miércoles, 19 de febrero de 2014

La sociedad en la red


Diario de Pontevdra. 15/02/2014 - J.A. Xesteira
Una moza de telediario dice, y lo veo de pasada, que Facebook es el fenómeno más importante del siglo XXI; como publicidad no está mal, pero si consideramos que al siglo le quedan por delante 86 años, es aventurar mucho. La de cosas que pueden pasar en el siglo es algo impredecible. Basta con echar la vista atrás y ver la futurología del pasado (aquella ciencia ficción de tebeo que no se cumple) y como los cambios radicales aceleraron un proceso social que no estaba en el libro de instrucciones. Pero tonterías informativas aparte, las redes sociales se han apoderado de un sector del pensamiento y la acción de la sociedad que no está ni controlada ni experimentada. Su vigencia es evidente; dejando a un lado a «defectuosos» como el que esto escribe, que no estamos ni en Twitter ni en Facebook ni prendidos a la marea de conocidos (me mantengo con un mísero blog, mientras que mi familia y amigos están interconectados permanentemente a través de los círculos mágicos que manejan con el pulgar, el dedo prensil que nació en los primates para poder comer y agarrarse a la rama del árbol). Es corriente ver (y chocar con) gente joven y menos joven que van por la calle mandando o recibiendo información a través de sus artefactos de pequeña pantalla en los que llevan su vida metida. También es frecuente contemplar la dependencia de lo que aparece en esa pantalla, como si fuera la bola mágica o el espejito de la madrastra; antes había una discusión de bar o de cena de amigos y podíamos estar con esa discusión horas; ahora, enseguida se corta con un rápido vistazo al Google, que nos responderá el año de la batalla, los goles del partido, la capital africana, el actor de la película o el título de la canción (y la canción, la película, el partido, la capital y casi la batalla, colgado en Youtube) La dependencia es grande, la utilidad también, los inconvenientes irán apareciendo sobre la marcha, el futuro es –como siempre– incierto. 
El presente, no. Cambio de escenario, cambio de reflexión. Voy a un restaurante; en una mesa del fondo alcanzo a ver a un hombre solo que hace años me fue presentado y que conocí durante un breve espacio de tiempo; no me reconoce, pero tampoco me ve: está disfrutando de una centolla para el solo mientras observa de reojo a su teléfono-tableta; come solo y toda su atención se reparte entre el marisco y el teléfono. En otra mesa, dos mujeres jóvenes comen pulpo y beben cocacola y una de esas gaseosas energéticas mientras manipulan sus teléfonos (no hay relación entre comer pulpo con gaseosa y mirar el teléfono, es una cuestión circunstancial) y de pronto una de ellas pulsa y sale una musiquita que le enseña a su compañera, es un «cumpleaños feliz» y supongo que será la grabación mil millones de un cumpleaños con teléfono; siguen picando pulpo y escrutando las pantallas. Otra mesa: tres hombres jóvenes comerciales (tienen un uniforme estándar del comercial), cada uno habla con alguien con el teléfono o mandan mensajes de cualquier cosa; no se hablan entre ellos y la comida se les enfría en el plato. En la mesa de al lado, dos hombres hablan entre si; por lo que escucho tienen algún negocio entre manos, seguramente quedaron a comer para hablar y para concretar, son los únicos que hablan, pero casi de improviso, de uno de los teléfonos que tienen sobre el mantel suena esa música tan conocida que viene de serie en los aparatos, el hombre lo coge y habla y el otro aprovecha para hacer una llamada. Los únicos que no usamos tecnologías somos el camarero (con libreta y un bolígrafo para tomar la nota, aunque el de la comanda lo teclea en una pantalla digital) y yo, que me dedico a observarlos a todos. Todos están unidos a una red, pero la sociedad que los reúne no está allí; la red Restaurante no une, ni siquiera la comida, que es un elemento paralelo a sus conversaciones y su vida virtual. La real es una reunión de comensales con la mente en otro mundo. ¿Qué quiero decir con esto? Nada en absoluto, las filosofías se me dan mal. Sólo anoto un detalle que seguramente a más de uno se le hará familiar, bien en el restaurante, bien en cualquier otro sitio.
 No hay marcha atrás. El futuro puede ser cualquier cosa, pero ahora mismo, las redes sociales, comunican al instante a toda la sociedad, unen por grupos extensos de afinidades, de amistades y de elección personal a toda la sociedad, pero ¿a que sociedad? Eso es algo que los sociólogos y todos los estudiosos del hecho social tendrán que estudiar (y les queda un largo camino por delante y muchas meteduras de pata que corregir) Entre las pocas evidencias que se pueden mostrar está la materia que se comunica a través de las redes que tanto absorben a la ciudadanía ambulante o sentada en un café. ¿Que se comunica? Aunque parezca un contrasentido, por lo que se ve en toda la información que nos llega a nuestras pantallas, la nostalgia principalmente, la contemplación de ver como éramos, de ver como era nuestro pueblo, como era nuestra juventud. Raro es el día en el que no llega un correo con imágenes de «nuestra época», que es esa edad inconcreta, en torno a los veinte años, que reconocemos como la edad en que «éramos» nosotros. La nostalgia del tiempo perdido. Porque el futuro (ya lo dije), es incierto, y el presente nos está colocando en compartimentos: los niños, en una serie de habitaciones en las que tienen que aprender todos juntos (a leer, música, judo, inglés y otras cosas) hasta la hora en que los recojan sus abuelos, que están en el compartimento de los jubilados (con la variable de los que almacenamos en los geriátricos), mientras la gente joven y de mediana edad está en el compartimento laboral (activo en precario o pasivo en paro). Pero todos unidos en una sociedad virtual que no podemos dominar, sólo contemplar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario