domingo, 8 de febrero de 2015

La izquierda

Diario de Pontevedra. 06/02/2015 - J.A. Xesteira
Me explicaron hace tiempo, cuando era el tiempo de recibir explicaciones de los profesores, que los conceptos políticos de derechas e izquierdas venía de la Revolución Francesa, de la situación que tenían los que se sentaban en la Asamblea Constituyente que quería limitar los derechos del rey; los de la derecha querían mantener los privilegios reales y los de la parte izquierda querían dar más poder al pueblo y menos al rey absolutista. Desde aquel momento, los conceptos han seguido manteniéndose con las variaciones que el tiempo trae; básicamente, la izquierda defiende el cambio político social para mejora de la ciudadanía, y la derecha se opone a ese cambio, también para mejorar a la ciudadanía. El correr del tiempo fue retorciendo los conceptos, y la izquierda fue escribiéndo variaciones sobre el tema según le llovieran los golpes, y la derecha trató de vestirse de reformador social según le conviniera la situación. Al final, la famosa economía imbécil barnizó derechas e izquierdas y, como un moderno Mefistófeles, cautivó a los Faustos de cualquier signo, que se dejaron acunar por los cantos de sirenas financieras que desdibujaron el paisaje y camuflaron a los políticos hasta el extremo de disfrazarlos de eso, de políticos, independientemente del signo que tuvieran o decían tener; con ello dieron pie a la conocida frase: “todos son iguales”, que, al menos en el aspecto externo, era cierta. Porque el aspecto era básico, y no vestía lo mismo un comunista que un socialista que un nacionalista que un tecnócrata que un hijo de la derecha con futuro. La televisión y los asesores de imagen cambiaron las modas. Como la derecha no tenía problemas, porque su estado es adaptable a las circunstancias, se mantuvo en su sitio, amagando con detalles de representante del bienestar social y de la sociedad del bienestar, condiciones que le vinieron impuestas por exigencias gatopardianas (“hacer que se cambia pero no cambiar nada”). La izquierda lo tuvo más difícil. Desde su viaje de la clandestinidad marxista (comunistas, principalmente, de trenka y pana) tuvieron que pasar por adaptarse a los cambios externos que, a la postre fueron también internos; se perdieron los conceptos de marxista y por el camino, el socialismo dejó de ser obrero y casi socialista (mantienen el nombre, pero sus movimientos son, muchas veces, puramente capitalistas) Al final del camino, es decir, ayer por la tarde, están ausentes los comunistas, integrados en una amalgama llamada IU, desaparecidos los viejos grupúsculos de tendencias variadas; los socialistas depauperados después de aburrir a los jóvenes y cabrear a los viejos. 
Pero los hechos siguen siendo tan tercos como antes, y lo que se esconde acaba por reaparecer. Y han bastado dos cosas para que reaparezca la izquierda. Primero aparece Podemos, que, sin ser nada más que la forma concreta de un sentimiento de cambio, generada en la calle por gente joven, ha pasado a ser el enemigo de los partidos instalados en su estatus quo, discutiendo entre ellos al estilo bizantino. Después aparecen los griegos haciendo uso de su invento milenario, la democracia, y eligen a unos tipos que, de entrada le plantan cara a Europa, y de salida dicen que ya lo veremos. Y eso, por mucho que digan, ha provocado que todos los partidos españoles instalados en sus escaños se miren el culo de paja, porque hay muchos mecheros con ganas de quemárselo. Como los grandes estrategas no son tan tontos como creemos, han visto que el gobierno de Tsipras le pega un corte de mangas a la Troika, el verdadero poder europeo en la sombra y le dicen que no negocian; y, a continuación, se niegan a formar bloque contra Rusia. Y Bruselas recoge velas mientras la ciudadanía aplaude (a la ciudadanía siempre le gustaron los gestos de chulería de los pequeños contra los grandes). 
El resultado es que la derecha española, concretada para su bien en el PP, saca cuentas, números, estadísticas y trata de convencer al personal (me acaba de escribir una ministra para decirme lo bien que me va con este gobierno y que mi pensión aumentó en 4 euros al mes). El resto de los partidos, con las excepciones ambiguas se ha dado cuenta de que en tiempos fueron izquierda. Y ahora lo dicen. En pocos días hemos visto a Sánchez decir que “somos la izquierda”, y a los de Podemos, que también, son la izquierda. Por supuesto los de IU recuerdan que son la izquierda (por lo menos en el nombre y en su triste caminar). Pero a estas alturas deberían redefinir la izquierda; ¿son comunistas?, ¿son marxistas?, ¿son socialdemócratas liberales?, ¿son ecologisto-feministas-pacifistas-antiglobalistas?, ¿son laicos pero no tanto? El problema está en que ya no se distingue a simple vista a la izquierda, tanto tiempo desdibujándose para conseguir esos votos volantes que van de acá para allá sin criterio alguno, que ya no se sabe como se es de izquierdas. En lugar de haber creado una educación política que formara ciudadanos con criterio propio, se apuntaron durante años a la política de alimentar al ciudadano y la ciudadana (la única aportación fue esa política correcta de partir la gramática en dos géneros) con televisiones y solaparse con la derecha en un estilo que imponía la moda del capitalismo bruselés. 
Un cantante-filósofo italiano ya fallecido, Giorgio Gaber, un tipo que convendría conocer, decía en una canción allá por los años 70-80 (siglo pasado), titulada “Destra-Sinistra” que las diferencias eran claras: “Si fuma Marlboro, de derechas, pero si el Marlboro es de contrabando, es de izquierdas”, “los conciertos en los estadios son de izquierdas, pero los precios son de derechas”, “el chocolate suizo es de derechas, la Nocilla, de izquierdas”, “el viejo moralismo es de izquierdas, la ausencia de moral, de derechas”, “el pensamiento liberal es de derechas, pero es también bueno para la izquierda”. Entre bromas un punto cínicas, había unas diferencias. Ahora se empeñan todos en decir que son de izquierdas, pero esos son conceptos que hay que pronunciar siempre en tercera persona; como “guapo” o “demócrata”, no vale decirlo de uno mismo, tienen que decirlo los demás, y, sobre todo, tienen que decirlo los hechos, las obras.

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