domingo, 9 de marzo de 2014

Resulta que


Diario de Pontevedra. 08/03/2014 - J.A. Xesteira
Veo en un noticiario al papa Francisco reunido con los obispos españoles y se escucha su alocución: «Creo que tienen ustedes que reunirse; diviértanse» Y me resulta intrigante la frase. El papa les dice a Rouco y sus muchachos que se diviertan en la asamblea episcopal. ¿Cómo se entiende eso? ¿Cómo se divierte un obispo? Se abre un turno para opiniones y se ruega que no hagan coñas fáciles. Debe ser por la larga temporada de pertinaz borrasca y por haber entrado en la Cuaresma sin pasar por el Carnaval, que tenemos el ánimo traspuesto, un punto cabreado y confuso. La situación no ayuda; vivimos en un país en el que cada día encontramos un nuevo «ahora-resulta-que» que nos descubre nuevas tropelías y nos desbarajusta los esquemas que creíamos que eran sólidos y con base hormigonada. Por ejemplo, los que no teníamos mucho aprecio por las órdenes religiosas, pero que siempre hacíamos la salvedad de las monjitas de los hospitales, ahora resulta que no eran tan buenas, que mangoneaban los centros sanitarios (no todas) y algunas se dedicaban a un inmoral tráfico de bebés, a los que arrancaban de los pechos pecadores de sus madres solteras y descarriadas para entregarlas a familias como Dios manda, mediante pago, en efectivo y sin declarar a Hacienda, de unas cantidades variables. Supongo que el tema no debe divertir mucho a los obispos ni al papa, al que se le juntan los problemas de este tipo con los de la banca vaticana o la pederastia clerical (en esos países de por ahí adelante, en España, de momento y por extraño que parezca, todavía no aparece el ahora-resulta-que de curas y niños más que en casos puntuales) que son dos temas opuestos: la banca vaticana toma la cuenta corriente y da rentabilidad en el más allá (como las preferentes), mientras que los casos de abusos del clero se pagan en la tierra, mediante cárcel y multas que pueden arruinar a la misma diócesis de Boston. Vamos descubriendo cosas de dineros y morales, y cuando creíamos haberlo visto todo, siempre nos aparece un «ahora-resulta-que» que nos vuelve al mundo de los vivos. El Gobierno lidia con las reclamaciones de los familiares de fusilados en el franquismo de guerra y posguerra y cuyos huesos andan ciscados por el mapa de España; y les dice a los reclamantes que hay que dejar a los muertos en paz y que hay que pasar página. Pero resulta que, mientras los familiares se acogen a la justicia argentina (justicia justicialista) en vista de que no les dan permiso para buscar muertos, el gobierno de Madrid autoriza la búsqueda de los restos de Cervantes, usando tecnología puntera, en el convento de las monjas trinitarias descalzas (volvemos a las monjas y ahora le llaman Trinidad). El interés por encontrar los restos del genial escritor es absurdo: Cervantes está enterrado de forma canónica dentro del recinto (una lápida así lo muestra en la fachada) pero no se sabe en que lugar exacto; da lo mismo todo el convento es su cripta. Los asesinados al amanecer en las cunetas fueron sepultados de forma ignominiosa y silenciados durante décadas; sus familiares tienen el derecho de pedir sus restos, las leyes universales les amparan. La disculpa de pasar página y dejar el pasado en el pasado, no vale. Los criminales no van a pagar por su crimen, pero la sociedad necesita, para su decencia, «verdad, justicia y reparación» (la frase la tomo prestada del antropólogo forense Etxevarría, el que descubrió el suicidio de Allende y los asesinatos de Lasa y Zabala). Desde Nurenberg sabemos que no hay amnistía que alcance a la obediencia debida, y que hay que reparar el pasado para que no se pudra el presente y se contagie el futuro. Con las leyes suceden cosas muy raras y muchas veces –demasiadas– tratan de meter ilegalidades dobladas como si fueran derecho sagrado. Los gobiernos se acostumbraron muy rápidamente a imprimir leyes convenientes según los tiempos y los climas, principalmente los económico-financieros. Y a veces –cada vez más–los gobiernos se encuentran con un «resulta-que» que los deja a culo pajarero. Ahora mismo, el céntimo sanitario, que pagábamos todos al echar gasolina, era ilegal, según las leyes comunitarias, y el Gobierno tiene que devolverlo. Son muchos millones, pero nadie los va a recuperar. Ese céntimo del gasoil que nos cobraron por ley y por la cara, solo será devuelto si usted reclama personalmente y con evidencias de haberlo cobrado, factura en mano. Es un viejo juego: primero hacemos la ley, después la aplicamos, a continuación nos embolsamos la pasta y cuando declararen la ley ilegal, no habrá manera de recuperar lo cobrado. Y como la condena no lleva implícita la posibilidad de castigar al político culpable, ni siquiera de partirle la cara, pues seguiremos con leyes que unos años más tarde «van-a-resultar-que». La consigna es tirar para adelante, que el tiempo no pone nada en su sitio. ¿Qué sucederá cuando «resulten-que» las leyes en marcha, la de la justicia universal, la de seguridad ciudadana, la del aborto? Nada, son leyes que, como con los bebés robados, fueron hechas por monjas ancianas que ya no se acuerdan. Hay que estar preparados para sorprendernos en el futuro de lo que ahora nos cabrea. Si ahora resulta que Europa era «esto», prepárense, porque el FMI, esa institución dictatorial, por boca de su presidenta Lagarde (una mujer con aspecto de ave rapaz) ya nos avisa que España tiene que hacer más reformas laborales: abaratar el kilo de obrero y aligerar su despido, al tiempo que suben los impuestos indirectos (es decir, subir el precio del pan y el del caviar, para que sea igualitario). Y eso que vamos por el buen camino, como nos dicen sonrientes desde las televisiones. Debe ser el buen camino por el que mandaba el lobo a Caperucita. Resulta que el país mejora, según los números gordos que manejan los grandes expertos, pero los parados son los mismos y sus derechos laborales no existen. Tenemos dos opciones: cabrearnos o divertirnos como obispos.

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