domingo, 22 de junio de 2014

¿El rey? Es lo que hay

Diario de Pontevedra. 21/06/2014 - J.A. Xesteira
Si hay una frase que define mejor los últimos años, los conocidos como la época de la crisis, es la de “Es lo que hay”, una aceptación tácita de lo que se nos vino encima, auspiciada por un conservadurismo apático y amorfo, que convence a la ciudadanía de que no hay alternativa, ni lucha, ni opción de revolverse contra el mar de calamidades hamletiano. El “es-lo-que-hay” se erige en la suma de resignaciones y malas conciencias, repetido por los poderes fácticos y fatídicos que repiten una y otra vez la falsedad de que estamos así porque hemos gastado mucho, por encima de nuestras posibilidades, cuando los que gastaron mucho ni están así, y sus posibilidades siguen siendo las mismas. “Es lo que hay” se convierte en el sonsonete del coro griego, como una voz del destino, de lo que no se puede evitar porque está escrito; el coro, que a veces responde en la tragedia a Agamenón y a veces en la comedia, a los atenienses. En cualquier caso, “lo que hay” es un destino fatal, contra lo que no vale luchar. Es la falsa condición de la frase que oímos desde que los primeros síntomas de que la cosa iba mal, allá por el 2008, y que fue originada por un desajuste en el sistema capitalista que, para reajustarlo (y llevamos ya seis años) se llevan el dinero público, que sirve para devolver las pérdidas del capital privado, escudándose en explicaciones que no tienen que convencer a nadie. Todos estamos seguros de que nuestro destino está marcado porque el coro nos repite que “Es lo que hay”.
De la misma manera acaban de coronar rey de España a un capitán general que, además, es hijo del rey anterior y, de acuerdo con una parte de la Constitución (que no se toca) debería suceder a su padre cuando éste pasara al panteón del Escorial. Como no estaba prevista la eventualidad de que el padre pidiera la jubilación anticipada, los políticos que mantenemos retocan a toda prisa la Constitución (la que no se puede tocar) y, a toda prisa, redactan una ley de abdicación con poca discusión y mucho pasteleo político, se la llevan al rey, éste la firma, charla con Rajoy del Mundial de Fútbol (antes de que la armada invencible chocara con unos elementos no previstos) y ya está. El jueves, aprovechando que es fiesta en Madrid, coronan a Felipe VI, en una ceremonia que pretendió ser austera y sin un mal Te Deum que llevarse a la Almudena que está al lado del Palacio de Oriente. Como rareza, el Rey no acude al traspaso de poderes, en el Parlamento, la casa del pueblo,  lo cual crea una situación extraña, como si en la Rendición de Breda (encargo de Felipe IV), Velázquez no pintara a Mauricio de Nassau entregando las llaves a Ambrosio de Spinola. Pero bueno, son cosas de pompas y boatos en las que los ciudadanos de a pie no tenemos nada que pintar. Como se supone que todos lo han visto en televisión no hay nada que explicar: el saludo de la balconada (de viejas memorias franquistas con la plaza llena de españoles transportados ex profeso desde todo el país) ya es un “trending topic”, con el beso de los reyes y las infantitas a su lado (puro Sissi emperatriz”). Se cumplió el programa en su medida, austero a la par que glamuroso sin exceso. También se cumplió el programa previsto por el Ministerio de Interior de blindar Madrid ante el posible ataque terrorista de un grupo incontrolado o un Mateo Morral con bomba de mecha. El operativo fue de todo menos austero: 7.000 policías, 200 francotiradores, estaciones de metro cerradas “por orden gubernativa” y un blindaje fuera de lo común. Resultado final: Jorge Verstrynge, detenido por llevar camiseta republicana y el esperpento de poder ver en televisión a cinco policías prohibir a una mujer que llevara una chapa con la tricolor, según ellos, porque “es la ley”. Demasiado despliegue para tanta austeridad. Demasiada estupidez para tan escaso alboroto. El primer problema que tiene Felipe, es que es el primer rey en Twitter, y en la red saldrá todo lo que los medios informativos oculten en favor de la monarquía incuestionable. Demonizar a los republicanos puede ser un arma de doble filo; los problemas que le lleguen al nuevo reinado no serán de republicanismo, de monarquía, de separatismo ni federalismo, sino de falta de sentido común, el mismo sentido común que se ausenta a la hora de hacer decretos ley en lugar de sentarse a hablar y discutir argumentos parda tratar de hacer la vida mejor a los ciudadanos (que no súbditos). Tratar de reprimir a los republicanos demuestra todo lo contrario, porque crea frentes abiertos, y se abre una partida en la que hay dobles parejas de reyes y reinas (los salientes siguen en la mesa) contra un trío (de color) republicano. 
Hay, sin embargo en la coronación real, notas que pueden abundar en una posible esperanza de sentido común. El discurso de Felipe VI, preparado por algún equipo de expertos de su confianza, incide en temas más cercanos y sensatos, sin rimbombancia ni promesas ditirámbicas. Esos toques y llamadas a la unidad sin uniformidad, la necesidad de que la corona tenga que ganarse el aprecio, el respeto y la confianza de los ciudadanos; el hecho (nuevo) de ser el primer rey constitucional (su padre no lo era); la necesidad moral (una palabra rara en política) de combatir la crisis y defender a los ciudadanos de esa situación; y, sobre todo, la necesidad de situar a España en el Siglo XXI, el siglo de la cultura y la educación (¡no era la economía, imbéciles!). Si el nuevo rey consigue mantener a sus asesores en la misma línea puede que se mantenga en su puesto de trabajo. Para ello los partidos políticos, los bipartidos, tendrían que redefinirse, más allá de sus propios trapicheos, de sus shocks de modernidad y, a lo mejor, volver a ser derecha e izquierda, con todas sus consecuencias. De momento tenemos un rey, y es lo que hay.

No hay comentarios:

Publicar un comentario