martes, 8 de abril de 2014

Voy a comprar una autopista


Diario de Pontevedra. 04/04/2014 - J.A. Xesteira
No es que me haga falta, pero, después de haber comprado bancos, empresas, y de subvencionar grandes corporaciones (Iglesia Católica, Cáritas o el surtido variado de partidos políticos y sindicatos a los que no pertenezco) puedo permitirme el lujo de comprar unas cuantas autopistas que nunca usaré. Total, las voy a pagar, quiera o no quiera, por lo menos, me hago la ilusión de que soy propietario de autopistas. La cosa funciona así: el Gobierno (este) ha decidido comprar las autopistas radiales de Madrid porque no son rentables; lo va a hacer, claro está, con mi dinero (y el de todos). ¿Por qué –dirá usted– las va a comprar si no sirven para nada? Ah, amigo usted pregunta mucho y esas cosas hay que dejarlas en manos de los que saben de esto, es decir, los que construyeron esas autopistas cuando cualquier tonto sabía que no servían para nada: iban a ninguna parte y en paralelo con autovías gratis. Según los expertos del momento, los del Gobierno de Aznar, las obras iban a salir gratis, se iban a financiar con los peajes que cobrarían los concesionarios. Era la disculpa dada por Álvarez Cascos y Esperanza Aguirre. Se hicieron las autopistas y nadie las usa (me llevaron a Barajas una vez por una de esas radiales y era como viajar en la soledad más absoluta). Ahora, las concesionarias tienen un pufo de varios miles de millones con la banca, los proveedores de las obras y a los propietarios de los terrenos, que aun no cobraron las expropiaciones (a estas alturas ya deben estar organizándose para manifestarse en la larga cola de estafados que es la ciudadanía de este país). Y como no hay esperanzas de que alguien quiera pagar un peaje por una circulación absurda, se declaran en suspensión de pagos. Inmediatamente el Estado gobernado por este Gobierno sale al rescate, como Popeye aparecía cuando gritaba Olivia (o Rosario, que nunca estuvo claro) aduciendo, entre otras cosas, que sería muy perjudicial para la imagen de España una quiebra en las concesionarias de autopistas. (Un aparte: la imagen de España es clarísima en el extranjero, que es donde se proyecta –de puertas adentro, ni nos la creemos– y deben escacharrarse de risa ante los desmanes en los que nos movemos desde hace años) Prosigamos. Estábamos en que el Gobierno va a rescatar a las concesionarias mediante un sistema tan maravilloso como la idea de construir las carreteras. Comprará el lote mediante una sociedad pública. Ahí entro yo, a mi pesar, y conmigo todos los ciudadanos, muchos de los cuales ni se enterarán de que han comprado una autopista. El Gobierno y su sociedad pública compra con nuestro dinero las carreteras que el propio Gobierno ideó y que fueron un fracaso, pero, con una rebaja del 50 por ciento. Con ello, los dueños de las carreteras recuperan parte de lo que dicen que gastaron y le pasan al Estado unas carreteras inútiles que nunca dará un euro de beneficio pero sí continuarán siendo un agujero que tragará dineros sólo para su mantenimiento. La cosa, si pudiéramos reducirla a una escala parroquial sería como si un señor monta una tienda de bicicletas en una batea de mejillones porque los expertos gobernantes se lo aconsejan y además es muy importante para la promoción del país, para que vean que somos modernos y de ideas originales; en cuanto el negocio se hunde por motivos obvios, el Gobierno se lo compra para no dar mala imagen. Hagamos un flash-back, que es cosa que mola mucho en la novelística actual y en el cine (cada vez menos). La autopista de Madrid a Guadalajara, de la que el presidente Aznar dijo en su inauguración que «era una de las obras de infraestructura más importante de los últimos años». La adjudicataria, como en otros casos parecidos, era una sociedad concesionaria participada por Abertis, ACS, Acciona y Globalvia (concesión de FCC y Bankia) ¿Me siguen? Ahí están todos, son los «soliti ignoti» que actúan detrás de las cortinas, o, para entendernos, los «sospechosos habituales». Todas esas constructoras son las propietarias de las autopistas, que ingresaron las cantidades que provenían de entidades financieras que ya las daban por perdidas. Si de eso sacan la mitad de lo perdido, estupendo. Y además la imagen de España –según los gobernantes– resplandecerá más allá de los Pirineos. Claro que el final ya lo conocemos: «¡A ver que se debe aquí! ¡Señores, hagamos un escote!» Ahora viene otra historia; una vez nacionalizadas las autopistas nos las tendremos que quedar, porque no son como los bancos, que los nacionalizamos, los limpiamos, llenamos sus cajas fuertes con dinero público para sustituir el que se evaporó gracias a los expertos imputados y sin imputar, y después el banco sigue siendo privado. Las autopistas nos las tendremos que tragar. Vivimos en el país de las infraestructuras; llevamos años «infraestructutrando» la vida gracias a los sucesivos gobiernos que decidieron un día que, si se levantaban muchas infraestructuras, se ocupaba mano de obra. La realidad fue más terca: ni se creó mano de obra ni las infraestructuras sirven para nada. A menudo escuchamos a los políticos decir que lo importante en política es ser buenos gestores y hacer una buena gestión. Otra estupidez más; los políticos tienen que hacer política. Con ese truco de la gestión han machacado los conceptos que digieren con dificultad (los datos económicos les afectan como el gluten al celíaco) Suelen hablar de «gasto» sanitario, cultural o de educación, y de «inversiones» en infraestructuras. No entienden los conceptos, confunden gasto con inversión. El «gasto» en sanidad, cultura, farmacia o educación, obtiene beneficios inmediatos (nos cura, nos educa, nos entretiene) y económicos a corto, medio o largo plazo. Las “inversiones” en infraestructuras, en autopistas sin coches, aeropuertos sin aviones, ciudades sin cultura, y en tantas obras que nunca devolverán beneficios, aunque, por el camino, se forren las empresas, las concesionarias, constructoras y demás participantes, porque saben que al final, si el negocio va bien, bien, pero si va mal, lo compraremos a escote entre yo y unos miles de gilipollas como yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario