domingo, 3 de noviembre de 2013

El espía que surgió del cíber


Diario de Pontevedra. 02/11/2013 - J.A. Xesteira
Volvemos a la guerra fría, por lo menos en lo que a espías se refiere. Después de que estos días atrás se descubriera (gracias a los papeles secretos de Snowden y otros «enemigos») que los USA espían a todo el mundo, esta vez de forma literal, a través de Internet y sin discriminar a nadie, me siento importante; mis correos electrónicos, mis descargas de películas, mis búsquedas en la red, todo fue espiado por esas agencias americanas, que a veces es la CIA y a veces NSA; y eso me pone en el mismo lugar que el presidente Rajoy, que también fue espiado, aunque yo no utilizo el Twitter para nada y él ahí me lleva ventaja. Ahora sabemos por que la Red (que no hay que olvidar que fue un sistema que en origen creó el Pentágono para comunicarse sin intervención externa) se popularizó y se llevó a extremos insospechados: teníamos que estar todos conectados para que un Gran Hermano nos vigilase con su ojo-que-todo-lo-ve. Ignoro lo que puede interesarle a la NSA de lo que anda en comunicaciones por las redes, pero la paranoia estadounidense es un motivo muy poderoso para vivir con el miedo a lo que se desconoce. El asunto no es nuevo; hace meses que rueda por las páginas de los periódicos con datos, pelos y señales; el Gobierno español no se dio por aludido cuando la noticia saltó en un periódico alemán. En aquel entonces, el ministro español de Exteriores llamó al embajador americano para mostrarle su preocupación por lo que se comentaba por ahí, pero el embajador no estaba. Por aquellos días surgió el cabreo de la brasileña Dilma Rouseff, que le dio un corte de mangas a Obama y le pidió explicaciones de a ver porque tenían los yanquis que espiar su teléfono. Las relaciones se pusieron tensas y ahí siguen. El secretario de Estado americano dijo que EEUU seguiría haciendo lo necesario para preservar la seguridad del mundo. ¿Entienden? El tema adquirió un nuevo semblante cuando la alemana Merkel coge el mismo cabreo que la brasileña, y Francia le secunda, con lo que obligan a la Unión Europea a que pida explicaciones. Angela Merkel va más allá y dice que en su país el espionaje es un delito, los espías son delincuentes y al que pillen lo meten en la cárcel. En España y en el resto del mundo, también; un delito comparable al terrorismo, porque la función del espía es la de un soldado encubierto, un terrorista en el amplio sentido de la palabra. En situaciones de guerra es fusilado sin que se le aplique la Convención de Ginebra. El escándalo sube de grados cuando Obama se niega a recibir a la comisión de Europa y da muestras de que el asunto se la repampinfla totalmente. El eje Berlín-París o, lo que es lo mismo, el cabreo de Angela Merkel no acaba aquí y traerá consecuencias imprevisibles. ¿Y el cabreo de Rajoy? Pues es de aquella manera, usted ya sabe: que si somos amigos y aliados, que no es para tanto, que me cabreo con la boca pequeña. Incluso el ministro dice que a él «no le consta oficialmente», como si los espías pidiera permiso por escrito. Hay una queja formal, se convoca al embajador americano para que diga si es cierto lo que es cierto. Pero, ¿que nos va a contar que no se sepa? Todo lo que puede decir ya salió publicado en los periódicos. EEUU lleva espiando oficialmente en España desde que Aznar autorizó al gobierno de Bush a hacerlo. Precisamente el teléfono privado de Ángela Merkel fue «pinchado» desde Madrid. Para revolver el recontraespionaje, los americanos dicen que a ellos les trabajan los servicios secretos de España y Francia en plan subcontrata. Los americanos seguirán espiando todo lo que se les ocurra. Los cabreos no llegarán a desestabilizar el mundo. Pero, ¿cual es el balance de la situación? Por una parte está la percepción divisoria de buenos y malos. Los cinco países «buenos» (blancos, anglosajones y protestantes) EEUU, Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, espían al resto de países «malos», y en ello queda un fondo de desconfianza novelesca y cinematográfica: los rusos siguen siendo tan malos como cuando eran sólo comunistas; los alemanes son los que perdieron la guerra, por nazis; los chinos vuelven a ser «el peligro –económico– amarillo»; el resto, son una tropa de gente morena mafiosa, folklórica y de escasa importancia, pero que enseguida se hacen amigos de los árabes. Con todo eso no es extraño que investiguen a todos los líderes mundiales, para ver que comen, que beben y como se lo montan en su vida privada. Mi intriga está en el presidente de España y los políticos de su pro y su contra. Lo que se pueda espiar en la clase política española aparece antes en la prensa; los «tuits» de los políticos, cuando no meten la pata hasta el Youtube son de nivel de niña de instituto. Al final lo único que queda es la actitud servil del Gobierno español, que se deja espiar por un aliado que, en realidad es el patrón, con derecho de abrir nuestro correo, de la misma manera que los empresarios están autorizados para ver el correo de sus empleados. John Le Carré ha quedado anticuado; su agente Smiley no tiene nada que hacer, pertenece a un mundo en el que los teléfonos tenían un cable unido a la pared y existía el factor humano. Los espías actuales son funcionarios que miran el mundo a través de una pantalla. James Bond puede tomarse los martinis que quiera, porque ya no sirve para nada; la licencia para matar la tiene un tipo sentado en un despacho, que le da a la tecla del «enter» y manda un avión sin tripulantes a bombardear, o se mete en el teléfono de Rajoy. Lo que encuentre allí está más en la onda de Nuestro Hombre en La Habana que en la de la serie Homeland. Lo que me gusta de todo esto es que me hace sentir como el Doctor No: un malo de Espectra.

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