viernes, 12 de enero de 2018

Mando a distancia

J.A.Xesteira
Uno de los implementos más útiles de finales del siglo pasado fue el mando a distancia del televisor. Si nos situamos en los tiempos del canal único, sólo necesitábamos un dedo para encender y apagar la España gris televisada y vivida. Vino el color, vino la pluridad de canales, que suponíamos que traerían mayor libertad (después comprobamos que era la misma porquería multiplicada) y vino el mando a distancia, para convertir al espectador impasible en un autómata capaz de cambiar compulsivamente de canales con la inútil esperanza de encontrar algo digerible (ya no esperamos que, además, sea culto, entretenido, informativo o ingenioso). El mando a distancia supuso un avance, y se multiplicó por aplicaciones a diversos electrodomésticos. Ya era posible encender la cocina, el vídeo, la música y otros chintófanos a distancia. La era digital acabó por multiplicar las aplicaciones, mediante teléfono u ordenador. Ahora es posible subir las persianas o encender el horno desde el teléfono, mientras estamos en un centro comercial comprando innecesariedades. Otra cosa es que subir la persiana a kilómetros de distancia sirva para algo.
La vida en la red, la vida digital, la existencia virtual, nos distancia más y más de las cosas, pero nos da la posibilidad de mandar, de ordenar. Desde los tiempos en que podíamos comprar un libro o un disco por carta, contra reembolso, hasta ahora mismo, que, desde nuestra pantalla compramos todo lo imaginable hay un abismo. Nacen cada día más empresas on-line, que nos mandan a casa una pizza, un contrabajo, la cesta del supermercado, el libro y el disco de antes (de papel y vinilo) o las zapatillas último modelo, en tiempo récord y con garantía de devolución. Nosotros mandamos, las redes llevan el recado y las empresas de mensajería nos traen el paquete, ya pagado con nuevos sistemas en los que no hay dinero físico; el viejo cash se muere y en su lugar aparecen opciones a distancia, que llevan números a una cuenta de Paypal o a un paraiso fiscal.
Decía el bolero que la distancia es el olvido, pero ahora la distancia no es más que un concepto virtual, desde la que damos órdenes que mueven dinero. Ese dinero ya no es la moneda y el billete que depositábamos en los mostradores de los bancos para que lo guardaran; ya no hay mostradores, no hay dinero y dentro de poco el banco no será mas que una página web (de hecho ya es) sin oficina ni empleados, nosotros seremos (somos) los empleados de los bancos y pagamos tasas por cuentras que manejamos a golpe de teclado y teléfono. Los trabajos y los trabajadores se retiran de las oficinas y se mandan a sus casas, donde pueden trabajar a distancia, en calzoncillos, si quieren. Las empresas se ahorran locales, mobiliario y herramientas. Cada vez existimos menos en presencia del amigo y más en la virtualidad de un whatsap o un tuit o un  foro de padres de alumnos. Los políticos hace tiempo que optaron por las comparecencias virtuales, con ruedas de prensa de pantalla de plasma, muestran sus grandes ideas (pequeñas tonterías) en twitter, y prestan su imagen a los noticiarios televisivos. Todo desde la distancia, en la que mandan.
Aparecen en este contexto dos hechos que avalan esta tendencia del mando a distancia. El primero es la posible presencia telemática de Puigdemont, desde Bruselas, y sus compañeros desde la cárcel, en la sesión de investidura del Parlament. Todavía está por desmadejar la maraña judicial que, previsiblemente será contraria a cualquier tesis que no pase por presentarse en el parlamento. Pero si en rigor aplicamos la virtualidad a cualquier proceso económico (una transferencia desde casa), judicial (inculpados que declaran por videoconferencia), o político (rueda de prensa de Rajoy en pantalla plana), podríamos aplicar el mismo sistema al Parlamento catalán, mediante una quedada o un foro de padres de la patria. En este largo proceso catalán (ya dije que la cosa iba para largo, y continua para largo) aparecen cada día novedades, presidents a la fuga, consellers a la cárcel, artículos constitucionales desempolvados para mandar en Cataluña desde la distancia de Madrid. Podriamos asistir la constitución de un president telemático, una especie de holograma de Obi Wan Kenobi para aconsejar a los jedis.
El otro hecho de mando a distancia se produjo en las pasadas fiestas, cuando centenares de incautos conductores quedaron atrapados en una autopista por el temporal de nieve que nadie predijo. El Gobierno le echa la culpa a Iberpistas, la empresa concesionaria, y ésta se la echa a los conductores, en un alarde de cinismo politico que despertará entre los afectados recuerdos poco educados a las madres de ministros y demás responsables. Es un tema repetido con varios detalles elementales: la autopista es un espacio privado, al que los conductoresd entran mediante pago, la empresa que cobra tiene la obligación de impedir el paso si no puede garantizar el servicio. Como si usted paga la entrada del cine y después no hay película. Por otra parte, el Estado, a través de la Dirección General de Trafico tiene la obligación de supervisar la correcta circulación por las autopistas privadas. Ni el Gobierno ni Iberpistas lo hicieron, y todas las disculpas no son más que mentiras evidentes (las grabaciones de los teléfonos de las victimas atrapadas no engañan: ni la DGT avisó, ni Iberpistas recomendó, ni la Guardia Civil de Tráfico fue capaz de hacer nada, y al final tuvo que ser la UME, esa parte de Ejército que sirve para algo más que para desfilar y que el propio PP denigró en su día.
Lo importante es que tanto el ministro Zoido y el director de la DGT estaban en Sevilla porque era día de Reyes y se jugaba el derbi Sevilla-Betis, y, con esa gracia (?) tan sevillana dijeron que trabajaron en el problema desde su casa, por internet. La oposición les echó en cara que no estuvieran en Madrid, pero es una tontería, en Madrid la hubieran cagado igual.
El mando a distancia se impone, los incompetentes lo son en directo y a distancia; los fantasmas son fantasmas en presencia física o en presencia telemática.

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