domingo, 13 de septiembre de 2015

Tiempo de abuelos

J.A.Xesteira
Los abuelos han vuelto al cole. Los nietos, también. Las antiguas organizaciones familiares sobre los niños y el colegio hace años que cambiaron radicalmente. Más o menos por los tiempos en que la mujer se incorporó al mercado laboral (no al trabajo, en el que nunca dejó de estar). A estas alturas ya debe haber estudios sociológicos y psicológicos sobre el tema. Y estadísticas, que nunca faltan, como perejil en salsa. Supongo –no soy sociólogo ni psicólogo ni me interesan mucho las estadísticas– que las dos causas principales para que los abuelos formen batallones en los colegios de sus nietos son dos: mayor perspectivas de vida (en condiciones físicas decentes) y anticipación de la jubilación. Por lo tanto, esta semana comenzó el cole, con los abuelos (abunda el sector masculino, porque la abuela es la que hace la comida para todos, en un reparto de roles muy estandarizado) a la puerta de los centros, preparado para recoger al niño, recibir los recados de la profe (también aquí abundan más las mujeres) y escuchar las aventuras de la tercera generación, un mocoso que maneja los ordenadores como nada, habla en otro lenguaje y devuelve a los abuelos algo que habían olvidado: la ternura.
Si pasamos por delante de un colegio veremos grupos de jubilados tomando el sol y comentando las noticias. Reproducen las mismas estructuras de la juventud, y se juntan por afinidades laborales, políticas o futbolísticas, y rechazan al de otra banda, al pesado o al que ya no “ajuntaban” de niños. Los esquemas se reproducen. Son los abuelos que hicieron la Transición (o lo que fuera que hicieran), los que pelearon por unos derechos laborales en las calles (que más tarde tiraron por el retrete los políticos que los mismos abuelos ayudaron a llegar al poder), los que metieron este país en Europa, pelearon en el Mayo del 68, y sólo sacaron en limpio (pero, eso si, bien limpia) la pensión de jubilación a la que tienen derecho porque esa es la base del pacto entre la ciudadanía y el Estado. Hay otros abuelos que se forraron en el paso de la dictadura a la democracia, pero esos no van a buscar a nos nietos a las puertas del colegio, los tienen en otros colegios más caros e importantes con la pretensión (casi siempre vana) de hacer de ellos cachorros de triunfadores.
Los abuelos de las puertas del cole regresan caminando con los nietos, puede que hagan una parada cómplice para tomar unas cañas con pincho de tortilla, y dos generaciones se sentarán a comer sin la tercera generación, la del medio, porque el sistema obliga. El sistema se sostiene (no es un eufemismo) en gran parte gracias a los abuelos. En muchos hogares no solo son los que crean el núcleo familiar en torno al niño, sino que, desgraciadamente, sus jubilaciones son el único sostén de muchas familias, mientras la parte del medio –los hijos de los abuelos, padres de los nietos– trampea la vida en medio de trabajos mal pagados y de escasa duración, que después venderán los políticos como cifra de ocupación, en una estadística más falsa que un senador de palo. Los abuelos son una fuerza, aunque no lo saben (pero si intuyen vagamente) porque están en condiciones físicas de volver a reclamar en la calle lo que les dé la gana, porque tienen un voto en la recámara de la pistola electoral y ya saben más por viejos (no les llamen mayores, además de ser un error gramatical es un eufemismo hipócrita) que por diablos jubilados. Los abuelos son una fuerza numérica a tener en cuenta; las estadísticas y las esquelas lo respaldan. Y, por lo que se ve por ahí, mantienen el IPC (Índice Personal de Cabreo, no confundir) intacto y a punto de no-me-toques-las-pelotas. Y además son sensibles, porque ya han visto el otro lado de la luna.
La imagen de estos días, la del niño muerto en la playa, ha hecho correr ríos de palabrería vana. En este caso, como en otros, esa imagen vale más que las mil palabras que escribe cualquiera en un periódico. Esa imagen debería valer para que se hiciera un enorme silencio que la propia imagen sustituye. Lo dice todo, y no hacía falta que los comentaristas justificaran su prosa maravillosa aprovechando esa muerte, ni que los políticos se sintieran golpeados y abrumados de boca para la rueda de prensa como dijeron. Quizás no se dieron cuenta, porque la mayor parte de los políticos están metidos en una absurda campaña electoral sobre los catalanes y sus cosas. Pero esa foto, ese niño muerto, es algo mucho más importante: cada abuelo ha visto en ese pequeño cadáver a un nieto. El pequeño sirio ahogado en la playa turca era el Nieto de todos, el niño que no volverá al cole (y tampoco tenía cole, se lo habían bombardeado).
Ahora andan todos intentando arreglar un problema que se les viene encima. Los miles de fugitivos (el ministro de Interior les llama inmigrantes, lo cual define el nivel mental de un ministro) de una guerra en la que se cuecen grandes negocios, que consume mucho del armamento vendido, entre otros, por España, a través de su Ministerio de Grandes Negocios Bélicos (le llaman oficialmente de otra manera) Ahora no saben donde meterlos y los quieren repartir por varios países. Podían meterlos a todos en Luxemburgo, un país que no sirve para nada y tiene el mayor PIB por habitante del mundo. Hablarán mucho, repartirán a los refugiados en diferentes campos de concentración civilizados, pero no resolverán el problema. Porque el problema, lo dijo otro Nieto sirio, está en sus tierras, de donde no se quieren ir. “Paren la guerra, queremos ir a nuestras casas”. Decía el niño. En el mundo no mandan los abuelos, excepto en el Vaticano, donde Francisco, un abuelo (al menos por edad) ve las cosas desde el punto de vista de los viejos. Y hay que tener cuidado con el cabreo de los abuelos, pueden aguantar las crisis y los recortes, pero no soportan que le maten a un nieto en una playa de Turquía.

1 comentario:

  1. "Era el Nieto de todos"... El mejor titular posible, con permiso del silencio.

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