jueves, 22 de diciembre de 2011

Deseos navideños

Diario de Pontevedra. 21/12/2011 - J.A. Xesteira
Fiel a mi costumbre no vi el debate de investidura del nuevo presidente, pero vi el resumen y eché un vistazo a los periódicos. Ahí vi dos cosas que destacar: una, que me llamó a colaborar (a mi y unos cuantos millones más de españoles) y otra, que somos invitados a tener fe en el futuro. El resto de la homilía parlamentaria no deja de ser un resumen de buenos deseos, cosa muy apropiada en los tiempos que corren, de crisis y Navidad. El presidente Rajoy enumeró un a lista de intenciones para arreglar el país, que es lo que se espera de un dirigente a estrenar, y todo su discurso fue un “haremos”, “pondremos en marcha”, “aprobaremos” o “rebajaremos”. Sabemos de siempre que una cosa es predicar y otra dar trigo, y de las buenas intenciones nadie duda, pero habrá que esperar al futuro en el que se concrete el “haremos”, que siempre es un “tenemos pensado hacer” que por el camino se convierte en un “las circunstancias nos obligan a...”. El presidente Rajoy fue claro en varias cosas: las pensiones suben (es el único gasto que aumenta, admitió, aunque se trate de un derecho, no de un gasto graciable); se bloquean los empleos públicos (con lo cual el paro seguirá subiendo, porque el sector público es el único en este país que genera empleo, el sector privado va a la cabeza de Europa en producción de parados); se eliminan los puentes (vacacionales, craso error, la economía nacional se beneficia por el gasto de los puentes, de ellos viven las gasolineras, las casas rurales de alquiler y las agencias de viajes, por no decir, los restaurantes y las autopistas) y las prejubilaciones (salvo las excepciones, como ahora); se recortará el déficit en 16.000 millones, aunque no explica cómo pero me temo que se va a recortar por nuestra parte contratante en nuestros servicios más básicos; habrá un nuevo bachillerato (en este país el bachillerato es como la pasarela Cibeles, cambia según la moda) y se potenciará el bilingüismo español-inglés (una batalla inútil: hablamos más inglés que los alemanes y nos sirve de lo mismo). El presidente nuevo hizo su discurso según se esperaba, sin concretar mucho y con llamamiento a la ciudadanía a que se prepare para los tiempos difíciles y que tenga fe, que vendrá el día en que todo se resuelva, los pajaritos canten y las nubes se levanten (textual, el final del discurso habla de que se disiparán las “nubes de la pesadumbre” que ahora nos acechan, como en el viejo himno de los anarquistas). Desde el punto de vista político, el discurso no pasa de un trámite del que va a hacer faena de aliño porque no tiene que convencer a nadie, va sobrado y con mando en plaza; desde el punto de vista literario, el que se lo haya escrito no pudo evitar viejos latiguillos, como ese “España será lo que los españoles quieren que sea”, ya usado en viejos tiempos por otros menos cualificados en banquetes institucionales en los que se fumaban puros con el café. Lo importante es que me han llamado, junto con todos los españoles del censo, a arrimar el hombro y a aguantar la crisis; y se nos ha dicho que hay que tener fe en el futuro, que va a escampar dentro de nada, en cuanto apliquen unas cuantas medidas fiscales y otras cuantas medidas recortables. El presidente no va a hacer nada que no hubiera hecho otro en su lugar; el Lado Oscuro de la crisis es el que manda. Nosotros, a aguantar y tener fe. La cosa, vista ahora mismo, no pasa de un cambio de ZP por un MR. Más adelante ya se verá, que el futuro siempre es incierto y lo único seguro es que siempre nos alcanza. Después de la homilía y las respuestas de los opositores, desde los más furibundos hasta los más complacientes, salgo a la calle a comprar, con el fin de contribuir al consumo del país (es una manera de apoyar al Gobierno entre los nubarrones) y, de paso, cumplir con la tradición de Navidad. Así, con mi lista, me sumerjo en las grandes áreas comerciales y los pequeños comercios (hay que repartir los beneficios, igual que aconseja el Gobierno) entre los insoportables cánticos de “yingelbels” y “glorialeluyas” y voy tachando de la lista a medida que encuentro ese regalo que creo que le irá bien al familiar o al amigo, pero sé seguro que a ellos no les va a gustar (muchos cambiarán el ticket regalo dentro de unos días, en las rebajas, lo mismo que haré yo). Advierto en el paseo comercial que todos hacen lo mismo: miran la etiqueta, se echan las manos al pecho y se van; porque habrá crisis, pero los artículos de regalo están a precio de emiratos árabes. Por momentos creo que me equivoco y leo mal: ese jersey fabricado en Vietnam (aunque la marca sea famosa), las zapatillas de Singapur (ídem) o esa bufanda italiana tejida en Beijing (antes Pekín) tienen precios de la Plaza Vendome de París; me voy a por los libros, que siempre es un recurso (los discos ya no, el chirimbolo de MP3 acabó con el CD, de la misma manera que éste acabó con la casete y ésta con el elepé) pero los libros han decidido engordar, los venden al peso, al parecer, y el último best seller es de 500 o 600 páginas (en realidad están inflados, todo lo escrito cabría en un tamaño de novela de vaqueros y, si los desbrozaran, cabrían en un SMS de móvil), y no encuentro nada de interés. Recorro comercios y entre los precios y mis intenciones hay una diferencia enorme que no sé como solucionar. De momento, decido hacer menos regalos (uno por cabeza), rebajar el gasto por regalo y suprimir personas de mi lista. Si con ello no alcanza mi presupuesto, habrá que inventarse otra historia, posiblemente muchos acabaremos en un chino comprando pacotillas. Es que me pasa lo mismo que a MR, que mis intenciones son buenas, pero por mucha fe que tenga en el futuro, los hechos, como decía el camarada Vladimiro, son tercos y siempre se salen con la suya. Así que aplico mis propias medidas de crisis.

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