jueves, 8 de diciembre de 2011

Dos fechas señaladas

Diario de Pontevedra. 07/12/2011 - J.A. Xesteira
Suelen decir los europeos del norte que los españoles siempre estamos celebrando fiestas nacionales. No sé si es envidia de vacaciones, pero ante el puente de todos los diciembres que acaba hoy, se comprende que la cosa es como para envidiar; de otra cosa no, pero de fiestas podemos dar, exportar y soportar. Hay siempre detractores de las fiestas, incluso aquellos que las disfrutan. Creo que, para bien o para mal, mejor fiestas que funerales. En España se han celebrado y se celebran cosas de lo más variado, desde las fechas históricas y patrióticas hasta celebraciones religiosas, transformadas en descanso nacional por decreto ley, pasando por las locales de mayor o menor grado de estupidez tradicional (toros asesinados o cabras arrojadas al abismo en honor de San Apapucio) o las florecientes fiestas gastronómicas, en constante ebullición. Aquí siempre hubo una habilidad especial para condensar y disfrazar fiestas sin sentido; el 12 de octubre fue al mismo tiempo Día de la Raza, Día del Pilar (una virgen de dudosa existencia y aparición) y Fiesta Nacional sin más. En tiempos, el 1 de Mayo proletario, fue disfrazado católicamente como San José Obrero (cuando ya se sabe que San José era un pequeño empresario del ramo de la madera). Pero este puente es una maravilla, y en años como éste, que bien llevado nos regala casi diez días, se lleva la palma y nos prepara para las Navidades, que son fiestas sobre fiestas con pastores que van a Belén. Lo curioso es que estas fiestas son, si miramos con detenimiento, un despropósito. ¿Qué festejamos? Por un lado, el día en que Pío IX, Pío Nono, declaró el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Es decir, un trámite burocrático pontifical de incumbencia exclusivamente católica (el resto del Cristianismo ni siquiera acepta ese dogma), pero que está ahí desde hace tiempo y ese día no hay escuela ni trabajo. Hace años se enseñaba en la Escuela de Periodismo que nunca se debía titular como Fiesta de la Purísima, porque la “r” y la “t” están juntas, y un error puede ser fatal. Después se aprovechó el día para meterle el añadido del Día de la Madre y felicitar a las mamás con maravillas del aula de trabajos manuales, cuando la mamá sólo era un ser que habitaba en el hogar, casi siempre con la pata quebrada y sin más horizonte que “sus labores”; cuando la mamá salió al mercado de trabajo se trasladó su día a una tienda de un área comercial o grandes almacenes para otra fecha. La Iglesia Católica siempre tuvo la habilidad de colocar sus grandes eventos como si fuera una cosa que se pierde en el confín de los tiempos. El dogma de la Inmaculada data de 1854, hace relativamente poco (el de la Asunción de la Virgen es mucho más reciente, de 1950), pero parece como si la cosa fuera de siempre. Así que hoy celebramos una fiesta católica por ley, incluidos los ateos, islamistas, mormones o indiferentes (los chinos pueden seguir con el comercio abierto). Por otro lado, el martes pasado celebramos el día en que se aprobó otro trámite burocrático, la Constitución Española, ley de leyes y reglamento de uso interno para respaldo de la democracia. Aquel 6 de diciembre de 1978 se celebró un referéndum donde una mayoría ni aplastante ni precaria decidió que aquel texto que habían remendado entre unos cuantos padres de la patria a trancas y barrancas era nuestra Constitución. En su momento fue importante, porque era como nuestro carné de conducir. Hoy gran parte de ella es papel mojado (en realidad papel meado) y basta echarle un vistazo para comprobar que muchas de las cosas que allí se escribieron pertenecen al mundo de los buenos deseos, comenzando por el Artículo 14 y perdiéndose después en el resto de los textos que figuran muy bien en el papel pero que se traducen mal con la realidad, especialmente los artículos 35 (“Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo...) y 43 (“Se reconoce el derecho a la protección de la salud” y “Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas..., etcétera) Podríamos seguir buscando derechos que son sólo deseos y que se pierden entre la jungla de leyes que complementan y enmarañan hasta la asfixia a los textos constitucionales. Como las dos fuerzas políticas preponderantes en este país no se atreven o no les interesa demasiado meterse a reformar unas cuantas cosas y a dotar de sentido común a la Constitución, las cosas están como están. Y así celebramos con gran regocijo por nuestra parte y evidentes desplazamientos vacacionales dos fiestas sin contenido. Una, católica, de un dogma que ni siquiera los católicos entienden muy bien (por otra parte ni se paran a pensarlo ni falta que les hace: la fe es más práctica y consume menos neuronas), y la otra patriótica-legislativa, sobre un dogma de consenso que tampoco entendemos muy bien, porque son palabras muy claras las que allí están escritas pero que, una vez que se convierten en hechos, se pierden, se transforman y se manipulan a gusto de unos poderes contra los que no podemos hacer nada (por las buenas y de momento). Como si la cosa fuera de despiste, aprovechando que la gente anda de turista y no lee los periódicos aparecen dos noticias: una habla de que la Seguridad Social está dando las boqueadas ante la cantidad de gente que pasa de ser cotizante a ser subsidiado; la otra habla de que 25.000 personas carecen de cobertura médica por haber agotado el paro. A estas alturas ya se trata de instalar el concepto perverso de que la Seguridad Social puede dar en quiebra y sólo se salvarán los que contraten con el sector privado. Nos olvidamos (se olvidan) de que la Seguridad Social, nuestra seguridad de la sociedad, no puede quebrar, porque es la esencia del Estado, no es algo distinto, y sólo si el Estado quiebra (o se convierte en una Sociedad Limitada) desaparece el amparo social. Pero mientras, seguimos disfrutando de fiestas extrañas: vírgenes inmaculadamente concebidas y constituciones que no pasan de buenas intenciones. Con optimismo.

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