viernes, 11 de mayo de 2018

E la nave va

J.A.Xesteira
Salgo un momento a dar una vuelta por el extranjero, patrocinada por el Imserso, a uno de esos países en los que están omnipresentes la santísima trinidad del consumo: los comercios cuatrimarcas de Amancio Ortega, el hombre que ingresa más millones al mes que la DGT con los radares recaudatorios; la cadena de cafés en los que pagas por parecer moderno bebiendo una purrela en un vaso de cartón, y las multinacionales de las hamburguesas (descubro que a uno de mis nietos le gustan por el juguete de plástico, se deja siempre la mitad de la comidita; al resto de los nietos, ni siquiera el juguete).  Y al regreso siempre es lo mismo, el pueblo, el país y el mundo siguen adelante. E la nave va.
Echando mano de la filosofía barata y un punto ampulosa podíamos decir que la bola del mundo no deja de rodar desde que la historia de la Historia comenzó a escribirse, mal y a gusto del ganador. Mientras viajo vivo prendido al wi-fi (que los españoles llamamos “güifi” y los extranjeros “guaifai”, y así no hay manera de entendernos) y sigo las noticias en la pantalla del iPad (que llamo “ipaz” y los otros llaman “aipad”) de manera adicta, porque siempre es el mismo bucle de desastres, crímenes, despropósitos, estupideces y alguna pequeña perla perdida entre la morralla, que nos hace pensar que nunca está todo perdido.
Deduzco de la actualidad que un país debe ser gobernado por las personas elegidas democráticamente para el bien de la sociedad; casi nunca sucede así, aunque lo intentemos entre todos. Pero también deduzco de los últimos acontecimientos que un país puede perfectamente prescindir de un gobierno estable, mantenerse en una especie de seno de Abrahán (o limbo de los justos, que decíamos en el catecismo) y no pasa nada. La nave va. Vean, por ver, los ejemplos de Cataluña, con un gobierno nómada y un parlamento en estado gaseoso, supuestamente gobernado desde Madrid por la aplicación del prospecto de instrucciones. O miren también el ejemplo de Italia, que no tiene gobierno, porque el periodo poselectoral es una minestrone de posibles candidatos, y el presidente, que es como un ser aparte, pide que se nombre un gobierno neutral, como si eso fuera posible, sería como una peña de ultras de fútbol sin equipo. Claro que Italia es un país experto en no tener gobierno y seguir navegando, bien además, y vendiendo la moto de que son  democráticos, guapos y ricos y que además son un país. Los partidos italianos son como el coro de  esclavos de Nabuco vestidos por Dolce y Gabanna. Los españoles, no, son como vendedores de productos innecesarios vestidos de cofrades. Pero la nave va, a pesar de ellos.
El ojo del Gran Hermano orwelliano hace tiempo que nos controla la vida, y somos piezas sin interés: nos vigilan cuando sacamos dinero del cajero, cuando paseamos por la calle, nuestro coche desde la cuneta de las multas, nuestros e-mails privados desde las empresas en las que trabajamos, nos manipulan con noticias falsas desde las televisiones, los periódicos y todo el infinito maremágnum de internet (Facebook comienza a desbrozar sus “fake news”, las mentiras interesadas que los partidos políticos ruedan como bolas a ver quien pica, y va a instalar un centro antimentiras en Barcelona, un sitio del que decían que las empresas huían como de la peste). La vida se ha convertido en una gran mentira subvencionada entre todos, como los profesores de Religión andaluces, que cobran sin tener clase que dar. Una cuestión paradójica esa de los profesores de Religión, que pagamos incluso los ateos, los elige un obispo y, en caso de despido, la indemnización corre a cuenta de los mismos que los pagamos. Mientras la nave va, el ojo que nunca duerme sabe quienes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, y, sobre todo, cuales son nuestras deudas con Hacienda, cuales son nuestros gustos y cuanto costamos al Estado. Con  todo eso, hacemos la declaración de la renta sin posibilidad de distraer ni un céntimo (si fuéramos personas importantes en la esfera política o económica, sí podríamos “distraer” legalmente algunos millones); abrimos los ordenadores y nos entran anuncios de todo lo que una vez consultamos o compramos por la Red; y el Estado, como le costamos mucho, en pensiones y medicamentos, pues sabe cuanto le gastamos en paracetamoles y nos mete un copago cada vez más apretado, asesorado por las verdaderas detentadoras del poder sanitario: las empresas farmaceuticas, dueñas absolutas de la vida y la muerte. Mientras, la nave navega.
Los que vivimos en la Marca España y sus Peculiaridades Regionales asistimos a una lucha política entre personajes de vodevil, gente que dice frases que serían graciosas si no fueran tragicómicas, partidos políticos que parecen gatos metidos en sacos, peleándose por un camarote de lujo en la nave; una justicia (entendida como maquinaria de aplicacion de las leyes, no como idea abstracta de lo moralmente justo) al ralentí, con sentencias demoradas, corruptos a la espera de que escampe, y jueces cuestionados. Un país con una información periodística que podríamos resumir en la vieja frase: “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” (La Televisión del Estado más preocupada de Eurovisión que de una información veraz, ya cuestionada incluso por sus propios trabajadores) Pasa la vida, contemplada por el rey y su familia real, personajes que se ganan su sueldo como inauguradores de ferias de muestras, galas benéficas o entrega de premios (bueno, de vez en cuando, Felipe VI, cuya foto puede ser quemada según sentencia judicial, pronuncia un discurso en la tele que nadie escucha y que nadie lee en los periódicos que son los únicos que recogen el texto al dían siguiente.)
Así, metidos dentro de este cascarón trasatlántico, oxidado, lleno de averías, con un  servicio de comedor pésimo y mal repartido, con capitanes y segundos de a bordo incompetentes, con una tripulación inútil, con pasajeros mareados y atontados, sin radar ni bitácora, con la sala de máquinas apestando los océanos, el barco avanza sorteando icebergs como montañas, cada vez más cerca del hundimiento. Y, a pesar de todo, la nave va.

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