sábado, 4 de agosto de 2012

Agarrar al enemigo


Diario de Pontevedra. 04/08/2012 - J.A. Xesteira
Una pandilla de amigos, de natural pacífico, tomaba unas copas a altas horas de la mañana, hace muchos años, en Madrid. A altas horas de la mañana, la naturaleza pacífica de las cosas es más bien relativa, y por un a-ver-si-miras-por-donde-vas se montó una tópica discusión de jóvenes de natural pacífico a altas horas de la mañana. La discusión se polarizó en los dos más quisquillosos, que comenzaron a darse los clásicos empujoncitos que preceden a la parte hostil. La temperatura subía por momentos y uno de los más contemporizadores trató de poner paz en la discusión, se metió en medio y agarró a su amigo, pidiendo un poco de sentido común y buen rollo. El resultado fue que el contrario le soltó al amigo agarrado un hostión que le volvió la cara del revés. Lo que siguió se lo imaginan. Aquella noche aprendí una cosa: cuando trates de poner paz y arreglar las cosas, mejor agarra al contrario y que sea tu amigo el que le suelte el hostión. El perjudicado nunca le perdonó al pacificador que le atara las manos en nombre de la paz. Y es que siempre sucede que los buenos quieren impartir el bien y creen que los malos van a jugar el mismo juego limpio que ellos; pero por su propia naturaleza, los malos no están por la labor de mantener la pureza de las reglas de juego; ellos van a ganar, no a dar ejemplo. Muchos años antes de que a mi amigo le partieran la cara por una mala estrategia, Carlos Marx, ese tipo con barba y melena que tiene su tumba en el londinense cementerio de Hightgate, había anticipado que el Capitalismo avanza inexorablemente y cuando ya ha expropiado al obrero pasa al estadio siguiente, que es la expropiación al capitalista expropiador de obreros; esta acumulación la lleva a cabo “el juego de las leyes inmanentes a la producción capitalista por medio de la centralización de capitales” (el entrecomillado es de Marx, un filósofo del que todo el mundo habla pero que pocos leyeron, ni siquiera en edición reducida y explicada como las que están saliendo estos días a las librerías, quizás por alguna razón que tiene que ver con los tiempos que corren). Marx, el tipo del cabezón con barbas, se refería a la tendencia histórica a la acumulación capitalista como una de las características de esas “leyes inmanentes” del Capitalismo. Suponía que los medios de producción se verían favorecidos por la técnica y los grandes inventos de la Humanidad, lo que no preveía es que el futuro pronto iba a contar con sistemas de comunicación tan potentes e inmediatos que harían posible el flujo de capitales en forma de números digitales e instantáneos en todo el universo mundo. Marx ni siquiera conocía el teléfono, no digamos que pudiese imaginar Internet y la posibilidad de mover la “acumulación capitalista” y sus “leyes inmanentes” desde casa y con un teléfono móvil. Entre el Capital de Marx y la pelea de mis amigos (que por cierto, perdieron por un ojo hinchado contra nada) los mercados (esa palabra que puede servir sólo para entendernos) vieron las orejas del lobo en 1929 del siglo pasado, con el famoso Crack de la bolsa neoyorkina, y para poner remedio crearon leyes contra la especulación (por aquel entonces se especulaba como máximo, por teléfono de pedir número a la operadora) para que los espabilados de turno no repitieran barbaridades financieras. Pero la tendencia histórica de acumulación de capital siguió con sus leyes inmanentes, y en los años 80 del mismo siglo, aquellos líderes tan admirados por los liberales de Chicago, como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, acabaron por dejar vía libre de nuevo a los excesos capitalistas. El camino se convirtió en autopista para que el Capitalismo arrasara con todo, incluso fue capaz de asimilar al mundo más radicalmente comunista y convertirlo en un híbrido capitalista a medias entre el Imperio de Mongo y la Mafia del Cáucaso. Celebró la caída del muro de Berlín como un triunfo de la libertad, cuando no fue más que una anécdota económica; al instante se levantaron muros mucho más crueles: Palestina, México-USA, y, sobre todo, se presentó a los mercados como los grandes reguladores de la economía mundial, una vez que la URSS desaparecía convirtiéndose en una oligarquía personalista, y China se transformaba en un revuelto gigante de capitales poderosos con una sociedad de siervos semiesclavos. Ahora sabemos por propia y amarga experiencia que las leyes inmanentes continúan su ruta y la tendencia histórica se acelera, porque al Capitalismo ya no le interesa la producción y la plusvalía, porque la acumulación capitalista se lleva a cabo en la pura especulación instantánea de las bolsas, manejadas por compañías de dudosa legalidad, que deciden la calificación de una empresa, un banco o un país y hacen que las bolsas bailen a su antojo. Los dignos sucesores de la Thatcher y el Reagan, para solucionar los problemas creados por las leyes inmanentes, deciden bajar el déficit público reduciendo la inversión (no gasto) del dinero que nos quitan a los contribuyentes y que aportamos por medio de los impuestos para que nos solucionen nuestros problemas de tipo sanitario, social, cultural y educativo, principalmente. Somos –aunque no lo creíamos– un país pobre, con poca inversión pública, y ahora seremos más pobres, porque en esta lucha económica, nos han agarrado, aunque dicen que es por nuestro bien, y para mantener el buen rollo. Mientras, el enemigo, es decir, los que mantienen la tendencia histórica de acumular capital, disfrutan de un impuesto de sucesiones por la cara, una reducción del impuesto de sociedades de cualquier empresa, incluidas las que mayores beneficios tienen, los fondos Sicav y las ganancias especulativas son un chollo sin control, y las transacciones financieras salen casi regaladas. Eso por poner ejemplos en los que el Gobierno podrían haber hecho algo de presión económica y sacar de ese sector especulativo mucho más que lo que va a sacar de nuestros menguados bolsillos. El Gobierno nos tiene amarrados a nosotros, que somos los buenos, y el Capital nos da de hostias a placer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario