viernes, 4 de agosto de 2017

Los "parvitos"

J.A.Xesteira
Llegado agosto siempre esperamos que los políticos se tomen vacaciones, a ver si por lo menos, en el mes del verano por excelencia, nos dejan tranquilos. Parece ser que no va a ser así. Por un lado puede que se imponga la moda de la presidenta de la Madrid, que anuncia que ella no se toma vacaciones, un gesto a la japonesa que a lo mejor marca tendencia, ignorando que lo que da sentido a la vida no es el trabajo sino el ocio. Por otro lado, las circunstancias independentistas catalanas, que en la retórica política en uso legal, con esa falta de claridad sentenciosa de los grandes líderes de la cosa, confunden con Venezuela, va a obligar a días extra de las vacaciones, dedicados a comparecer ante los medios.
La Administración de Justicia, que es un clásico del descanso agosteño, tampoco va a poder descansar mucho, entre los parones de su sistema informático (un sistema que va a la cola de la operatividad administrativa) y los casos por resolver, casi todos de dineros perdidos y largos recorridos judiciales, no le va a quedar mucho tiempo para tomar una mirinda en la playa.
Como no va a haber un descanso real, veraniego y clásico como en otros tiempos, cuando la vida se paralizaba en verano (“Summertime and the livin’ is easy…” cantaba la mamá negra de Porgy and Bess) podremos ver a esos dos sectores, el de la justicia y el de los políticos, últimamente confrontados en salas de audiencia, con trabajo extra con aire acondicionado.
Pero da lo mismo, es un trabajo inútil, porque la Justicia pregunta pero aquí nadie recuerda nada. Tanto políticos como futbolistas, que son los pilares de nuestra sociedad, saben nada de los miles de millones que van y vienen sin que Hacienda se percate de su paso por el mercado. Nadie sabe nada, ellos no estaban y el que trajo el encargo no les dijo nada.
Llegado a este renglón de lo escrito, me vienen a la memoria dos anécdotas del pasado, de la posguerra, que era cuando había anécdotas transmitidas de viva voz. Se refieren a un indigente, Manel, uno de aquellos personajes, pobres-de-pedir, un híbrido del tonto y el paria, que pertenecían al pueblo, como iconos de propiedad pública. Pues iba este Manel, en los tiempos en que las carreteras veían pasar un coche cada media hora por lo menos, paseando y fumando una colilla de puro que era su gran pasión, cuando se detuvo a su lado un coche; se baja la ventanilla y una persona le pregunta por dónde se va a Vigo; Manel le responde: “Mire, a mí no me pregunte, porque yo aquí soy el parvito” Así asumía su condición, su papel social y, al tiempo pasaba del preguntón, aunque sabía perfectamente por donde se iba a Vigo.
Me recordaba este detalle la tropa de personajes –ya no pobres pero si  populares– que desde hace una temporada tienen que comparecer en los juzgados, unos como imputados, otros como testigos o simplemente para declarar sobre sospechas. Todos son “parvitos”. Desde los del fútbol, Messi y Cristiano como paradigmas, que son unas brillantes inteligencias en el césped (el pasto, que decía Di Estéfano) pero que a la hora de manejar sus millones son ajenos al tema. “Eso lo llevan mis asesores”, parece ser la disculpa. Para ellos el dinero es sólo el material con el que construyen sus imágenes en facebook. En su favor tienen la opinión general de que son dos chavales de escasas luces, pero en su contra esta la evidencia de que el más tonto de los tontos sabe que Hacienda te lleva parte de lo que ganes, y que de tu dinero tienes que responder tú. Otra cosa será cuando Villar, que no es un chaval ignorante del asunto, diga en su momento que él tampoco sabía nada de nada.
La larga cola de políticos de todos los partidos que se sientan delante de un juez responden básicamente a la calificación de “parvitos”. Desde el presidente Rajoy, testigo que recuerda al personaje de Almodóvar (“¡Que más quisiera yo que mentir, pero las testigas lo tenemos prohibido!”, decía Chus Lampreave) y que se mantuvo en la posición del “parvito” superior (su declaración pasada por un control cardiológico necesitaría de urgencia un desfibrilador) hasta los cuatro jinetes de Aznar (Arenas, Rato, Acebes y Mayor Oreja) que lo ignoraron todo sobre la Gurtel, ellos, que siempre presumieron de ser grandes gestores; pasando por Esperanza Aguirre, una mujer al borde del ataque de amnesia, que sólo recuerda lo bien que gestionó Madrid y lo ranas que le salieron todos los que la rodeaban. O Urdangarín el olímpico que no sabe Derecho Administrativo. Aquí nadie sabe nada. Todos los partidos políticos se sostienen con grandes gastos de dinero; son cuentas elementales, de la vieja, y saben perfectamente que el dinero para gastar no proviene de las cuotas de sus afiliados (si es que hay algún afiliado que pague) pero a la hora de hacer esas cuentas de sumas y restas simples, hay un desdoblamiento estructural; por una parte está esa cúpula de dirigentes, los “parvitos”, que no se rebajan a llevar esas cuestiones de dinero, y por otra están una serie de administradores, que son los que andan pasando el cepillo de las limosnas. Es como si los “parvitos” superiores dijeran aquello de “¡Alla los chicos!”, que son los encargados de esas menudencias administrativas: los “parvitos” están llamados a más altos designios.
No conviene confundir a los “parvitos” con los gilipollas, porque estos siempre van de sobrados y al final la cagan por su vanidad, generalmente en twitter, donde se creen grandes escritores con mensaje; el Señor no les llamó por la senda del uso correcto de la lengua castellana y por la prudencia en la palabra.
Manel, en la otra anécdota que apuntaba, tuvo un día un desmayo en la calle, y los vecinos corrieron a ayudarlo; alguien pidió unas tablas o una carretilla para llevarlo al médico, pero el desmayado, en un alarde de lucidez dijo: “Nada de tablas, mejor llevarme en taxi”. Parvito si, pero con talante.

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