domingo, 8 de abril de 2012

De la Historia no se aprende nada

Diario de Pontevedra. 07/04/2012 - J.A. Xesteira
Es un lugar común esa idea que de vez en cuando sacan a pasear algunos bienintencionados parlanchines públicos: “Hay que aprender de la Historia para no repetir los mismos errores”. Falso. De la Historia no se aprende nada y los errores los repetimos una y otra vez los seres humanos que, en cuestiones históricas tenemos memoria de pez. Simplemente basta con volver la vista atrás y podemos contemplar como la Historia es la repetición insistente y contumaz de los mismos errores trágicos, de las mismas maldades y del mismo horror, cada vez más difundido y ampliado por la facilidad del ser humano de producir muerte y aparatos para perfeccionarla.
Me van a permitir que les cuente una pequeña batallita de abuelo Cebolleta. Me la trajo a la memoria la noticia de que esta semana se cumplían treinta años de la guerra de las Malvinas. Como mucha gente me sorprendí diciendo: “¡Parece que fue ayer!”. Y el mundo cambió mucho desde aquel ayer, tanto que, puesto a recordar esta batallita todo parece de otro siglo. Verán. Por aquellos días los periódicos se escribían en máquinas Hispano-Olivetti (la mía era de color verde), en papel que corregíamos a mano; las noticias llegaban a la redacción por medio de los teletipos, que eran como las máquinas de escribir, que sacaban la noticia línea a línea; después se pasaban a los talleres, donde se componían los textos en planchas de plomo, y, finalmente llegaba a la rotativa que imprimía el periódico en tinta fresca. Lo explico para que adviertan que ese ayer tan cercano contaba con una tecnología que hoy nos parece prehistoria. En aquellos días yo estaba encargado de las noticias de las Malvinas, que, por la diferencia de horario llegaban pasada la medianoche; el resto del periódico estaba ya confeccionado y sólo faltaba esas dos páginas de la guerra. Alrededor de mi mesa se colocaban los compañeros del taller, correctores, cajistas, linotipistas..., todos los necesarios para que, en cuanto llegase el teletipo, lo redactase a toda la velocidad posible y comenzase a funcionar la vieja cadena periodística. Entre tanto, fumábamos, bebíamos y charlábamos, cosas que en aquellos viejos tiempos que parece que fueron ayer, se podían hacer, no eran pecado. La guerra despertaba pasiones y dividía a los que aguardábamos en dos bandos, los pasionales, que pensaban que los argentinos iban a ganar (a fin de cuentas eran casi como gallegos) y los racionales, los que sabían que los británicos tenían mayor poderío bélico (a fin de cuentas estaban apoyados por los USA). En medio de la discusión sólo había una voz discrepante, el que sostenía que daba lo mismo quien ganara, lo importante era los que iban a perder, y esos, seguro, eran los centenares de jóvenes que iban a morir y los centenares de jóvenes que iban a quedar marcados para siempre por una guerra absurda. Ahora, pasados treinta años, ustedes mismos pueden sacar las conclusiones. Pero, aprender, no aprende nadie. La imagen de la presidenta argentina desempolvando el espíritu patriótico de las Malvinas me recuerda la imagen de Galtieri, el general que desempolvó el patriotismo para esconder los crímenes de sus gobiernos asesinos. Y las plazas volvieron a llenarse como hace treinta años para que resuene la llamada de la Patria, seguramente para esconder otras intenciones, esta vez de tipo económico. Como ven no aprenden nada de una historia tan reciente. Todo se repite y la Patria vuelve a ser el refugio de los canallas. A fin de cuentas, la Patria no es más que la Tribu con mucha rimbombancia. Lo saben los habitantes de las Malvinas, que ellos llaman las Falkland; ellos, como los gibraltareños, prefieren la pequeña tribu con los beneficios de la metrópoli, antes que la gran Patria.
Nada se aprende de la Historia, porque en lugar de avanzar en línea recta gira en un círculo cerrado, irrompible y que repite una y otra vez los mismos errores, revive pasados nunca superados y tropieza en las mismas piedras. El regreso al futuro es siempre con escala en el pasado, el mito del eterno retorno del que nunca parece que podamos salir. El tufo que desprende la actualidad que transmitimos por redes digitalizadas y por sistemas instantáneos y universales nos refleja un pasado que parecía muerto. Hasta la Iglesia Católica declara hereje a Torres Queiruga como un mal viaje a tiempos de Torquemada. Claro que las religiones se mueven mal en terrenos de pensamiento, prefieren los terrenos del dogma de fe. No se admite la duda, que es la cualidad que distingue al ser humano pensante de los animales. Todo lo que se avanzó en el pensamiento filosófico –y la teología no es más que una variable de ese pensamiento– tropieza con la palabra del sistema religioso, que siempre prefiere al rebaño de ñus avanzando hacia su destino, sin pensar en desviarse, todos juntos, con un mismo instinto y sin ningún pensamiento en sus cabezas. La suerte del nuevo hereje es que no pueden quemarlo en la plaza de la Quintana de Compostela con leña de loureiro verde en Viernes Santo, pero seguro que ganas no le faltan a algunos. Esa sensación de no haber avanzado nada es la que nos sigue marcando la inutilidad de la Historia como aprendizaje. El pasado verano leí en una iglesia de Sicilia una pintada de spray que decía: “¡Cloro al clero! ¡Viva Giordano Bruno!” La mano que manejaba el spray debe suponerse que era joven, y que a estas alturas reivindique a un hereje del siglo XVII que se atrevió a decir que el sol no daba vueltas alrededor de la tierra, debe querer decir algo que todavía no tengo claro, pero que me huelo por donde va. Demos gracias a los herejes por pensar y ayudarnos a avanzar. Sólo el dinero invertido en cultura y pensamiento deja rentabilidad válida para el ser humano. Los destrozos perpetrados con los presupuestos gubernamentales dejan a la sociedad sin cultura, el saber, la investigación, la sanidad y la asistencia social. Es una vuelta al patriotismo y al dogma. A las Malvinas y a las procesiones de Semana Santa. Prefiero los herejes.

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