domingo, 18 de mayo de 2014

La película cambia sobre la marcha

Diario de Pontevedra. 17/05/2014 - J.A. Xesteira
En los famosos años 60 del pasado siglo se celebraron en Brasil, durante la dictadura militar unos –aparentemente– inocuos festivales de música popular, retransmitidos para todo el país en blanco y negro –como la misma sociedad brasileña– que venían a ser como una operación triunfo, con la diferencia de que allí los cantantes eran Caetano Veloso, Chico Buarque, Gilberto Gil o Roberto Carlos, y presentaban sus propias canciones, que hablaban de cosas serias, y el Gobierno acabó por vigilar directamente los festivales con sus policías. Tal era la popularidad que el público participaba activamente (una de las canciones del 67, de Chico Buarque decía: “...la gente quiere tener fuerza activa y salir a la calle a gritar...”) y aquello era, de verdad, un mitin con música viva. El régimen militar se dio cuenta enseguida de que aquella gente era peligrosa y los cantantes acabaron bien en la cárcel, bien en el exilio. Estaba a ver un documental (aparece en Youtube, fuente mágica ) realizado en Brasil sobre el festival más polémico, el de 1967, en el que aquellos peligrosos cantantes subversivos se explicaban, ya abuelos, y se les veía cantar con una alegría juvenil libre e inconsciente (tenían veinte y muy pocos años) y ya hacían canciones que hoy son clásicas. Recordaban su juventud y no echaban de menos los años de la dictadura, pero sí la juventud que los hacía más libres para todo, incluso dentro de la represión. Pero, de todos los entrevistados hubo uno, el entonces director de los programas de televisión y responsable del festival, que explicaba que él se había dado cuenta de que el festival, que era un reflejo de la sociedad, tenía que ser como una película: tenía que tener su chico, la chica, el padre de la chica, el malo, los indios, el amigo del chico (que muere por la mitad de la película) y así, hasta todos los clichés ya conocidos e instalados en el inconsciente colectivo. Enfrente estaban los espectadores, que se identificaban con los personajes y gritaban, cantaban o los abucheaban, como fuerza activa que no podía gritar en la calle. El esquema se repite, consciente o inconscientemente, en muchos programas de televisión y en acontecimientos varios de la sociedad. Especialmente en las elecciones políticas, en las que los expertos en mercadotecnia y márketing electoral hace años que saben como tiene que ser la película que cada partido tiene que presentar ante los posibles electores y los indecisos a los que hay que convencer de que “somos los buenos”. Aquí están todos, el bueno, el feo y el malo, el shérif, los comanches, el pistolero, el padre de la chica, la chica (cada vez más chicas y menos indios) los que pelean en el saloon, los que están para morir por el medio, y el público, los espectadores, que aplaudimos la llegada de la caballería, silbamos, abucheamos a los malos y –muy importante– nos ponemos ciegos de palomitas y refrescos azucarados, que son la droga que nos engorda y nos atornilla a la butaca. Existe la versión del individual, el que tiene la película pirateada y la ve en su sofá. La clave electoral está en mostrar la película a favor de nuestro partido de aparecer como el héroe del poncho y la pistola, el que va a salvar la patria y defenderla en las praderas europeas. Cada elector tiene que convencerse de que su voto juega a favor de los buenos –que son “los nuestros” y contra los forajidos del otro bando– La película estaba prevista de esta manera, pero actualmente nunca se sabe lo que puede pasar, porque en medio, la situación se puede volver incontrolada y lo que era una película de vaqueros se puede convertir en un “thriller” de mafias y zombies. Véanlo. Las elecciones a Europa tenían un guión definido: el chico y la chica en los partidos estelares (cada cual podía repartir los papeles) personajes de segunda clase y el resto, metidos en coaliciones. No se explica mucho, y los medios de información se limitan a aplicar viejas fórmulas de atender a los protagonistas y no informar de los pequeños que buscan su sitio en Europa. El guión previsto divide a los dos grandes bloques, aparta una parcela para los secundarios de IU y UPyD, deja un espacio para el independentismo a la carta, y mete en el limbo a los restantes, de los que poco se habla y se explica. Pero, de pronto, la película se complica: empiezan a aparecer corrupciones, disparates económicos, y armas arrojadizas de unos contra otros; aparecen los pagos a mayores por las obras del AVE, sobrepagos en diversas obras faraónicas, ERES, cursillos falsos con subvenciones verdaderas y todos los elementos para hacer una moderna serie de televisión. Si los partidos querían una campaña de perfil bajo (no hay más que ver los carteles, hechos sin gana, como si anunciaran la actuación de un gaiteiro en un pub) la realidad les dice lo contrario. Si rezaban porque la abstención fuera enorme y ganar como siempre, ahora se les mete por medio unos cuentos imprevistos. En el “thriller” se cuela, incluso un asesinato, que es aprovechado rápidamente para la campaña (aunque digan lo contrario). El crimen de una política del PP se recoge como si fuera un crimen de estado. Veamos: la víctima era política, el crimen no es por motivos políticos, el funeral sí es político. Para redondear, el Gobierno pretende meter en chirona a los que dicen barbaridades en Twitter, lo cual es un maldito embrollo. Pero si el “thriller” ya tiene de todo, lo que de verdad aterra a los políticos es que hablen los zombies. La semana pasada lo hizo Felipe González, y lo que dijo (“..si el país necesita un pacto PP-PSOE, lo deben hacer”) descolocó el discurso de la campaña socialista. Cada vez que Aznar o González dicen su frase, Ferraz y Génova se echan a temblar. La campaña no se ajusta al guión, y todavía quedan días en los que pueden venir más sorpresas. Y no estoy seguro de que la gente quiera tener fuerza activa y salir a la calle a gritar.

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