sábado, 10 de septiembre de 2011

Así que era tan fácil

Diario de Pon tevedra. 31/08/2011 - J. A. Xesteira
Parecía una misión imposible, como pedir la luna. La Constitución Española es la piedra angular, el tótem, el libro sagrado, una especie de Reader’s Digest de la Biblia, el Corán y la Torá a la española, el baúl de los derechos incumplidos (o imposibles de cumplir, el papel mojado de los buenos deseos donde se reconocen evidentes mentiras: los españoles somos todos iguales, todos tenemos derecho a una vivienda digna y a un puesto de trabajo, es decir, coñas marineras santificadas por un texto rimbombante). La mal llamada Carta Magna (en alusión a la que el rey de Inglaterra impuso a los nobles en tiempos de Robin Hood) se hizo a prisa, por el método de cortar y pegar de otras constituciones por aquellos padres de la patria seleccionados entre lo más granado de lo que ofrecía el panorama nacional de la Transición, mientras se discutía (parece que fue ya en la Edad Media) sobre si era mejor una Ruptura que una Transición. El resto es historia: se hizo la Constitución, se sometió a referéndum y se imprimió en folletos que se repartieron con los periódicos del domingo. Y ahí quedó, quieta y parada desde 1978, más de treinta años, sin que los cambios de tiempo la alteraran. De vez en cuando surgían voces pidiendo reformas, y según pasaban los años, esas reformas se hacían necesarias y las voces se multiplicaban. Incluso el actual presidente proponía actualizar algunas cosas que son ya imprescindibles, como el acceso de la mujer a la Corona, la reforma del Senado (que muchos pedimos una supresión directa) y la cita expresa a cosas que no existían en su redacción original y que hoy son realidades, como nombrar expresamente a las comunidades autónomas y a la constitución Europea. De paso, ya metidos en harina, se podrían reformar unas cuantas cosas más para hacerla actual, moderna y útil. Pero no, se mantuvo siempre en el estado del libro santo, del libro de la vitrina, para ver y admirar, pero no para utillizar como reglamenteo del juego. Se sabe que los libros de las vitrinas no sirven para nada, y para muestra, el Cóldice Calixtino. Pero, de repente, resulkta que no, que meter añadidos es más fácil de lo que parece, que basta con que el PSOE y el PP lo quieran para ir de la mano al mostrador de los cambnios y pedir que les dejen meter un remiendo en el que se dice que las comunidades autónomas (esas mismas que no figuran por sus nombres expresamente en el texto santo, no pueden enpufarse más allá del deber. Bastó un toque de corneta prusiano de Angela Merkel para que aquí perdieran el culo por ser más europeistas que Europa. Bastó una sugerencia para que la Constitución experimentara cambios chapuceros, amañados en un pispás parlamentario y que no va a arreglar nada. Pretende poner tope a los despropósitos ya perpetrados por ellos mismos, por los dirigentes de los dos partidos firmantes, que usaron y abusaron del dinero público como si fuera maná del cielo incababable. Con la misma impudicia con que los clubes de fútbol se gastan los cuartos, los presidentes autonómicos, diputaciones y alcaldías se gastaron los dineros de todos en fuegos de luces, en edificios inútiles, en gestiones dudosas y en comprarse votos futuros, eso sin entrar en terrenos movedizos donde se mueven cohechos, sobornos y corrupciones. El caso es que se lo gastaron de mejor o peor manera y ahora quieren parar lo que ya está parado por falta de combustible. Y lo hacen por la senda constitucional, conmo aquel rey absolutista, por ley y en la Carta Magna (el as de triunfos, supongo). Es un apaño sospechosamente amparado por los enemigos políticos más zarzueleros de los últimos tiempos. Zapatero lo presenta por sorpresa, como una medida necesaria y urgente, para acabar el verano bien, y Rajoy resumió en su conocido “ya lo decía yo” para respaldar este apaño que quiere contentar a los gendarmes económicos europeos, los mismos que se metieron y nos metieron en un berenjenal sin visos de solución, los mismos que santificaron la Economía como el dios que todo lo puede sin poner topes y sin exigir nada al poder del dinero. Decían que el libre comercio regula debidamente la sociedad capitalista, pero ahora saben que ni el comercio es libre ni regula nada, que sólo las voluntades de los políticos haciendo política son las que, bien o mal, democrática o antidemocráticamente, son las que rigen los pueblos, y, en el caso de que la cosa se ponga fea, siempre acaba todo como ya es conocido: derribando a un dictador o esperando que se muera en la cama. El Dinero no nos va a solucionar los problemas. Y cuando se mete el dinero en la constitución, entonces la cosa es que no va nada bien. La medida llega tarde, de prisa y negociada, no va a solucionar nada a corto plazo y todo hace prever que en las próximas elecciones mucha gente se quedará con el voto en la mano mirando al infinito. Ahora que sabemos que la constitución no era tan sagrada podíamos aprovechar para hacer las reformas que hacen falta desde hace años. Debe quedar como texto que regule la sociedad, que siente los principios básicos con los que administrarnos, convivir y llevar adelante a una sociedad que debiera tener como fin supremo ser feliz; introducir en medio de un texto de este tipo los números de los chamarileros, meter un reglamento de multas que podrían ir en una ley común y, por encima, a prisa y con la arena de la playa pegada en el culo, es un despropósito. A partir de ahora nadie puede decir que cambiar la Constitución es una tarea difícil y poco recomendable, a partir de ahora podemos exigir un referéndum donde expongamos, por ejemplo si queremos que el Senado siga convertido en un casino de ancianos en hora de siesta o lo cerramos. Durante los primeros tiempos democráticos solían decir que la constitución era una jovencita pizpireta, una especie de Victoria Abril en el “Un, dos, tres”; con estos cambios chapuceros la han dejado como a la duquesa de Alba.

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