domingo, 19 de enero de 2014

El año de los muertos vivientes


Diario de Pon tevedra. 18/01/2014 - J.A. Xesteira
Sería por contagio de las series de televisión, abundantes en zombies o muertos vivientes, esos tipos que andan arrastrando los pies, medio descompuestos y en grupo (digo yo que si se levantan de las tumbas no hay motivo para que anden tan patosos) pero el año que acabó hace unos días (parece que fue hace años) puso de moda a los muertos vivientes. Y seguramente por eso los ex presidentes de este país (al tiempo que otros actores secundarios) sacaron un libro sobre lo buenos que son y fueron antes, en y después de su paso por el mando del Gobierno. Los ex presidentes suelen aparecer de vez en cuando, criticando o apoyando un momento coyuntural sin que nadie les pida su opinión. Salen de sus criptas de lujo, donde ostentan un cargo bien remunerado con olor a favores prestados y recompensados; como los zombies, meten miedo; poco, porque ya sabemos que ya no son de este mundo. Las editoriales saben que sólo los libros de memorias selectivas de los políticos y los libros infantiles son los que pueden sostener el mercado librero del año; la literatura, la novela, la ficción, no venden; no digamos el cuento y mucho menos la poesía. Solo los libros para niños y las memorias de los políticos tienen salida. Por eso este año desenterraron a los pasados presidentes y se nos aparecen como los fantasmas de Dickens, para decirnos lo que (nos) hicieron y lo buenos que eran. El único presidente que está callado por razones biológicas, Suárez, se ve en los escaparates por vía interpuesta del periodista Fernando Ónega; Calvo Sotelo, fallecido, no tiene presencia encuadernada; pero Felipe González, José María Aznar y Rodríguez Zapatero salieron a vender sus productos, cuyo nombre no diré y cuyo contenido no pienso leer, a mayor gloria de sus editoriales. Detrás de ellos, una larga fila de personajes que fueron ministros, líderes de partidos o simplemente diputados también ofrecieron sus memorias. Ninguno va a revelar grandes misterios ni grandes secretos, porque resulta que sus memorias están frescas en nuestras memorias y todavía resuenan en nuestros oídos sus frases, recordamos sus promesas incumplidas y somos conscientes del papel que tuvieron en nuestras vidas cuando aún estaban vivos en la política. Todos dan soluciones para el tiempo presente que no fueron capaces, o no quisieron aplicar durante su mandato.
En sus presentaciones aprovecharon todos para disparar contra algunos fantasmas que todavía les rondan: Aznar contra los nacionalismos, González contra el PP, y Zapatero contra la economía que nunca entendió. Los tres disfrutan de un buen pasar, porque es condición de los políticos en la escala de reserva que cobren una buena pensión, pero, además, formen parte de un consejo de alguna empresa que en su día –cabe suponer– se llevó bien con el Gobierno de turno. Los ex tienen la posibilidad de sacar a relucir trapos secretos, pero pocos y en dosis recomendadas por receta de sus editores, justo para la venta del libro. Todos se levantaron una pasta por adelantado por escribir (o hacer que le escriban) una serie de lugares comunes que justifique de alguna manera su paso por el Gobierno. Son libros innecesarios, ni siquiera para los historiadores, que, después de desbrozar los autopiropos y las medias verdades, no tendrán ningún material que llevar a sus carpetas. Los políticos zombies son así. Es solo por la pasta, entiéndanlo. Lo que hicieran en el pasado queda en el pasado, y las explicaciones que dan en el presente ya no le interesan a nadie. La entrada en la OTAN y el despido libre de Felipe, la guerra tripartita y el apoyo total a la burbuja del ladrillo de Aznar (el polvo que trajo este lodo), y la ineficacia de Zapatero ante la crisis que crecía delante de sus narices será bien explicado en estos libros. Pero ya es tarde, los que pagamos ahora sus consecuencias no estamos para explicaciones. Suárez quedará para todos como el hombre que fue capaz de hacer el truco de pasar el espejo sin romperlo; Calvo Sotelo fue un paréntesis, un hombre de recambio; González es como el personaje de Manolo Morán en Bienvenido Mister Marshall, un vendedor nato, con gracia sevillana; Aznar quedará en la memoria como un tipo que sale en Youtube intentando hablar inglés como un vaquero con la boca pastosa de Ribera del Duero; Zapatero es el pardillo necesario que pasaba por allí. Hablarán en sus memorias de los ilustres colegas, de Bush, la Thatcher, Kohl, Blair (que por cierto era amigo de Aznar pero presentó a Zapatero –cobrando, claro–), Chirac, Reagan..., una tropa peligrosa.
Todos tienen ya sus libros, ya se han explicado. Han salido de sus consejos de administración a donde van una vez al mes (si es que van) y de donde cobran un pastón. Han dejado a un lado sus conferencias, por las que cobran salarios equivalentes a diez años de la nómina de un obrero, presentan sus libros, salen unos días en la prensa y, a continuación, se retiran a sus cosas. Son los líderes, presidentes, ministros, secretarios de partidos, políticos en general, a los que todos nosotros hemos elegido, con nuestros votos o nuestras abstenciones. Durante su mandato cabía la posibilidad de cabrearnos con ellos, porque no nos gustaran sus políticas. Pero ahora, venir a explicarnos en un libro lo buenos que fueron, es un ejercicio inútil. Algunos tienen la facultad de seguir cabreando al personal. Felipe González dice que va a dejar su puesto en el consejo de administración de una empresa que le paga 126.500 euros por ir una vez al mes «porque se aburre», lo cual parece un insulto a los miles de parados que no pueden «aburrirse» en un puesto de trabajo.
Los muertos vivientes tienen un factor común: no saben que están muertos y, además, están mal enterrados. Hay que cambiar las leyes para que cada político que pase a la reserva deje de percibir su pensión vitalicia y no pueda participar en consejos de empresas como pago a sus favores. Hay que enterrarlos bien, con la cabeza cortada y una carcajada de Vincent Price cada vez que intenten presentar un libro.

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