viernes, 19 de mayo de 2017

Un país de jajá-jijí

J.A.Xesteira
Nada más lejos de mi intención que moralizar desde un escrito en los periódicos; ni los escritos son moralizadores ni las moralejas son convenientes, ni la moral, entendida como compendio de buenas costumbres, tiene nada que ver con lo legislado (aunque a veces coincida). Tampoco hay que hacer mención a la ética, que es una reivindicación necesaria y libre de la virtud. En los escritos de los periódicos, pese a que los escritores nos pongamos a veces moralizantes o nos vistamos con la pomposidad del moralizante, no hay que buscar enseñanzas. Está-científicamente-demostrado (valga la frase) que cualquier cosa que se escriba en forma de artículo periodístico será entendida por el posible lector (calculo, también de forma “científica”, que a cada articulista lo leen quince personas, incluidos familiares) según le vaya el día y según sus entendederas particulares. Dicho todo esto, y recordando el tango que decía que en el Siglo XX, cambalache problemático y febril, los inmorales nos habían igualado, y ya quedamos igualados, tengo que costatar que la inmoralidad impune (y aquí cualquiera entiende a que inmoralidad me refiero) que circula libremente por todo el país y que alcanza desde las más altas cotas político-económicas hasta los últimos rastacueros que habitamos el Estado español, nos parece importar a todos un rábano. La extensa mancha de aceite inmoral y corrupto que se va extendiendo por el partido en el poder y que alcanza de refilón (y de momento) a otros partidos no en el poder, debería ser materia suficiente para dos cosas a modo de reacción: indignación y actuación inmediata y fulminante (cárcel incluida) contra los inmorales, con devolución de los bienes publicos robados y distraidos hacia otros destinos ocultos. Cada semana aparece una novedad poco nueva, una nueva imputación, otra investigación, un hilo más de la madeja que envuelve las finanzas del PP (y no sólo del PP), algo que se supone, a poco que se tenga sentido común: no se puede gastar tanto en tanto bombo y platillo con las cuotas y los dineros legales de cada partido; por lógica pedestre ese dinero tiene que venir de algún maná celestial y oculto entre los milagros de las empresas y sus beneficios. El país está en escalada constante de corrupciones que siguen un proceso clásico: se destapan en algun medio interesado en dar la noticia como un fuego de luces; le sigue un desmentido del partido (últimamente le toca al PP y a Convergencia) que pone la mano en el fuego por el supuesto delincuente; a continuación viene un rifirrrafe entre distintos bandos con el estribillo sabido: “Vosotros, más”; sigue, a veces alguna detención con posible encarcelamiento con fianza u otra variedad judicial… Y ahí se acaba todo. Mejor dicho, ahí se eterniza todo, con un par de cabezaturcos entre rejas, los partidos blindados ante los ataques y los jueces enfrentados a una montaña legal sin los medios necesarios para escalarla.
¿Y el resto de los indignados ciudadanos que suelen comentar estas cosas? ¿Cómo reaccionan? ¿Cómo se indignan? ¿Que armas electorales esgrimen contra los que cometieron los delitos? Nada, hacen chistes en Twitter, muy ingeniosos, muy elaborados; hacen montajes y memes en Youtube con mucha gracia; se ríen en este país multicolor como abejas mayas con su inocencia y su bondad. Somos un país gracioso, chistoso, nos divertimos con tomarle el pelo a los grandes personajes de la sociedad, como si les pintáramos bigotes y gafas. Somos un país de jajá-jijí. ¿Que el mercado laboral presenta un balance de millones de personas sin trabajo, millones de personas con un trabajo semiesclavo con salarios miserables y jornadas de muchas horas camufladas? Pues bueno, sacamos un chiste de becarios en la red y al rato se ríe toda España de los becarios que trabajan y no cobran. ¿Que esta pasada semana le tocó a Cifuentes ser la sospechosa habitual de cada semana en el PP? Pues se le saca en un tuit con un texto haciendo una gracia. ¿Que los bancos que un día se llevaron dinero público para tapar sus delitos ganan cada semestre  porcentajes que nunca le aplicarán a las pensiones? Pues se descarga el cabreo en la red  en forma de coña ácida, pero coña sin más. Y así sucesivamente hemos convertido la realidad dura de la sociedad, que avanza a trancas y barrancas (aunque la imagen que dan los Medios es que somos un país bollante y la envidia de Europa, falsedad facilmente comprobable en cuanto se sale de la frontera) en un chiste malo de hoja de calendario, que se ríe en el momento y se tira a la papelera.
Hubo un tiempo en que el humor nos salvaba de la úlcera de la dictadura; se hacían chistes de bar que corrían de boca en boca, como analgéscio contra una situación en la que no había lugar judicial ni más recurso de protesta  que callarse o llevar hostias. El humor, el chiste en los tiempos pre internet, era una válvula que nos mantenía en pie. Pero ahora mismo utilizar el chiste instantáneo y constante como sustituto del derecho a la protesta es inmoral (entiénda cada uno la palabra inmoral, como dije más atrás). Todo ese despliegue de habilidad e imaginación para hacer gracias en los teléfonos enmascara un problema mayor: la ausencia de razonamiednto crítico y la pérdida de la dignidad ciudadana. Los mismos políticos (o sus chistosos a sueldo de sus tuits) tienen más argumentos en la estupidez tuitera que en el cometido de sus funciones como políticos. Ya no trabajan (les pagamos para eso) en conseguir que todos vivamos mejor, simplemente se sientan en un sofá a teclear tuits muy graciosos con los que agradar a sus posibles votantes. No somos un país serio (se puede ser serio y gracioso a la vez, pero no triste) Mientras la sociedad contemple lo que está pasando como si fuera un programa de humor televisado mal anda la cosa. Un día nos daremos cuenta de que el programa terminó y lo que viene ya no tiene ninguna gracia. Nos lo dirán en un tuit, pero no tendremos risas que llevarnos a la boca.

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