miércoles, 19 de febrero de 2014

La polític a es deporte


Diario de Pontevedra. 08/02/2014 - J.A. Xesteira
A veces, los profesionales del periodismo encienden destellos que hacen pensar que deben quedar rescoldos entre las cenizas de lo que fue. La foto de prensa, la que antes valía más que mil palabras (todo dependía de quien apretaba el disparador de la máquina o de que quien tecleaba las palabras), estaba en manos de fotógrafos que sabían revelar, hacer copias en blanco y negro (al color le dieron poco tiempo hasta que aparecieron las digitales) y sabían poner la noticia en imagen, ayudando (nos) a los periodistas a completar una buena información. Los que trabajamos años al lado de aquellos fotógrafos de prensa sabemos de su trabajo y de lo que valía una buena foto (a veces un palo de la policía por acercarnos mucho). La banalización de la profesión en todos los sentidos degeneró en una información servil (creo que ya hablé de esto suficientemente la semana pasada) y de la desaparición de los fotógrafos de prensa, sustituidos muchas veces por el teléfono del propio periodista («Ya, de paso que vas, le tiras un retrato al que da la rueda de prensa»). La enorme facilidad para acumular imágenes digitales en un chisme minúsculo llevó a la sustitución de la cantidad por la calidad («De cien puede que alguna nos sirva»). Pero, ya digo, a veces aparece esa foto que salva a la profesión. No se trata de hacer la foto del miliciano muerto de Capa, ni de ir a un hospital sirio para traer La Foto, sino de pescar al vuelo la imagen que nos dice todo de lo que no se ha dicho en miles de palabras. Esa es la foto de Mariano Rajoy, después del mitin de su partido, subiendo al coche con un periódico deportivo bien visible. Eso resume todo. No importa lo que dijera a sus fieles seguidores en la ceremonia ritual del partido, donde todos se convencieron de lo que ya estaban convencidos y, de paso, clamaron contra el enemigo. Todo eso no es más que un bla-bla-bla sin fundamento, un «¡somos los mejores y vamos a ganar!», una concentración de adictos a la causa que se reúnen para justificar su propia existencia. Los partidos son así y todavía siguen con esas manifestaciones autocomplacientes, como la tribu india antes de pintarse de guerra. Ningún partido organiza una asamblea de ese tipo para aclarar ideas, sino para levantar estandartes contra el enemigo y cantar los himnos de batalla. No hay ideas que reforzar, ni replantear, ni poner en práctica, ni aportar como novedad. Por eso, el líder Rajoy no sale de la asamblea con un libro de filosofía política, ni con la carpetilla de papeles de su partido, sale con la Marca (ojo, en España, los periódicos tienen género, y siempre fue «la» Marca y «el» As –preguntar en quioscos–) que es el resumen de sus intereses. Es sabido que el actual presidente del Gobierno es un gran aficionado al deporte, como espectador entusiasta (como práctica se le ha visto caminar para la prensa con séquito de turiferarios, pero nada más); se conocen sus seguimientos de ciclismo en varias etapas, se le ha fotografiado levantando los brazos ante un gol de la Roja y cosas por el estilo. De la prensa, por lo que ha mostrado, le interesan más las páginas deportivas que el resto, y hace bien. Total, las secciones de política nacional ya se las sabe, él es un «superstar» en ellas y sus compañeros de clase, también; las de política internacional le caen un poco a contrapié, y no las entiende muy bien (ni aunque se las explique Obama); las de cultura las salta (seguro) pero las de Deportes son claras y contundentes, es donde está la esencia del país, donde se concentra la política (nacional e internacional), la cultura, la economía, es la España real, indivisible y patriótica. Los periodistas de deportes tenían fama hace años de ser los más burros de la redacción (fue una frase de José María García, seguramente dicha para hacerse notar). Y en un principio (después de aquella Guerra) fue cierto, las redacciones se poblaban de personajes de aluvión, y el deporte era un signo de incultura y que se resolvía en los periódicos aprendiendo unas cuantas frases tópicas (algunas persisten: «sudar la camiseta», «la pelota está en el alero», «defensa a ultranza», y otras que se van inventando para repetirlas cada semana). Pero con la Transición que vino después del Gran Funeral, de pronto, los progres y los políticos que se autocalificaban de demócratas etiqueta negra, decidieron que el deporte era cultura (todavía no llegaban los nuevos adjetivos de «fashion» o «cool») y en las secciones de deportes escribían amigos míos que sí sabían escribir, que tenían conocimientos amplios del periodismo y manejaban un lenguaje a la altura de cualquier editorialista. No quiero decir con esto que el deporte (el fútbol, más que otra cosa) hubiera cambiado en su esencia; si bien los futbolistas ya no eran aquellos muchachos analfabetos que aprovechaban sus habilidades y su fuerza para hacerse un hueco en la vida y en la fama, y ya se alineaban titulados universitarios con chavales que eran capaces de hablar en público. Sin embargo, el gran negocio montado alrededor del deporte siguió en manos de personas de dudosa catadura; grandes negocios que rozaban por un lado con la ley y por el otro con la política. El deporte actual es la traslación de la política aplicada a la cultura de masas y fanatismos; el periodismo deportivo se convirtió en un enorme coloquio sin fin. El reflejo del país en la televisión lo definen los mal llamados coloquios (en los que todos levantan las manos hacia el de enfrente para hablar), mesas deportivas, políticas, de vecindario mediático. Son al periodismo lo mismo que la música militar es a la música: una apariencia. El presidente del PP leía la Marca posiblemente por ver si había otro directivo de fútbol para ir a la cárcel, otro equipo en huelga por no cobrar, o, a lo mejor, algún club implicado en un caso de corrupción política. A fin de cuenta el objetivo final siempre es el mismo: ganar nosotros y que pierdan ellos

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