domingo, 8 de junio de 2014

Mudan los tiempos

Diario de Pontevedra. 07/06/2014 - J.A. Xesteira
Aquella niña de la canción (y de las páginas de sucesos) odiaba los lunes. A mucha gente no le gustan los lunes, porque suelen ocurrir cosas no deseadas y, además, te cogen con la mala leche de la semana por delante hasta la noche del viernes. Bastaron cinco minutos del lunes pasado para que el rey de España anunciara su retirada y dijera que a partir de ahora, y de acuerdo con la Constitución, sería su hijo Felipe el que iba a ocupar su puesto de trabajo. Es el único empleo del país que asegura por ley la continuidad familiar; ya quisieran muchos, no sólo mantener el trabajo hasta que ellos decidieran, sino, además, dejárselo en herencia a sus hijos. Pero en esos cinco minutos, Juan Carlos I se despidió, al tiempo que aportaba un argumento clásico, el del Gatopardo de Lampedusa (escritor, no la isla) al que siempre hay que acudir. Como en la novela ya clásica, el rey se refirió a que hay que dejar paso a las nuevas generaciones, y que los viejos tienen que retirarse; es el argumento principal gatopardiano el relevo generacional, el ciclo vital (otro rey, el león, con parecido argumento, pero sin Pumba y Timón). La disculpa es la misma que argumentó el papa Benedicto para dar paso al papa Francisco. Debe ser un signo de los tiempos, pero la realidad de las decisiones se sabrá cuando todo esto sea historia y se estudie con datos que el tiempo decante. Ahora mismo todo es un revuelto de opiniones; antes de que el rey saliera en pantalla, ya los expertos pontificaban en todos los medios de comunicación, adelantando sus opiniones y sus palabras a las palabras que el rey todavía no había pronunciado. Cuando pase el tiempo quizás sepamos más de este momento de lo que sabemos ahora, una vez que desbrocemos la hemorragia de opiniones periodísticas y la diarrea de tuiters y demás chistes de internet. Porque este es el primer rey que abdica en Twitter, y que es motivo de bromas instantáneas (el nivel de chistes sobre la situación es enorme, ¿hay tanto desocupado dedicado a mandar coñas por internet como parece?) y eso es bueno y es malo; bueno, porque el humor y las risas son saludables y relajan las tensiones en momentos trascendentales; malo, porque se corre el peligro de trivializar el momento y dejarlo todo reducido a una broma del Facebook. 
Porque la cosa tiene más importancia de lo que podría parecer, si lo dejáramos todo en manos de los medios de comunicación y las redes sociales. Estamos hablando de algo más que el relevo de un rey por su sucesor, según las leyes constitucionales de este país, las mismas leyes que los dos partidos que van a respaldar al príncipe se negaron a reformar. Estamos hablando de que la Constitución hace aguas que se resuelven a golpe de decreto y que tendrán que resolver la hipótesis de aforamiento de don Juan Carlos, una vez que ya no sea rey y que podría ser imputado (una hipótesis que a estas alturas deben estar barajando en círculos variados). El fiscal general acaba de decir que lo que no está en la Constitución no está en la vida política (se refería a la posibilidad de un referéndum sobre la República) pero en la Constitución no está contemplado el estatus del ex-rey. A estas alturas los bipartidos deben estar buscando fórmulas que ellos dos aprobarán para dejarle al rey una jubilación tranquila y forrada. 
El momento, más allá de los chistes digitales, es confuso, y las pasadas elecciones europeas probablemente tengan algo que ver con la situación. El simple hecho de que se abriera la puerta a nuevas alternativas, más jóvenes y con diferentes argumentos de los establecidos por los bipartidos, machacones en sus viejas fórmulas en las que nada era lo que se anunciaba (el centro derecha es una derecha rutinaria, que ya no oculta sus intereses coincidentes con las grandes corporaciones y el capital privado; el centro izquierda insiste en decir que son la izquierda, creer que son el centro y actuar como la derecha) indica que algo cambia. O todo cambia (quizás para que nada cambie) porque le toca el turno. Y en esta confusión del momento, en el que los nuevos parlamentarios europeos aprovechan el tirón de los votos para que eso se transforme en un recambio del paisaje interior, todo está por organizar y construir, lo único que hace falta es tiempo, serenidad, posar los arrebatos y sentido común. Por el agujero del momento entra la oportunidad de la República, pero, por ahora solo es un deseo sin reflexión, un agitar de banderas en manifestaciones populares y unas ganas de oponerse a Felipe VI (el primer Borbón fue Felipe V) y poco más; por el otro lado hay un deseo igualmente irreflexivo, de mantener el status quo de la Corona, como catalizador del orden. Con el pueblo español en danza cualquier cosa puede suceder; no olvidemos que es el único país del mundo que hizo una guerra contra los franceses para reponer en el trono a un rey absolutista, felón y traidor a su propio pueblo. Pero el asunto de fondo no es ni República ni Monarquía; eso sería un juego similar a Barça-Madrid, derecha-izquierda o ellos-nosotros; el mar de fondo es un problema mucho mayor con varios frentes abiertos: la despolitización y frivolización de la sociedad española, el dominio sin máscara de los poderes del capital y sus impunes seguidores, la necesidad de reescribir la palabra democracia y llenarla de contenido, más allá de la simple regla de juego cuadrienal para pensar que verdaderamente elegimos a nuestros representantes, y, por último, la Constitución y su puesta al día. El resto es la norma lampedusiana: cambiar para seguir igual. 
Sólo hay dos cosas que no precisan de análisis histórico. Una, que el rey decidió, como aquel personaje de una novela de Osvaldo Soriano, «abandonar la escena antes de que el espectáculo se vuelva grotesco». Y dos, que este cambio generacional nos recuerda –¡ay!– que muchos somos ya viejos en este mismo espectáculo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario