sábado, 14 de abril de 2012

Los espectadores pagan y callan

Diario de Pontevedra. 13/04/2012 - J.A. Xesteira
Lo bueno de los viejos tiempos es que, de vez en cuando, se les pasa un paño, se les da un poco de abrillantador y quedan como nuevos. Así, como en los nuevos viejos tiempos, cada vez que un político abre la boca para decir que no se va a hacer algo por lo que nadie le preguntó, hay que echarse a temblar. En los viejos viejos-tiempos, cuando un ministro de Franco aparecía diciendo que no iba a subir la gasolina o el tabaco, ya sabíamos que el lunes iban a subir las dos cosas. Era la aplicación del principio de la «excusatio non petita, acusatio manifesta», o lo que es lo mismo: se te ven las ideas y no coinciden con lo que hablas. Desde que el Gobierno absoluto y dominante (salvo esa aldea de galos andaluces) llegó al poder, sus ministros-barra-as han jugado a ese truco de garantizar nuestro bienestar, a sabiendas de que no lo iban a hacer. Desde el principio de los cien días nos han dicho que si la sanidad, que si el copago, que si la educación, que si los sacrificios, que si todo eso que nos llevan diciendo, y cada vez más todo acaba como en los viejos tiempos: subiendo precios, recortando derechos, podando presupuestos básicos y olvidando las palabras de hace media hora. Y por encima nos aseguran que ya saben que las medidas son duras, impopulares y nos piden un sacrificio. No hay nada que fuera previsible; la situación y el paso de marcha no la marca el Gobierno ni Montoro, sino las fuerzas del mal, en abstracto, ese concepto conglomerado que forman Merkel y Sarkozy, la banca internacional, la estafa legal y todo eso que ya resulta redundante sacar a relucir. Lo dramático es que cualquier medida va dirigida a que eso que llaman los Mercados nos quieran, nos amen y nos vean con simpatía; pero el resultado conseguido a costa de ese sacrificio que nos pide el presidente cada vez que sale en pantalla con el fondo azul celeste, es inútil. Anuncia el recorte del recorte en sanidad y educación de un número de millones que se suma a los otros miles de millones anteriores, y los Mercados, por encima, ni lo creen ni nos aman. Y como nos van a explicar uno de estos días que no se va a modificar alguna partida más, seguiremos esperando que sí se modifique cualquier cosa. Un amigo mío (de los viejos tiempos) solía decir: «Aprovecha, contempla la puesta de sol, que, de momento es gratis». Y por ahí andamos. La impresión, la percepción de estos tiempos es que los ciudadanos somos meros espectadores, como escritos por Ortega y Gasset. Contemplamos, pero no intervenimos, pagamos la entrada, pero no controlamos el espectáculo; delante de nuestras narices se despliega un estado de cosas para nosotros, pero con un guión ya previsto en el que no podemos meter baza. Cada vez somos más pobres; el dato está en la subida de dos euros de la energía del pobre por excelencia, el butano, que sigue a la de la otra energía, la eléctrica y a los transportes públicos que sólo usan los que no tienen coche de alta gama. Por la contra, somos conscientes de que se mantienen prebendas, sueldos vitalicios a gentes que eventualmente tuvieron un cargo político oficial bien pagado. Se subvencionan escoltas a personajes que fueron presidentes valencianos y que siguen cobrando del dinero público mientras ejercen de cargos en la empresa privada. Se abren caminos a Mister Marshall que ofrecen poner Las Vegas en la estepa castellana con promesas doradas a cambio de torcer la ley a su gusto y antojo, y se olvida rápidamente de que otros grandes proyectos dorados –Warner, Terra Mítica, Port Aventura, la Isla de la Cartuja– que prometían cosas parecidas, no pasaron de la simple especulación del terreno. Para completar el cúmulo de despropósitos que ocurren en pantalla, los espectadores que pagamos a Hacienda inexorablemente, dado que nuestros escasos euros pasan por contabilidad, contemplamos el insólito espectáculo de ver como se perdonan a aquellos delincuentes (su delito está tipificado y legislado) que defraudan a Hacienda (que somos todos) a cambio de que traigan sus millones de los paraísos fiscales y paguen un simple diez por ciento; no hay mejor manera de blanquear dinero que pagar un diez por ciento a Hacienda y santificar el resto. Los espectadores ven como la Iglesia Católica cobra su sobrepago pactado y ofrece puestos de trabajo; sigue sin pagar al erario por un montón de cosas que todos pagamos y vive feliz en la aplicación de su ideario: Virgencita, que me quede como estoy; mientras el Gobierno le hace el trabajo sucio de protestar por el aborto o la homosexualidad. Contemplamos como los poderes económicos se papan poco a poco a los estados de más o menos bienestar. El Fondo Monetario Internacional acaba de dar un paso más y pide que se bajen las pensiones porque la gente vive más de lo que hace falta. Hay que morirse antes para que el negocio continúe. Asistimos al espectáculo de circo, sentados y pasmados, sin reacción; en la pista, los magos parten al medio a la mujer, clavan espadas en el cajón en el que nos encierran, escamotean palomas y conejos en chisteras sin fondo (de inversión) y por encima piden voluntarios para hacer sus trucos. Como espectadores no tenemos opción, sólo pagar la entrada y abrir la boca como tontos o gritar cuando el trapecista vacila. En estos viejos tiempos, ni siquiera Ortega está de moda, no tiene cabida en este circo de despropósitos, y nosotros y nuestras circunstancias somos simples espectadores sin intención de cambiar las cosas. Ni siquiera podemos recurrir a las obras de Ortega, porque la filosofía es aburrida y, como decía el poeta, con ella no se goza; aunque en su obra nos dejaba frases como esta: «La vida cobra sentido cuando se hace de ella aspiración a no renunciar de nada». Así que, lo mejor que podemos hacer es pedir que nos devuelvan el dinero de la entrada; el espectáculo es un fraude.

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