sábado, 16 de julio de 2016

Desmemorias contra la misma piedra

J.A.Xesteira
El ser humano es el único animal (racional a veces, otras, no) que tropieza mil y una veces en la misma piedra, según  reza el refrán y la evidencia histórica. El aforismo de que un pueblo que no tiene memoria está obligado a repetir la historia (por el lado malo de la historia) es cierto y fatal, no hay manera de que el pueblo (entendiendo por el pueblo el padrón municipal, no el que unido jamás será vencido –otra poco afortunada ilusión–) aprenda de sus propios errores. El ser humano tropezará una y otra vez y pisará las mismas cacas aunque se las señales con luces rojas de destellos. Los demás animales, los no racionales, aprenden del primer error, el gato huye del agua y el perro sabe quien fue el que le pegó una vez, el elefante no olvida nunca; les basta una experiencia breve para no volver a repetir el error; solo los peces, que no tienen memoria, a excepción de Moby Dick y Flipper (que son peces mamíferos y por eso recuerdan) muerden el anzuelo y caen en las nasas; a los demás hay que disfrazarles mucho la experiencia negativa para pillarlos en el renuncio.
Vemos los choques entre los que reclaman la aplicación de la Ley de Memoria Histórica y los gobernantes, reacios a facilitar las cosas a los familiares de los asesinados en las cunetas, muertos de hace más de 80 años. Pero no hay que ir tan lejos; la memoria de tiempos más recientes, en los que ya no vivía Franco y la democracia parecía un amanecer brillante y esperanzador, es flaca y el pueblo de ahora mismo (llamémosle pueblo a los millones de parados, a los que tienen trabajo precario y al resto) ya no se acuerda de cosas de hace unos cuantos años y tropiezan una y otra vez contra esa piedra que tiene el tamaño de un menhir de Obelix.
Si hiciéramos una simulación de lo que va a pasar, sin ánimo de meternos a adivinos, simplemente un supuesto teoríco, creo que podemos afirmar que dentro de unos cinco años no nos acordaremos de que ahora mismo Gran Bretaña abandonó la Unión Europea y se produjo un revuelo catastrofista de consecuencias en este momento imprevisibles. Dentro de unos años, cuando el “Brexit” ya sea olvido y se pueda comprobar que un país puede existir fuera de la Unión Europea, nadie se acordará ahora de los miedos que ahora avisan de que viene el lobo y que los tres cerditos cantan la conocida melodía dentro de sus casitas (unas de paja, otras de palos y otras de ladrillo cara vista). Toda la palabrería inútil de ahora será olvidada, porque ya estaremos viviendo en otro mundo y otro tiempo, a punto de partirnos la cabeza, seguramente, contra otro nuevo perpiaño.
Crece el euroescepticismo, desconfiamos de ese club europeo manejado en la distancia por las grandes corporaciones y los grupos de alta mafia (léase Bilderberg) que nos hacen ofertas que no podremos rechazar, porque quien manda, manda. Portugal y Grecia, los cerditos con casa de paja (la española es de palos) ya apuntan la posibilidad de un referendo. Las televisiones españolas no dicen nada de esto, pero basta con cruzar el Miño, comprar un periódico portugués, para enterarse de cosas que el periodismo español ignora. Por el momento no es posible con la ley en la mano, pero la ley en la mano puede cambiarse en un pispás; todo lo que pueda ser imaginado puede hacerse real.
A veces los hechos, que son tercos, vuelven y nos acordamos de lo que habíamos olvidado, quizás porque el pueblo (el conjunto de gente que se va de vacaciones y gente que no puede salir de vacaciones) se ha intalado en el papel cómodo del espectador. En aquel trío de las Azores había un cuarto hombre (como D’Artagnan en los tres mosqueteros) que era Durão Barroso, que fue primer ministro, presidente de la Comisión Europea y representante de la Lusitania en el grupo Bilderberg, y acaba de fichar, una vez jubilado jubiloso, por el grupo Goldman Sachs (banco con poder político). Pues ahí va ahora Durão Barroso, mientras los parlamentarios de su país, a la luz de los informes británicos, quiere que el nuevo banquero explique como fue aquello de la guerra de Irak, de la que ya no tenemos memoria. De Aznar no se sabe nada, ni nos acordamos de que fue nuestro hombre en Texas, con acento, botas y puro (le faltaba el poncho). No nos interesa, porque nuestro pasado no nos pertenece, tenemos memoria histórica de faneca; nuestros recuerdos caducan más rápido que un yogur. Quizás por eso los fantasmas del pasado aparecen en el presente como seres vivos, como si  nunca antes los hubiera votado el pueblo (entendido aquí como el censo electoral, portador de votos eternos). Todos aquellos que un día fueron los depositarios de nuestra confianza y que después acabaron en consejos financieros (los más importantes) o en panteones senatoriales (los de segunda fila) reaparecen para guiarnos por el buen camino. A veces dicen lo contrario de lo que decían antes, con lo cual no llegamos a saber si mentían en el poder o mienten ahora. A veces avisan a sus partidos de que están equivocados (cada vez que Aznar o Felipe González hablan tiemblan en sus partidos) Todos hablan y nos dicen que tienen que pactar con sus rivales, o que hay que reformar el mercado laboral (aún más que cuando ellos estaban en el poder) o que hay que reformar lo que ellos no reformaron. Todos hablan porque el pueblo (aquí si, todos los ciudadanos sin distinción) nos hemos olvidado de los que ahora nos avisan de que viene el lobo. El rey Juan Carlos, cuyo reinado también caerá en el olvido, pasará a la historia por una sola frase: “¿Por qué no te callas?” Fue su gran momento, pero los antiguos dirigentes, ahora al servicio de un gran Capital cada vez más grande, no se aplican el cuento, y el pueblo (el conjunto de desmemoriados) ni nos acordamos de lo que fueron ni de lo que hicieron.

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