domingo, 15 de junio de 2014

Nuevo rey, vieja censura

Diario de Pontevedra. 14/06/2014 - J.A.Xesteira
Las prisas por nombrar rey súbito al príncipe están generando una ristra de chapuzas enganchadas a duras penas con decisiones legales a medio cocer y preparadas con material de emergencia. Se ha creado una urgencia artificial para que el paso del poder de padre a hijo se haga a toda velocidad, saltando plazos y rellenando los baches legales con chapapote de cuadrilla caminera. Como en la Constitución no está prevista la abdicación (lo cual puede sugerir que la Monarquía era considerada en el tiempo preconstitucional como un detalle del momento para no durar mucho) hay que hacer una ceremonia rápida y parlamentaria para aprobar la decisión real, sabiendo de antemano que el resultado coincide con la decisión. Es decir, una decisión personal del rey, no prevista en las leyes, va a ser sometida a votación parlamentaria a sabiendas de que se va a aprobar, cuando la Constitución no prevé la necesidad de aprobar esa decisión personal. Un lío que crece cuando el asunto pasa al Senado, ese panteón de políticos innecesarios, que aprobará por la vía de urgencia el proyecto de ley orgánica que le pasan del Congreso, sin haber sido aprobada previamente. La diferencia de votaciones también es un show de pájaros locos: en el Congreso hay que votar en voz alta, en el Senado, más en el estilo de mínimo esfuerzo, basta con apretar un botón (podrían votar por e-mail, y así se ahorrarían dietas de asistencia). Todo se acumula, porque hay que hacer rey al príncipe de urgencia; no se sabe bien por que hay tanta prisa, pero podría ser porque están encima las vacaciones y los políticos quieren descansar de tanto ajetreo. Todo parece seguir un guión de hechos consumados; el día 19, festividad del Corpus Christi (uno de los jueves del año que brillaba más que el sol antes de que las fiestas se agruparan por decisión empresarial) Felipe VI, el Preparado, será rey de España por las prisas, de penalti, y para ello hay que saltarse un par de normas institucionales, constitucionales y, sobre todo, de estilo, que, a fin de cuentas es lo que se aprecia a simple vista. Se anticipa ya que la ceremonia va a ser sobria y austera, sin misas ni invitados extranjeros, ni el rey abdicado. Pero en este traspaso a prisa no está todavía aclarada la parte económica y logística de la Casa del Rey y lo que nos va a costar la familia real. Si se sabe que el rey saliente va a vivir en la Zarzuela y el rey entrante vivirá en el complejo construido en el recinto palaciego. Así, la razón social “Borbón e hijos, SL” tendrá continuidad sucesora y empresarial; el rey saliente quedará como el papa Benedicto, retirado a sus asuntos propios, a sus negocios con sus primos, los reyes de oriente, y el rey súbito podrá continuar la labor para la que fue preparado, presidir reuniones internacionales y representar la Marca España. Queda la incógnita de saber quien representará a España en el palco, al lado de Rajoy (que se fumará un  “charuto” brasileño) en el caso de que la Roja llegue a la final del mundial de Brasil, que eso, a fin de cuentas es lo más patriótico que tenemos entre manos en este momento.
El cambio en el panorama sociopolítico y monárquico originó, de forma colateral algunas curiosas actitudes. Resulta que ahora hay más juancarlistas que antes (seguramente porque siempre el indio muerto es indio bueno) y ahora lo vitorean los militares con graduación y los empresarios con subvención; los periódicos se deshacen en halagos a su figura abdicada y las encuestas, todas sospechosas, como es habitual, le dan una estimación popular que no se trasluce en las redes sociales, donde Juan Carlos sigue siendo un personaje humorístico. No hay acto en el que se presente el rey (¿o hay que decir el ex rey?) que no le hagan brindis a su reinado, y le aplaudan su retirada; se ve que lo quieren; sólo cabe esperar que en la sesión parlamentaria acaben cantando PP y PSOE aquello de “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Quedaría muy propio a la par que español. 
El esperpento, que es un género literario creado por Valle Inclán para contar historias de reinas, políticos y generales, toma cuerpo en esta ocasión con el retorno de la censura informativa. No es que la censura hubiera desaparecido desde que en el franquismo fuera una institución oficial. Simplemente se había transformado. Los que vivimos y trabajamos con las variadas censuras oficiales, desde la censura previa de los periódicos hasta la censura de Fraga (vendida por aquel entonces como un aperturismo de teta y culo) sabíamos como driblarla, canearla, meterle un gol entre líneas. De vez en cuando nos daban un palo en forma de multa por haber pasado la raya; de vez en cuando cerraban alguna revista, paralizaban alguna película. Pero era un enemigo con cara. Una vez desaparecida la censura oficial continuó viviendo una censura más peligrosa, más insidiosa, la censura de los que manejan el sistema (no es un tópico, hay un sistema y hay unas fuerzas que lo manejan, y no valen tópicos cuando sólo hay que asomarse  al mundo para verlo), la censura de los que deben favores que pagan, la censura de los que cobran los favores. Los mismos que aman al rey, ahora que se va, son los que acaban de censurar la portada de El Jueves y provocar el autodespido de varios buenos profesionales (los buenos profesionales no abdican, se despiden). La censura mental es la causa de la escasa credibilidad y peso de los medios de comunicación. Cierto es que Internet sustituye y burla las censuras, pero no guarda para los profesionales de la información el derecho a la libertad de opinión y el derecho a una información veraz; porque Internet es un foro, una plaza donde pegar el cartel o gritar las verdades. El periodismo es otra cosa y los periodistas deben ser los que escriban y difundan lo que está pasando, contra las censuras. Aunque sean chapuzas políticas. 

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