sábado, 5 de septiembre de 2015

La duda y la fe


J.A.Xesteira
El fenómeno sociopolítico geoestratégico conocido como “soberanismo catalán” tiene, entre sus hipotéticas virtudes y defectos, la sorpresa, el milagro transformador de poner de acuerdo a Felipe González con el PP y con Josemaría Aznar (en este orden, con posibilidades de añadidos según pasa el tiempo). Lo que no fueron capaces de unir ni las necesidades del pueblo español ni los consensos parlamentarios lo acaba de hacer Artur Mas, el Sospechoso, y sus compañeros de orfeón catalanista. Ante su presencia y sus intenciones confesas, los otrora enemigos pasaron del “¡Váyase, señor González!” al “Estoy presente en esa carta” (la de González) y formar un frente español frente a la conspiración catalana. No leí la carta de Felipe González (ni pienso leerla), porque en estos casos es más interesante el efecto que la causa (como si nos dan una pedrada y nos ponemos a examinar la piedra en lugar de curar el chichón). Y el efecto es variable, como el tiempo. Por un lado ha conseguido animar más a los catalanistas, que ven como su idea (independiente de la viabilidad de la misma o de su constitucionalidad o lo que usted quiera, esté a favor o en contra) es rechazada por extrañas parejas que en tiempos fueron enemigos mortales. Por otra parte, Felipe, cada vez que abre la boca le hunde las expectativas de voto al que fue su partido (ignoro ahora si es socialista o sólamente habla como consejero aburrido de alguna corporación financiera); lo mismo le sucede a Josemari Aznar, el Fibroso, que consigue hacer lo propio con su partido. En ambas formaciones deben estar poniendo velas al santo patrono de los mudos para que se callen. No lo harán, porque ambos pertenecen a un club selecto, el de los Walking Dead, los líderes que un día fueron reyes del mambo y que hoy son sólo zombies de pata negra. En ese club están unos cuantos muertos vivientes, como Blair, Clinton y alguno más, que cobran una pasta gansa por decir lo contrario de lo que decían cuando eran presidentes o primeros ministros. Ahora recorren el mundo dando conferencias y cursos, asesorando corporaciones financieras, defendiendo prisioneros de los malvados boliviaranos (o haciendo que los defienden; algo raro ocurrió por el medio, porque el prisionero no fue rescatado por el intrépido abogado) o mediando en el conflicto palestino (un conflicto fortalecido en tiempos del Eje del Mal). Aparecen en medio de gran aparato mediático para dejarnos su mensaje, pero no se dan cuenta de que están muertos, y todos (incluídos sus seguidores, que los aplauden con guantes y les alaban con la boca pequeña) somos como el niño de la película: vemos muertos y lo sabemos. 
No nos fiamos de ellos. Seuramente porque tenemos otros de quien fiarnos (cada quien con sus preferencias políticas); ellos están caducados, aunque salgan de vez en cuando de sus tumbas bien remuneradas para darnos un susto. No nos fiamos de nada, porque si hay algo de lo que estamos seguros es que en este momentos dudamos de todo. Nos han estafado tantas veces que dudamos hasta de lo que creemos. Hemos perdido la fe, porque también, con ella hemos perdido nuestro dinero en cuentas y productos bancarios, hemos perdido el poder adquisitivo de nuestras pensiones, hemos perdido la confianza en las viejas fórmulas, desconfiamos de los datos estadísticos y de las bonanzas anunciadas en los periódicos de que las cifras económicas mejoran. Sabemos que la política y los políticos son un mal necesario y tratamos de amortiguar el mal poniendo y quitando políticos según nos parezca y según podamos elegir del mercado de políticos, pero una vez que se han muerto y pasado a disfrutar del paraiso millonario, ya no. 
Nuestras dudas casi siempre se confirman, nuestra fe siempre se frustra. Teníamos fe en los bancos, y cada uno “trabajaba” con el suyo, de la misma manera que tenía su peluquero, su marca de tabaco, su niki con cocodrilo o caballito, su marca de cerveza… Éramos fieles a una serie de cosas, al club de fútbol (uno de los últimos monolitos de adoración) o al partido político. Y así nos fue. Los bancos, que eran un lugar en el que conocíamos a los que trabajaban y confiábamos en esas instituciones para tener nuestro dinero más seguro que debajo del colchón, no son más que la versión corporativa e inmensa de aquel personaje de “El Padrino II”, don  Fanucci, ¿recuerdan? (en caso contrario ver, por favor, la película es imperdonable no hacerlo) el hombre de blanco, amable, sonriente, colega, que cobraba un impuesto protector (una tasa por depósito bancario) al tiempo que prestaba dinero y mantenía un status en el comercio del barrio que hacía que todo funcionase (al menos en apariencia) Si vieron la película, saben como acabó la cosa. Ya no hay fe en los bancos, se gastaron nuestro dinero y tuvimos que prestarle más de nuestro propio dinero (¿han devuelto algo?) y no hay fe en los partidos políticos, por más que nos digan que mejoran los resultados económicos y las expectativas de futuro, de creación de empleo, de producto interior bruto, de crecimiento económico… En fin, de todas esas cosas que ya decían los zombies cuando estaban vivos y en sus moncloas. A poca memoria que tengamos no hay una sola de las promesas que se hacecn ahora, desde el Gobierno o desde la oposición que no se haya hecho antes. Y los resultados los conocemos. Tenemos más dudas que fe. Pero como el ser humano es como es, volveremos a creer en los nuevos mesías, en las nuevas promesas, incuso los catalanes creerán en sus soberanistas (¿por qué no?) y el resto en lo que se pueda. Con nuestras dudas y nuestra certeza de que nos están estafando, de la misma manera que hicieron en anteriores ocasiones. Y cuando venga otro ciclo y aparezcan nuevas generaciones, aparecerán nuevos zombies y nuevas promesas. Cabe la posibilidad de que en algún momento alguien pegue un puñetazo en la mesa y rompa el naipe. En cualquier caso, será muy interesante contemplar al actual presidente cuando pase a la condición de muerto viviente y se nos aparezca en los Medios. ¿Qué dirá? 

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