domingo, 14 de julio de 2013

Un mamut en Siberia


Diario de Pontevedra . 13/07/2013 - J.A. Xesteira
Encuentran un mamut en Siberia en un estado aceptable para los miles de años que tiene (es como un enorme jamón de pata negra) y en Madrid los papeles del prisionero amenazan al partido en el gobierno, al Gobierno y a los gobiernos de las Navidades del pasado, como los fantasmas que se aparecen para recordar que no todo el monte era orégano. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Nada. Lo mismo que no tenían nada que ver los papeles del recluso con el PP ni con los gobernantes, según afirmaba insistentemente la jefa Cospedal. Sucede simplemente que salían en la misma página de los periódicos (en la primera, mal llamada por los locutores de radios y telediarios, la portada). Pero cada día que pasa, la ley de la palanca –potencia por su brazo igual a resistencia por el suyo– se mantiene, y a la contundencia de los papeles del preso se opone como puede la resistencia del partido (ante la impasibilidad de Bob el Silencioso desde la Moncloa). Lo único que varía es la colocación del punto de apoyo, cada vez más cerca de la resistencia, lo que hace prever que se moverá el mundo cuando pase lo que se prevé que tenga que pasar. Como en toda mala novela, los acontecimientos se precipitan, y el preso número nueve amenaza con la solución bíblica: muera Sansón con todos los filisteos, incluidos “MR” y “JM” de los papeles secretos. A estas alturas se supone que existen carreras para pactar, reorganizar, salvar lo que se pueda y remar desde los botes salvavidas. Uno de los abogados de la trama original, de la que van apareciendo afluentes variados, asegura que el Gran Detenido puede hacer caer al Gobierno. Y así las cosas, las sombras que se adivinan en el interior muestran las peleas internas, el “ya os lo dije”, “el que la hizo que lo pague”, el “a mi no me miréis, que yo no tengo nada que ver” y la guinda de Esperanza Aguirre, que pide reconocer las irregularidades, seguramente con vistas a que le desbrocen el camino. La situación no se arregla con la escasa falta de cintura de los gobernantes, que parecen más interesados en cantar las excelencias de una hipotética olimpiada en Madrid en 2020 que en tratar de aclarar el panorama a los ciudadanos corrientes, que vivimos metidos en un mundo complicado, confuso, sin lógica ni razón, estupefactos ante las cosas que se ven y se leen y que con nuestro corto entender, comprobamos que no coinciden con el discurso raquítico que va del “España va bien” al “España va mejor”. No nos dicen nada que no sean palabras vacías. Ni los gobernantes ni los aspirantes a gobernar tienen palabras que nos hagan suponer que hay alguna idea por encima de la línea de sus corbatas. Ni siquiera en los imprevistos demuestran agilidad mental; el caso Evo Morales es una muestra de la incompetencia más burda. Ese “nos dijeron que a bordo estaba Snowden” del ministro Margallo, y la intención del embajador español en Viena de registrar el avión de un presidente en viaje oficial evita cualquier comentario que pueda añadir crueldad a la estupidez. La gachupinada española ha conseguido cabrear a media docena de países hispanoamericanos, lo cual puede importar poco al Gobierno, que se afana en una Marca España de pandereta, pero debe importar mucho a los empresarios españoles que hacen negocios por aquellas tierras y deben estar blasfemando en arameo a estas alturas. Cuando deberíamos estar en pleno ambiente de vacaciones, con los coches cargados de familia y flotadores rumbo a la playa (a pesar del precio siempre ascendente de la gasolina, por mucho que las petroleras rebajen el viernes lo que subieron el resto de la semana) estamos todavía metidos en la confusión y sin un horizonte claro. La crisis, creada artificialmente por cerebros más espabilados que los que nos gobiernan y gobernaron, está hecha a la medida para meter los cambios más drásticos a las sociedad (trabajar más, cobrar menos y suprimir el dinero público destinado a derechos sociales –sanidad, educación, cultura, bienestar–) basándose en el principio de que sólo así nos salvaremos de la situación en la que nos metieron los que manejan a los políticos actuales, ahora preocupados por salvar su culo de paja que se acerca peligrosamente a la hoguera de las corrupciones. La confusión es enorme y, a pesar de que la masa ciudadana fue debidamente desculturizada, gracias al bombardeo de materia fecal de los distintos canales de televisión, es capaz de percibir en medio del galimatías actual que hay cosas que no están bien (a pesar de que suelen ocultarlo, el fantasma del hambre asoma por los colegios y por las familias, impotentes ante la incapacidad de poder trabajar); hay cosas que no son razonables (los condenados a dos años de cárcel por malversación de fondos públicos catalanes, salen a los dos meses porque son gente buena); hay cosas que se gritan en la calle (los preferentistas –una palabra desdichadamente nueva– que a sus años de jubilación tienen que sumar la degradante tarea de protestar en la calle por las estafas sufridas, después de firmar unos papeles que no leían por la confianza en las personas que lo vendían y en la institución que amparaba esa “jugada del pardal” financiera); hay cosas que se dicen en voz baja y que no trascienden a los medios de comunicación (¡qué no daríamos por conocer lo que comentan los jueces instructores, los políticos en cada partido cuando no hablan a las grabadoras de los periodistas!) y hay cosas que se piensan y no se dicen ni se gritan (esas son las peores, porque las carga el diablo y las dispara por la culata) De la misma manera que una crisis artificial sirve para que nos perdonen la vida a cambio de venderla de baratillo, también puede servir para que nos demos cuenta de que podemos buscar alternativas a las soluciones que no solucionan y reinventarnos como ciudadanos y como sociedad. Eso, si logramos salir de esta confusión tan grande como un mamut de Siberia.

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