domingo, 10 de noviembre de 2013

El tiempo se toma su tiempo


Diario de Pontevedra. 08/11/2013 - J.A. Xesteira
Viajo durante el lluvioso puente de difuntos (un concepto interesante sobre el tránsito del más allá hacia el más acá) a Portugal. El hotel-spa (otro concepto actual que reconvierte al huésped de dormir en el huésped-al-baño-de-maría) tiene pocos clientes portugueses y muchos clientes españoles, casi todos de la zona extremeña y sur, a pesar de estar cerca de Galicia. Desde la cafetería del hotel me hago la composición de la situación: la crisis retrae a los nativos y atrae a los vecinos que, pese a la crisis, continuamos en nuestra habitual inconsciencia. La televisión portuguesa, igual que la española, está repleta de partidos de fútbol. Salgo a pasear por las viejas calles de Braga y entro en una librería de viejo; dos hombres mayores (hace unos años diría dos viejos, ahora, no, porque a lo mejor son de mi edad) leen a la luz de lámparas de pie con la satisfacción de aquel que encontró su lugar ideal: vender los libros que adoran y que leen (o no venderlos, según). Saludo al «alfarrabista», que es la bella palabra que usa la lengua portuguesa para designar al que vende libros de ocasión y me comenta que la crisis también les afecta a ellos: «Antes venían aquí clientes de toda Galicia, de Coruña, de Pontevedra, de Redondela y de Vigo, pero ahora la cosa está mal, la crisis en Portugal es grande, y en España, aunque parece que menos, también. Pero hay que tener paciencia, atrás dos tempos vêm tempos e outros tempos hão-de vir». Hablaba con la convicción del que ha vivido peores tiempos y sabe que el tiempo es una variable eterna, inmutable, que avanza a su debido tiempo y que todo lo cambia a su paso, a veces cambia para bien y a veces para mal, pero todo cambia ante su fuerza. John Lennon decía: «El tiempo hiere todas las curaciones». Pero el tiempo corría distinto para el afarrabista y su amigo, leyendo los libros que difícilmente venderán en tiempos de crisis, que en la calle, donde se habían manifestado un día antes sus compatriotas por el anuncio de nuevos recortes del Gobierno a los ciudadanos. El lento discurrir del tiempo del hombre y sus libros viejos contrastaba con el acelerado pulso del centro comercial, el «shopping» al que se han vuelto tan aficionados los lusitanos. En el enorme emporio, familias enteras (estas sí nativas con algún turista entreverado) deambulaban de comercio en comercio, de bar en bar, de restaurante rápido en restaurante más rápido; el parking estaba a reventar y docenas de niños gritaban pidiéndolo todo. En toda la ciudad bajo la lluvia insistente, sólo había dos lugares llenos de multitudes: el «shopping» donde todo era prisa, y el cementerio, inmóvil y lleno de crisantemos y lamparillas. Todos los tiempos se confundían; la lengua española utiliza el mismo término para referirse al paso de las horas que al paso de los chubascos.
Así que sabemos que la crisis y sus efectos pasarán. Lo malo es que nosotros también pasamos. Un clásico fadista, Marceneiro cantaba que el tiempo no pasa, somos nosotros los que pasamos por el tiempo. Y por eso parece como si quisiéramos que el tiempo se acelere, para que el mal tiempo, la lluvia, la crisis, el frío y las rebajas de las viejas conquistas gracias a los amos del tiempo, los que controlan el precio de las cosas y cuales serán esas cosas que podremos comprar, pasen rápido. Vivimos aprisa. Haga una prueba y vea a su alrededor las muestras de que queremos apretar el tiempo. Si nos lavamos las manos en un wáter público y pretendemos secarlas en ese aparato de aire caliente, comprobaremos como nadie llega a secárselas de todo, no hay paciencia suficiente como para esperar a tener las manos totalmente secas, acabaremos secándolas con la culera del pantalón. Si usted está viendo un deuvedé se encontrará con que le da al mando de aceleración cuando la cosa está en una parte poco interesante, o si abre ese yutube que le manda un amigo, ¿quién tiene paciencia para esperar a que cargue entero antes de verlo? Vamos a tropezones, como si estuviéramos cargando la imagen porque nuestro ADSL tuviera poca potencia. Pero la situación va a su tiempo y ritmo y no acelera. No vale que pidamos el final del partido al árbitro para que no se nos compliquen más las cosas. Las cosas las tenemos bastante complicadas y se nos complicarán más cada día, los grandes controladores de la situación no tienen prisa, el tiempo corre a su favor, mientras que al resto, ese mismo tiempo nos estrangula; los detentadores del poder (y digo bien que lo detentan, porque desde el poder han inventado las fórmulas para apropiarse de su propio sistema de funcionamiento) saben que cualquier delito, por muy grave que sea, está sometido a las leyes del tiempo, y a veces ya ha prescrito (el tiempo para la prescripción es mucho más breve que el tiempo para pagar deudas infinitas) y a veces, cuando llega el juicio y después la sentencia, todo parece menguado, como si aquel escándalo de hace dos años, los grandes casos de corrupción que el tiempo hace caer en un casi olvido, se convirtiera en un pálido reflejo de lo que se esperaba de la justicia. Justicia que se quedó en simple ley aplicada y desvaída por el paso del tiempo.
En los sitios donde se pasa el tiempo, como en las salas de espera de los médicos (un lugar donde nunca veremos esperar a ninguno de esa-gente) se oyen las cosas más dispares; decía una mujer que el tiempo (climatológico) era una porquería: «Cae una lluvia húmeda». Y se quejaba un prejubilado de lo que estaba tardando el médico en atenderlo: «Por eso el rey no viene a la sanidad pública». Son dos razones de evidente peso. Al rey le da lo mismo que llueva porque a él lo opera un eminente de importación en clínica privada. No está para perder el tiempo. La crisis pasará, es cosa de esperar que pase el tiempo. Podemos acabar en un frenético «shopping» o en la quietud del cementerio. Pero eso, al tiempo no le importa.

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