viernes, 9 de junio de 2017

Protocolo y silencio

J.A.Xesteira
Si hubiera un detector de actitudes, de reacciones ante lo que está sucediendo, de actuaciones de la parte dirigente de la sociedad, en la que podríamos meter a los políticos, los que en otro tiempo se llamaron fuerzas vivas, y a los detentadores del poder económico y social, el resultado podría resumirse en pocas palabras: ausencia de improvisación, falta de ideas ante una situación imprevista. La respuesta a las acciones anormales del habitual discurrir del mundo son rutinarias, previstas, escritas, que –seguramente por moda- se resumen en una frase: se aplica el protocolo. Escuchamos la palabra por todas partes, se aplica un protocolo para poner en marcha una ley, la vigilancia de un campo de fútbol en partido de riesgo, la intervención de bomberos en un accidente, cualquier movimiento político de los miembros del Gobierno… Un  protocolo. Como siempre, la palabra significa otra cosa (los ilustres políticos lo sabrían si consultaran más a menudo el diccionario de la RAE en las tabletas que les regalaron con el escaño parlamentario).
La aplicación de protocolos, que sí son correctos en los casos médicos, científicos o en todas las ramas técnicas que precisen de acciones previamente estudiadas, es norma ya generallizada en todo el mundo. Ocurre un suceso con víctimas, sea de la naturaleza que sea y al nivel que sea (desde la parroquia hasta la ONU) y se aplica un protocolo que, en realidad es una rutina formulista y burocrática. Si hay un país en el mundo en el que resulta más chocante, ese es España, un lugar donde nadie lee los manuales de instrucción ni los folletos explicativos de como funcionan los electrodomésticos o la herramienta de bricolage. Nadie sabe quien escribió la rutina protocolaria, pero ante cualquier acontecimiento anormal, un suceso trágico, un asesinato, un atentado o cualquier acto que inspire lástima y dolor a la ciudadanía, se aplica un protocolo inmediato, generalmente con el fin de aprovechar la vena dolitente y ponerse en plan pésame para una foto. Ya saben: un atentado en París o una mujer asesinada en su cocina y las fuerzas vivas salen a la puerta de su negocio y se ponen para una foto en un minuto de silencio, se dicen cuatro frases sobadas (“no podrán con nosotros” o “venceremos a esta lacra”) y la vida continúa sin más problemas que para los muertos.
Me dio el toque el pasado atentado en Londres, similar a otros atentados en otras capitales, en los que mueren unos turistas y unos residentes. Los políticos salieron al minuto de silencio para la foto, se pusieron las flores en el lugar habitual y se hicieron promesas de castigo y de persecución igual que siempre (los resultados serán los mismos) La fórmula la repitieron en otros países, que tienen, por lo visto, el mismo protocolo. Como están en campaña electoral, cada quien barrió para su terreno las condenas del atentado. La primera ministra en funciones británicas advirtió que ganarán la batalla al terrorismo, un argumento de pura fórmula que no dice nada, llevan diciéndolo hace años en todas partes del mundo, y la cosa no mejoró. Nadie va al fondo de la cuestión, a los orígenes. No hay nada espontáneo, todo está regulamentado. El terrorismo, en principio y entre otras cosas, es una cuestión semántica, aquel que es un terrorista para Occidente es un mártir heróico para muchos musulmanes; y viceversa, los ejércitos que bombardean zonas indeterminadas de Oriente Medio, destruyen un tanque islámico o un hospital, son para los musulmanes unos asesinos. Unos atacan Siria o Irak y otros atacan ciudades europeas. Mientras no se entienda eso y solo se busque la solucion protocolaria de hacer que se investiga (detienen a unos peligrosos yihadistas que dicen que iban a atentar, adivinación que suponen los policías) y enviar más bombarderos a los países islámicos que no pertenecen al selecto club de los emires, no se arreglará nada. Se sigue el protocolo: minuto de silencio, notas de pésame, flores y a otra cosa. La policía no detendrá a los terroristas potenciales, de hecho la policía solo triunfa en las series de televisión, en la vida real unas veces acierta y otras no resuelve nada. Los terroristas no son una secta de película rancia tipo Fumanchú, son la consecuencia de una situación armada a nivel mundial, en la que hay demasiados países implicados y muchas economías manchadas de sangre. No acabará mientras no se elimine la causa que lo genera, la guerra en los países de Oriente Medio, en la que hay más muertos que negocio. Los terrorista no siguen protocolos, improvisan.
La violencia doméstica, otro protocolo. Cada mujer muerta tiene un minuto de silencio para que hagan la foto de los alcaldes o del gobierno autonómico, una manifestación de vecinos de la víctima, y el ingreso en prisión (si no se suicidó) del presunto agresor. En el saco de la violencia de género se mete todo, sin entrar a analizar caso por caso; no es lo mismo el arrebato asesino de la-maté-porque-era-mía, que el premeditado que muchas veces queda sin solución, o la muerte con orden de alejamiento (un protocolo inútil, al alejado le importa muy poco que le ordenen alejarse si tiene la intención de asesinar) o la doble muerte a lo Stefan Sweig de la soledad un anciano desesperado y desesperanzado con su mujer convertida en vegetal año tras año. Todo lo meten en el mismo saco. Las cifras seguirán sumando, porque el minuto de silencio no arregla nada, las llamadas al 016 son muchas, las soluciones, protocolarias. En lugar de un pacto político tendría que haber ya estudios de sociólogos, psiquiatras y policías expertos en la materia que traten todos los aspectos del tema para prevenirlo. Porque una vez muerta la gente ya no vale el protocolo. Es un problema que necesita una regeneración de la sociedad en todos los estamentos y terrenos, trabajar para que la gente sea más justa, más digna y más culta. Y eso requiere ir al fondo de la cuestión, trabajar por una sociedad más feliz en la que el Yo no tenga más poder que el Tu y la rutina no gobierne.

No hay comentarios:

Publicar un comentario