domingo, 6 de julio de 2014

"Imputadolandia"

Diario de Pontevedra. 04/07/2014 - J.A. Xesteira
Europa no existe, no es más que un concepto geográfico. La unión europea, tampoco; no es más que un concepto abstracto-burocrático. El Mercado Común, si existe, es una evidencia; es el lugar creado bajo el disfraz de un territorio supranacional en el que se reúnen ciudadanos y estados para un bien común. Bajo ese disfraz sólo funciona el mercado, la especulación fiscal, el movimiento del dinero y del negocio, que siempre tienen buena acogida más allá de las fronteras, las mismas que dicen que no existen: la emigración mantiene la crueldad de los años de la maleta de cartón, con el agravante de que los emigrantes son ahora licenciados sin futuro. En esa Europa que no existe los países y sus gobiernos (rectifico, sus gobiernos, los países no son más que un dato estadístico) juegan a la democracia y se ponen el disfraz de pasteleros para votar, como por ejemplo a los últimos presidentes: yo te dejo mandar a un socialcristiano en la Comisión Europea y tu me dejas a un socialista en la Eurocámara. En ese batifondo de países que se juntan y se desjuntan en Bruselas para hacer ver que son un poder, pero que, a fin de cuentas hacen lo que mandan los bancos (FMI y BCE) y los fondos de inversión, además de otros poderes económicos, hay naciones, países y gobiernos de todos los tipos, desde un país delincuente como Luxemburgo (vive exclusivamente de ser paraíso fiscal, y el nuevo presidente de Europa es precisamente un ex presidente de aquel país-banco) hasta países que están y no están, como Gran Bretaña, que sigue siendo una isla de espaldas a un continente; pasando por países pobres como Rumania o Letonia, y países ricos, como los que usted sabe. Dentro del conglomerado de los 28 países que se reúnen en Bruselas, hay de todo: países claramente opuestos y casi enemigos y países que van de la mano como enamorados. En algunas cosas están igualados; todos pasan por la crisis económica. Si hubiera que hacer una división de las Europas solo hay que atender a un factor: el clima. Se podrían agrupar los países por sistemas políticos, por sus productos interiores brutos, pero el clima es el que condiciona la manera de ser de cada grupo de ciudadanos agrupados en torno a su selección de fútbol (mucho más allá no le pidan al votante que entienda el concepto nacional). Si hay un bloque nórdico, escandinavo, y hay una Europa central, cosa que aprendimos en los festivales de Eurovisión, hay una Europa del sur, mediterránea, amante de las especias en las salsas y –según los tópicos–más dada al romanticismo pasional que al pragmatismo salchichero de los pueblos que vinieron del frío. 
Esta franja sudista tiene, además un componente especial: el delito considerado como una de las bellas artes políticas y económicas. No es que los demás países del paquete europeo sean limpios de cuerpo y alma y no tengan sus corrupciones que juzgar; pero quizás sea su componente calvinista el que les amolda la mentalidad a otro estilo. En la franja mediterránea se opera de otra manera. Italia, un país que no existe (lo dice Umberto Eco, no yo) tiene el mérito de haber tenido un delincuente manifiesto como presidente, el paradigma surrealista del político corrupto, en un país en el que las corrupciones y el delito son materia corriente. La era de Silvio Berlusconi, más personaje que persona, dio incluso nombre al Estado: “Tangentopolis”, aludiendo a los sobornos y dineros negros que circulaban por la tangente del propio Estado, que enriquecían a políticos, banqueros, empresarios y todo el que pasara por allí, a la vista y conocimiento de todos, incluidas las televisiones en directo. Berlusconi acabó juzgado y condenado, pero poco, incluso se permitió el lujo de presentarse a las elecciones europeas, cosa que solo se puede entender en un país (que no existe) que tiene más gobiernos que años de vida. La enfermedad del sur acaba de contagiar a Francia, la de la grandeza, y su ex presidente, Sarkozy, aquel tipo con pinta de chulo de parroquia, acaba de pasar por prisión preventiva, acusado de tráfico de influencias; el caso acaba de comenzar, y se supone que aparecerán más basuras para echarle encima. Con él van en el lote su abogado y un juez “amigo”. 
¿Y España? Ah, amigo… Esto es “Imputadolandia”, el país con más causas abiertas a políticos y sus entornos del mundo. Tenemos tramas para dar y exportar, con nombres cinematográficos: Gürtel, Pokemon, Noos, Marbella, Palma Arena… Cualquiera de ellas puede dar material para una serie de televisión. Tenemos imputados de todos los estilos, desde rústicos presidente de diputación provincial hasta hermana de rey, pasando por tesoreros de partidos, cuñados, cantoras de copla, sindicalistas, parlamentarios variados, concejales en lotes, muñidores de votos y donativos al partido, empresarios y un sin fin de personajes secundarios. Los hay imputados por ambición, enriquecidos en un pelotazo esplendoroso gracias a eventos que lo mismo pagaban una boda que una misa del papa; los hay imputados por vanidad, por haber inaugurado grandes obras que iban dejando dinero público por las rendijas; los hay imputados por ayudar al prójimo, echar una mano al amigo, enchufar a la familia (¡ah, Corleone!), e incluso hay imputaciones por amor, un rasgo pasional y racial de las Isabeles y las Cristinas de este país (“me lo dijeron mil veces, pero nunca quise prestarle atención…”, decía la copla) Todas las imputaciones de este país son por haber metido el dinero público donde no debían, generalmente en Suiza o Luxemburgo, utilizando la excusa de un cursillo, una financiación, una obra, un partido. Los sumarios se alargan, se eternizan, parece que los jueces instructores no acaban nunca. Hacen lo que pueden. Pero llegados a este punto, después de Berlusconi o Sarkozy, ¿sería lógico pensar –como hipótesis, simplemente– que un presidente o ex presidente de aquí fuera llamado a declarar por los delitos que empiezan muy abajo en los partidos y luego suben y suben hasta arriba? Impensable, tenemos el mayor número de aforados por metro cuadrado de Europa. Vivimos en un parque temático en el que millones de parados contemplan el espectáculo.

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