domingo, 6 de octubre de 2013

Los papas no son lo que eran


Diario de Pontevedra. 04/10/2013 - J.A. Xesteira
Me intrigaba el lío montado con las declaraciones del papa Francisco y, sobre todo, esa variedad de titulares en diferentes periódicos, como si la palabra del papa fuera comodín para todas las tendencias. Me llamó menos la atención el hecho de que notables escribidores patrocinados por la derecha periodística arremetieran contra el sumo pontífice de los católicos (se supone que los escribidores lo son) de forma iracunda e insultante. En física se llama el principio de acción y reacción. Así que fui al origen de la cuestión, la entrevista con el papa en «Razón y Fe», la revista de los jesuitas, la orden en la que milita (o militaba, no sé si cuando se llega a jefe de los católicos ya se manda en todo o se sigue con el espíritu del equipo original). Descargué de internet los 27 folios y me los leí de cabo a rabo. La primera conclusión es que ninguno de los que titularon las primeras páginas y ninguno de los que se rasgaron las vestiduras, ofendidos, parece haber leído la entrevista; los tituladores utilizaron el viejo y cómodo truco de buscar la frase que más nos guste para poner entre comillas (es fácil, con un poco de habilidad que da la experiencia), a nuestro gusto y a nuestro favor (o a favor de nuestro periódico, depositario de las verdades básicas de la sociedad), y así, unos dijeron «no soy de derechas», y otros «soy un ingenuo», según el papa que más les guste. Los escribidores, simplemente se cabrearon de oídas, según lo que titularon sus periódicos (o pasaron del titular, como decía aquel cínico personaje de la película de Billy Wilder “Primera plana”: «Pon el nombre del periódico en la primera línea, nadie lee más allá de la segunda...») La extensa entrevista conforma un contexto mucho más amplio del que no se pueden extraer alegremente una frase para definir la posición papal. Lo que dice Francisco es mucho más interesante que lo que dice Su Santidad, aunque los dos digan lo mismo; pero lo que cabrea a los ejecutores de las ideas que los obispos callan y el «establishment» contempla perplejo, con los calzoncillos a media caña, es que lo que afirma Francisco lo respalda como cabeza-visible-de-Cristo. La larga entrevista está hablada dentro del marco de la orden de los jesuitas, pero la proyección es evidente y consciente de que trata de remover el orden de las cosas. Y los cabreados, aunque escasos de documentación, es el síntoma. A poco que se lea la entrevista con los ojos de entender, se advierte el salto hacia cinco papas atrás, hasta retomar a Juan XXIII, el papa que parecía de todo-a-cien y que resultó el gran revulsivo de su tiempo. Cierto que hay otras frases más llamativas, como que es un pecador, que nunca fue de derechas, que no se puede estar dando la lata con el aborto y los condones, pero me parece más contundente la toma de postura desde los parámetros de la Compañía de Jesús que, de alguna manera coinciden con Juan XXIII («Verlo todo, disimular mucho y corregir poco»), la necesidad de abrir el pensamiento, de consultar a las bases y la aplicación de los grandes principios en las circunstancias de lugar, tiempo y personas. En menos palabras, la necesidad de reconvertir la iglesia en un proyecto instalado en este tiempo, en esta tierra, no en un mundo de fantasías de colorines. Las palabras del papa Francisco convierten una iglesia de technicolor hollywoodiense en puro neorrealismo en blanco y negro. Sabe que los momentos actuales no están como para pompas y circunstancias hipotéticas sino para trabajar en un contexto claro. Ante un aparato religioso que habla de materia dura como el aborto, la homosexualidad, los anticonceptivos o el papel de la mujer en la iglesia, como si fueran abstracciones ajenas que hay que condenar, sin más argumento que la palabra autoritaria del obispo de turno, el jesuita Francisco recoge palabras evangélicas y no se siente con capacidad para juzgar. En la entrevista se evidencia una necesidad de puesta al día (como cinco papas atrás) y de que haya más pastores y menos funcionarios. Pero si la entrevista ha removido el aparato religioso (los cabreados son pura anécdota) las siguientes declaraciones empiezan a preocupar, de seguro, al resto del personal, incluidos los líderes políticos y sociales. Nada más llegar a Cerdeña, se manifiesta anticapitalista. Sus frases son claras: «El actual sistema económico –capitalista– nos está llevando a una tragedia», «Dos generaciones de jóvenes no tienen trabajo, ¡no hay futuro!», «Quieren robarnos la dignidad, los sistemas injustos quieren robarnos la esperanza». Y coincide con un ilustre paisano suyo, Atahualpa Yupanqui (otro que nunca fue de derechas) para pedir trabajo, trabajo y trabajo «¡Esta es la plegaria que estáis gritando»). Aquí ya la cosa es más clara y los cabreados pueden aumentar. Los obispos, de momento, callan, seguramente porque ya no son de estos tiempos o porque han gastado las palabras en vano. El sistema promociona mucho la solidaridad hasta en la televisión, y ya se sabe que cuando la solidaridad entra por la puerta es que la justicia ha salido a patadas por la ventana. Desde que recuerdo he conocido a siete papas, cada uno de su estilo, desde Pío XII, el hombre de palo que bendecía tanques fascistas hasta Francisco, el papa sin números romanos, pasando por Juan XXIII, el papa que preparó la década prodigiosa; Pablo VI, que cabreaba mucho a Franco; Juan Pablo I, muerto en la tercera parte del Padrino; Juan Pablo II, que iba para personaje de «Las sandalias del pescador» y acabó como un anciano viajero; Benedicto XVI, que tuvo el gesto de dimitir en un mundo en el todos se aferran al poder como garrapatas. Francisco llega en otro tiempo, en otro mundo, donde las redes sociales ocupan un espacio no previsto en los Evangelios. En poco tiempo ha conseguido remover unas estructuras dogmáticas y monolíticas. Pero, dicen sus detractores, todavía no ha hecho nada. Habrá que esperar, porque la cosa promete. Calificar de lepra a la «inteligentsia» vaticana y de vergüenza la política ante los inmigrantes es un gran paso.

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