sábado, 5 de mayo de 2018

Por mayo, era por mayo

J.A.Xesteira
Como en el viejo romance, era por mayo de hace cincuenta años, pero no hacía “la calor” ni cantaba la calandria y respondía el ruiseñor. En Santiago, aquel mayo hacia un frío en forma de taladro, aquel frío de pensiones santiaguesas, con corrientes de aire que se filtraban por las ventanas sin masilla, y que el estudiantado combatía con aquellos clásicos batines color rata y el calor único de un flexo, en noches de estudio con mucho café (todavía no llegaban las anfetas, pero estaban al caer). Eran tiempos previos a los pisos de estudiantes, un boom reservado a los años 70, con otro estudiantado y otro horizonte. Aquel mayo de hace cincuenta años era gris, pobre y humedo hasta la médula; el consumo era escaso, las comidas del Cuatro Vientos y similares, los recorridos vinícolas por las viejas rúas, con aquellos vinos color pis de gato, tunas y serenatas, cines y cineclubs, en los que un paciente catedrático nos explicaba las virtudes de Jean Vigo ( “Zéro de conduite”) y se estrenaban maravillas de Godard (“A bout de souffle”, eterna) y Martín Patino (“Nueve cartas a Berta”). No existían los turistas ni los peregrinos mochileros; Santiago era una ciudad tranquila, bohemia, un punto rancia, con un arzobispo-cardenal con carisma y presencia, en la que la política estaba uniformada con trenkas y panas de izquierdas. El estudiantado era personal dado a la carallada y al estudio a trompicones en la recta final. Nadie preveía que en un futuro todo aquello se convertiría en un parque temático.
Todo era cutre y gris hasta que llegó aquel mayo de hace cincuenta años. Los primeros brotes verdes se plantaron en 1967, con un concierto frustrado de Raimon en el campo del campus. Digo frustrado aunque no es cosa exacta; la lluvia paró el concierto en la mitad, pero los objetivos ya estaban cumplidos: Raimon había actuado y los espectadores, que habíamos comprado el folleto de canciones traducidas por García Bodaño y Casares, habíamos gritado unas cuantas cosas a estrenar, como libertad y cualquier cosa indefinida; lo importante era el gesto, las sensaciones, las ganas de hacerlo, porque políticamente, digan lo que digan las crónicas, el estudiantado santiagués de hace cincuenta años estaba en vías de preparación. Había una pequeña elite que sabía de que iba la cosa y un montón de matriculados que teníamos ganas de la la cosa fuera a donde iba. Todos salimos a la calle, unos conscientes y otros a medias tintas, pero todos con el convencimiento de que había que estar allí. El motivo fue bastante surrealista, como suele ser el pasado, la protesta contra el decano de mi facultad por un asunto de dineros. Las reuniones y asambleas que se prohibían de vez en cuando se justificaban con títulos peregrinos en distintas facultades; podían empezar con una conferencia sobre poesía y acabar con pequeños debates de formación política para indocumentados. Todo se iba fraguando en un relativo secreto, con espías informadores por medio del estudiantado. 
En abril del 68 se presentaban los cantores que todo movimiento tiene que tener; los catalanes ya habían empezado antes, porque eran más modernos y estaban al lado de Francia, nosotros estábamos al lado de la frontera de Tui, sólo apta para el paso del café Sical. En el paraninfo de Medicina, atestado de personal, se presentaban Voces Ceibes, cuatro muchachos con tres acordes básicos de guitarra y las poesías de Celso Emilio Ferreiro; visto desde la distancia aquello era de una ingenuidad musical aplastante; pero servía para el propósito, porque lo importante no era lo que estaba en el escenario, musicalmente pobre, sino en la intención, el grito colectivo y la manifestación que se formaba al terminar. Y llegó mayo y el runrún inicial fue transformándose en grito de protesta y todos salimos a la calle, unos con una clara intencionalidad política y otros con lo puesto, con las ganas y poco más. Y allí nos esperaba la Policía, vestida de gris, al principio con largos abrigos y al poco con cascos y ropa de combate; y empezaron los gritos, carreras y una frase que nunca habíamos escuchado y que se haría habitual: “Disuélvanse o cargamos”. A los de ciencias lo de disolvernos nos sonaba como si nos fueran a meter en ácido corrosivo. Y cargaban y pegaban. Y se montó una pequeña parte de la historia de nuestra sociedad, con un aprendizaje sobre la marcha y sobre la carrera. De Francia nos llegaban noticias mucho más importantes, porque Francia era mucho más importante; del resto del país, también. Todo el estudiantado estaba en la calle para pedir cosas. El Gobierno recurría a viejas frases tópicas de los consabidos manejos del comunismo internacional contra algunas cosas sagradas que estaban dejando de ser sagradas. El mayo santiagués debió parecerse mucho al resto del mayo de todas las universidades españolas, pero no fue tan famoso como el francés, porque Francia era una república, aunque gobernada por De Gaulle, y tenía el Paris Match para hacerse las fotos, y nosotros teníamos una dictadura y el Marca. Y con todo, hace cincuenta años se consiguieron algunas cosas importantes, sobre todo una: empezar. A partir de ahí todo iba a cambiar.
Hoy, cincuenta años después, todo cambió, en parte por aquel golpe de salida, en parte porque el mundo está cambiando siempre. El mundo de ahora mismo es otra cosa, el estudiantado tiene calefacción y viajes low cost; Compostela es una capital burocrática y política; la tecnología digital abrió un campo impensable y, ahora mismo, impredecible; de aquellos que salimos a la calle aquel mayo, cada quien buscó su lugar al sol, algunos fueron quedando por el camino de la vida, unos se acostumbraron a sufrir con paciencia los embates de la insultante fortuna, otros seguimos enfrentándonos –más o menos, a nuestra manera– al mar de calamidades; algunos buscaron acomodo en puestos politicos que, seguramente, merecieron por sus esfuerzos; desaparecieron los cines, aparecieron los centros comerciales; el parque  automovilístico atascó las carreteras y, sobre todo, sobre todo, ya somos un país democrático, aunque si rascamos un poco esta democracia, aparece debajo un policía que nos grita: “¡Disuélvanse o cargamos!”

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