domingo, 5 de abril de 2015

Cualquier tiempo pasado

         
J.A.Xesteira
Leo un tuiter que publican en un periódico (los medios de comunicación se dedican a reproducir los comunicados breves de las personas anónimas, que son las “fuentes bien informadas” de otros tiempos) que dice algo así como: “En “Cuéntame” nos han superado, en 1983 podían manifestarse en la calle”. Bromas a un lado, la cosa tiene su porqué y en un buen puñado de circunstancias que se rigen por leyes y normas sociales, parece que hemos vuelto a ese pasado del que estabamos huyendo, y parece que los hechos respaldan esa apariencia de rescatar de mala manera las reglas por las que nos regíamos hace varias décadas sin que nadie las echara de menos. Digo parece porque en realidad no es así, el tiempo no tiene “replay” y lo que fue no volverá a ser. Pero el ambiente, el clima, la pintura de las fotos, la autoridad competente, retrotraen a un tiempo no exento de nostalgia que, curiosamente no pueden sentir los que firman los tuiter, porque ni siquiera habían nacido en ese pasado. Hay detalles que nos ponen en medio de la serie de “Cuéntame”, en la transición democrática o directamente en el franquismo; son esas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo no precisamente de rosas y si de palos. Por ejemplo, se lee una noticia de estos días en la que se cuenta del aumento de alquileres de habitaciones a estudiantes en casas particulares, lo que nos devuelve a las pensiones de la posguerra, que se prolongaron hasta los pisos de estudiantes de los años 70; los viejos podríamos sentir nostalgia de eso, porque la nostalgia siempre es engañosa y hace olvidar la parte mala de lo que se añora. Vuelven los pantalones campana que todos tuvimos –más o menos acampanados– y no me extrañaría que volvieran las melenas, los bigotes mexicanos o las patillas, cosas peores se vieron. Hay cosas que no vuelven porque nunca se fueron, como por ejemplo las autoridades marchando detrás de las procesiones de Semana Santa, más allá de sus creencias religiosas y del laicismo que nunca existió en la política real del país (cuyo paradigma es el ministro de Interior, que concede a una virgen andaluza la medalla al mérito policial y está convencido de que Santa Teresa ejerce de “intercesora” por España –hagan un segundo de reflexión y échense a temblar ante la idea de que nuestra seguridad está en manos de un tipo que cree que las figuras de santos y los muertos influyen en la política española–)
Pero, por encima de todo está esa vuelta de tuerca (de tuerca de garrote vil) que es la reforma del Código Penal, más conocida como la “Ley Mordaza”, en la que los derechos y los castigos son como las penas y las vaquitas de Yupanqui (los castigos son de nosotros, los derechos son ajenos). La vuelta de la cadena perpetua, las multas desproporcionadas, la anulación virtual de derechos como la libertad de expresión y manifestación, en aras de un miedo que no existe más que en la necesidad de control de gentes que creen en el mérito policial de una imagen del tamaño de una muñeca y en la necesidad de mantener una sociedad instalada en simples sospechas.
No es nada nuevo, como dice el tuiter citado. A los jovenes les tocará pelearse por otra sociedad, pero pensar que este retroceso social equivale a que cualquier tiempo pasado fue mejor, es equivocarse. En cada tiempo cada juventud se busca su sitio y se pelea contra lo que tiene enfrente. No son tiempos comparables como cualquiera puede entender. Hay cosas que han cambiado radicalmente, y las comunicaciones instantáneas, digitales, el mundo virtual y la inmediatez de pasar las ideas en un click han cambiado todo el andamio desde el que tratamos de repintar una y otra vez la misma sociedad. Hay cosas que no cambian, que están en el meollo del cerebro humano, junto con la estupidez y las creencias personales en santas medievales que influyen en la buena marcha del país. Y después están las verdades categóricas, la gobernanza a partir de un principio de autoridad que siempre nos dice que “es por nuestro bien”. Por eso vuelve, como una pesadilla del pasado, el poder de la policía, que no necesita de respaldos judiciales para restablecer el “orden público” y la “seguridad ciudadana”, aunque por el camino se pierdan unos cuantos derechos de los propios ciudadanos, lo importante es el orden y no las personas. Es un “dejá vu”, un pestañeo, un instante, y me encuentro hace varias décadas metido en manifestaciones, como periodista informante, y veo como a un colega le dan en la cara con el carnet de periodista, una vez que se identificó como tal; eran los tiempos en los que a un periodista le podían multar hasta por la ley de caza y pesca.
El síntoma de retroceso existe, es cierto, pero ya no puede compararse con el pasado más que en determinadas modas y actitudes “vintage”. Las leyes represivas existieron, existen y existirán, y el deber de luchar contra ellas, también. Esta ley será derogada de aquí a unos meses, posiblemente. Vendrán otras leyes y otras protestas, y otras nostalgias, pero los jóvenes que son los que piden sitio en la vida ahora mismo no pueden sentir nostalgia de un pasado que ellos no vivieron; podrán vestirse de hippies para celebrar el no sé cuantos aniversarios de la Primavera del Amor o del Mayo del 68, o de cualquier acontecimiento con aroma de naftalina, pero sólo los viejos podremos sentir nostalgia de los tiempos pasados y mal nos va si las comparaciones con los tiempos actuales nos llevan a los mismos errores del pasado, porque será señal de que no hemos aprendido nada. Cuando la estupidez actual nos recuerda estupideces pasadas, es tiempo de rectificar. Instalarse en la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor es falso. El tiempo que nos toca vivir ahora es el mejor, porque no tenemos otro, no hay más que el presente, y ese es el que tenemos que cambiar. Ahora.

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