y pasó algo no esperado, que se revolvieron las aguas y nadie sabe pescar en este río revuelto, porque eran todos pescadores de aguas tranquilas. En todo proceso electoral la lógica es que los que concurren, todos con ánimo ganador, se atengan a dos cosas básicas: las reglas y las consecuencias. Las reglas vienen dictadas desde hace tiempo por unas leyes que explican como es el juego democrático y como funcionan las cosas. Las consecuencias son siempre imprevisibles, pero, dentro de las reglas, por muy complicadas y obsoletas que nos parezcan, existen los mecanismos adecuados para formar un gobierno o una junta de vecinos. Si no son capaces de seguir las reglas y aguantar con las consecuencias, es que hay mucha autodenominación y escaso peso político. Las pasadas elecciones, desde las autonómicas catalanas, han dejado un panorama nebuloso, en el que nadie es capaz de ganar porque nadie quiere perder. Es una novedad, seguramente estudiada por los politólogos (los de verdad, los que no salen en las televisiones diciendo tonterías al peso por un puñado de dólares) en nuestra escasa carrera por la senda democrática (cuarenta años no son nada a efectos políticos). El juego era simple como un futbolín: dos equipos con los jugadores atornillados a unas barras que el partido hacía girar convenientemente engrasadas. Pero ahora el juego es otro, con las mismas reglas, pero se ha convertido en juego en línea, interactivo y virtual. Y ahí se atasca la cosa. Las elecciones catalanas se estancan sin gobierno y con probable repetición de los comicios; las generales llevan un camino parecido, con gobierno provisional, pactos sin acuerdos y el rey sin vacaciones. Podemos estar así mucho tiempo. No pasaría nada, porque en las reglas del juego está previsto. Hay paises como Italia que pueden existir practicamente sin gobierno, y hay países como Bélgica que aprovecharon un año de crisis sin gobierno para pasar de unitarios a federales.
Pero los autodenominados partidos ganadores en las elecciones pasadas no saben jugar en esta “pleiesteixon” política y andan todos en la cuerda floja sobre el río de las pirañas. El partido del Gobierno espera una hipótesis extraña, con apoyos de los que les negaron en campaña, para seguir en el mando, mientras asiste al goteo de sus correligionarios encausados en delitos variopintos, como venta de cemento al Congo o cosas por el estilo. Mientras expulsa a los malditos tiene que aguantar que uno de ellos se registre como diputado sin dimitir y se les note el nerviosismo en cada comparecencia. El PSOE es un saco de gatos; todos pelean por una estrategia en la que hay más vanidades de las necesarias y no se dan cuenta de que ni ganaron ni es el momento para impartir doctrina. Los Ciudadanos se dejan querer mientras posan y se gustan, y Podemos juega su carta como si tuviera repóquer (seguramente sólo tiene doble pareja) y el resto mira y espera. Llegamos a lo insólito, preocuparse por pactar la presidencia del Congreso, que es un poder televisivo: moderar a las estrellas invitadas. Y aparecen voces que insinúan que a lo mejor habría que repetir las elecciones, como si éstas tuvieran nota de “insuficientes”
Así, visto desde afuera, los “autodenominados” partidos políticos tienen bajo el nivel de autocrítica, alto el de vanidad, pocos argumentos de verdadera política, nula capacidad de riesgo y no se le supone valor para decir las cosas como son y no como lucen mejor en el tuiter. El pueblo, para el que dicen trabajar, contempla perplejo el show y lo discute en los bares. Mientras, el mundo sigue girando.

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