sábado, 9 de enero de 2016

La frágil memoria

J.A.Xesteira
La memoria, ese disco duro que suponemos que se encierra en la cabeza, dentro de los meollos más sofisticados, es más frágil de lo que pensamos. Incluso en los que pueden presumir de recordar cifras, datos, todo el saber enciclopédico que antes servía para discutir en una cena a lo largo de una sobremesa de horas y licores, y hoy, ¡ay!, ya queda fulminado con una inmediata consulta al internet del teléfono, que es la ruina de las viejas discusiones. Incluso para esos que presumen de buena memoria, la fragilidad es bien patente. Baste recordar un par de cosas, para darnos cuenta de que echamos en el olvido muy rapidamente todo lo que sucedió en el ayer más cercano. Por culpa de esa memoria quebradiza el hombre sigue tropezando una y otra vez en las mismas piedras. Unas veces tapamos la memoria de forma interesada, torticera, porque no conviene a alguien o a algo; como los centenares de cadáveres que permanecen enterrados ilegalmente en campos y cunetas. Otras veces porque alimentamos la memoria con las noticias de la prensa, y esas, las noticias, mueren al día siguiente y a ningún periodista le interesa dar la vuelta en el tiempo para rescatar para nuestra memoria aquello que fue noticia y que ya olvidamos.
Un ejemplo. Dentro de unos días, la semana que viene, se cumplen seis años del terremoto de Haití, ¿se acuerdan? Claro que se acuerdan, pero se acuerdan así, en abstracto: hubo un terremoto, murió mucha gente y se montó una campaña de solidaridad mundial de gran alcance. ¿Y qué más? Nada más. Nadie se acuerda de los detalles (dejen quietos los teléfonos buscadores) y, lo que es peor, nadie se acuerda de lo que se prometió hace seis años ni lo que pasó con la prometida reconstrucción. Veamos. Aquel 12 de enero de 2010 hubo un terremoto en el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo; murieron 300.000 pobres y quedaron heridos otros 350.000 más; un millón y medio de personas quedaron sin hogar (o lo que llamaban hogar en un país pobre). Inmediatamente la ayuda internacional se volcó en el desastre, como casi siempre; el Fondo Monetario Internacional –con un  presidente bajo sospecha siempre– el Banco Mundial y el Banco Iberoamericano de Desarrollo ofrecieron sumas de dinero para paliar el desastre; en todo el mundo se montaron campañas y se abrieron cuentas en los bancos para que los ciudadanos mostraran su solidaridad; todas las cadenas de televisión informaron desde el corazón de la miseria y el hambre. Y ya está. Seis años después, 800.000 personas siguen sin tener casa, el 95 por ciento del dinero que mandaron los países (sólo una parte de lo que prometieron sus presidentes en las ruedas de prensa) regresó a EEUU, a través de las organizaciones que operaron en el terreno, y el gobierno haitiano no vio un dólar de lo prometido; las cuentas solidarias en los bancos de todo el mundo fue un buen negocio para los mismo bancos, que cobraros sus tasas correspondeintes por apertura y mantenimiento de cuentas millonarias. Se desconoce el destino de ese dinero. Y Haití sigue siendo el país más pobre de América. Conviene refrescar la frágil memoria, porque siempre habrá más Haitís. El año que acaba de finalizar, en mayo, tocó en Nepal (¿a que ya no se acordaban?) y ya es olvido. Como somos olvidadizos, habrá otros Haitís y volverán a prometer ayudas y millones para reconstruir el país, y seremos solidarios con la miseria y alguien se enriquecerá con nuestra flaca memoria.
Esta semana fue el aniversario de los asesinatos de la revista Charlie Hebdó, de la que también se acuerdan. Aquel “Yo soy Charlie” que dijeron incluso los que no habían leído nunca la revista y los que no sabían que era una revista que pone a parir al mismo poder que se fotografió muy solemne en la condena del atentado. Para refrescar la memoria y recordar lo que es la revista editaron un número especial con Dios (el  Dios del triángulo y el ojo) en la portada con un kalashnikov. Una blasfemia normal en la Charlie. No sé si los grandes líderes siguen siendo Charlie en plan blasfemo. En este año pasado hubo motivos para olvidar el atentado al humor, con el nuevo atentado a las discotecas. Todos fuimos Paris después de la masacre. Y como la memoria no furrula, conviene recordar que todo esto, más lo que va a venir, con la ruptura de relaciones entre los bloques chiitas y sunitas (Irán e Irak por un lado y Arabia Saudita, Sudán y Bahrein por otro)  tiene su origen en un hecho en el que fuimos parte: las guerras primera y segunda del Golfo, con los Bushes americanos defendiendo, no lo olvidemos, ¡la democracia de Kuwait! La guerra que ahora golpea en Europa como réplica fanática de los bombardeos sirios, es la que empezamos hace años contra Sadam Hussein y no nos acordábamos. Es la misma que financia el estado islámico, Arabia Saudí, una tiranía religiosa muy amiga de los Bush, padre e hijo.
Es la misma guerra que echa al mar a los desesperados que se ahogan o deambulan por Europa, mientras los países del Mercado Común (antes se llamaba así y parece que es lo único que queda del proyecto Unión Europea) resucitan las fronteras olvidadas. El tratado de Schegen, como tantas cosas, es papel mojado. Las promesas de acogida de miles de refugiados queda reducido al confinamiento en campos de concentración, fotografías de muertos en las playas y líderes prometiendo cosas que olvidaremos mañana por la tarde.
Cada dia se prometen nuevas promesas y, según nos vaya en ello y a poco que tengamos necesidad de creer, las creeremos, pero serán olvido dentro de nada, y eso lo saben los que hacen las promesas. Andaban estos días por las redes sociales un chiste: “Un país al que hay que explicar cada año como funcionan las campanadas de fin de año, es como para preocuparse”. Es cierto, nuestra memoria es frágil, votamos a los candidatos con la memoria en blanco. De vez en cuando tendríamos que resetearnos.

1 comentario:

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