sábado, 9 de julio de 2016

Pasmados e indiferentes

J.A.Xesteira
Si hubiera (que a lo mejor ya lo hay) un medidor de reacción del ciudadano ante las leyes y las situaciones políticas, en este momento daría cero indiferente. Hace unos años, también. En realidad, en esta zona del universo europeo la indiferencia, la apatía y la falta de capacidad de reacción es proverbial. Desde que estrenamos la democracia (entendida como una de las bellas artes) simplemente hemos trasladado a la figura del Político el trabajo que cada ciudadano debe sostener para evitar que nos tomen el pelo; en la figura del Político, un poco paternal un poco administradora, como si fuera nuestro mayordomo, hemos depositado la labor de hacernos la vida más feliz, sin preocuparnos de controlar ni fiscalizar, aceptando como bueno todo lo que el Político haga, incluidos los delitos manifiestos en los que suele caer la clase dirigente, las consabidas corrupciones, el desinterés evidente por la cosa pública (pronto tranformable en privada para bien nuestro según evidencia el Político ante nuestra impasibilidad) o mentir y prevaricar con total impunidad (es posible en este caso que si se nos ocurriera denunciar a uno de ellos por manifiesta corrupción o prevaricación fuéramos nosotros, los denunciadores los que acabáramos en el banquillo de acusados) El Político es capaz de inventar leyes y promulgar decretos de obligado cumplimiento sin que nadie lleve la contraria. Muchas de esas leyes son estupideces, otras fueron promulgadas como negocio, enmascaradas en la necesidad de hacerlo por nuestra seguridad, aunque fuera más que sospechoso que después de hacer un gasto ciudadano obligado por ley la seguridad y la ley queden en el olvido.
Tomemos el ejemplo de la ley que prohibió en su día fumar en lugar público y convirtió a las cafeterías en dos zonas, la abrigada y la intemperie. Nadie protestó, y los sufridos fumadores, señalados por el dedo de la ley, fueron arrinconados en guetos sin protestar. Ahora acaban de declarar playas sin fumadores, y nadie protesta, como si los fumadores llenaran los arenales de toneladas de colillas y contaminaran el océano. Es una escalada de absurdos que acabará (¿qué se apuestan?) en la prohibición de mear en el mar, con multa incorporada. Cosas más raras se prohibieron y se prohiben. Hace unos días me contaban que en un determinado recinto empresarial han prohibido que los chóferes de camiones anden en pantalón corto. El ser mandante, el Mandón, es una subespecie humana con tendencia paranoide a dictar prohibiciones. En el Político, si nadie se opone –y nadie se está oponiendo a nada– se manifiesta en el dictado de leyes, muchas leyes, miles de leyes que ni siquiera el juez más viejo de la tribu puede conocer (es una cuestión de capacidad volumétrica) El viejo eslogan de “Prohibido prohibir”, de Mayo del 68 (Siglo XX) quedó convertido, como todo, en un letrero de camiseta. Aquel mayo fue una de las últimas ocasiones en que la ciudadanía pensó como ciudadanos y se opuso al Político (incluso lo echó de la presidencia de Francia) Pero desde aquella, el Político, que aprendió muy bien la lección, mantiene a la ciudadanía como al rebaño de Panurgo, sin reacción ante lo evidente. Nadie se plantea que los que hacen las leyes, las dictan y las aprueban en el Congreso, es decir, el Político, solo es (salvo escasas excepciones) un concejal venido a más, que adapta el poder democrático a su conveniencia. Sólo así se explican tantas leyes absurdas y caras. Un día de estos saldrá una ley para la seguridad del tráfico vial prohibiendo meter el dedo en la nariz en los semáforos. Ese día el Político habrá alcanzado su zenit y la ciudadanía dejará de hurgarse las narices sin protestar.
Contando con que una parte de la ciudanía dejó de pensar y otra parte, por mucho que proteste en procesiones reivindicactivas nunca conseguirá nada, el Político tiene veda abierta para hacer lo que le dé la gana. ¿Se acuerdan de aquel famoso trío de las Azores? Aquellas tres sonrisas triunfantes que declararon la guerra a Irak; aquellos tres tipos, que si los veo venir en coche no cruzo la calle, porque son de los que no paran en los pasos cebra, mintieron de la forma más descarada. Se sabía. Bush decidió hacer la guerra a Irak, como su papá, aprovechando el 11-S, con el que Sadam Hussein no tenía nada que ver, para beneficiar al petróleo de sus amigos saudíes (que sí tenían algo que ver con  el 11-S). Tony Blair se apuntó, y Aznar terció, seguramente porque su complejo de patio de colegio le llevaba a ser amigo de los fuertes. Todo el mundo sabía que mentían. Los informes británicos denunciaban la ilegalidad de la misión y la falsedad de lo que afirmaban los americanos; la ONU no apoyó la guerra y Francia denunció en Naciones Unidas la maniobra. Hoy, catorce años después, un informe británico afirma que se mintío, se ignoró a la ciudadanía y se metieron en una guerra sin justificación alguna, todo cosa sabida y publicada. Tony Blair acaba de pedir perdón, al estilo vaticano (joden a Galileo y le piden perdón varios siglos después). No vale. Lo que si puede valer es la querella contra el ex primer ministro de las familias de los que murieron solo por la prepotencia estúpida de tres presidentes (que hoy cobran una pasta gansa por conferencias y ser miembros de consejos de multinacionales) Puede que, a pesar del tiempo, las cosas se enderecen, pero ya será tarde, siempre es tarde cuando la inacción de los ciudadanos acaba en la contemplación del espectáculo político como si fuera una realidad virtual, una mezcla de Juego de Tronos y Super Mario Bros.
Hace falta una recuperación del sentido común en la ciudadanía, que sea libre de elegir a su Político, pero que, al mismo tiempo se implique en la sociedad, más allá de la apatía. Las quejas nunca tienen efecto retroactivo; como decía el otro día una enfermera en una sala de espera a una persona que se quejaba de la lentitud de la atención: “Votan lo que votan y pasa lo que pasa”. Ese es el primer principio de la termodinámica política.

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