domingo, 12 de mayo de 2013

La tribu


Diario de Pontevedra. 11/05/2013 - J.A. Xesteira
Cuanto más abundan en los conceptos de la aldea global, de la universalidad, de la interconexión entre todos los humanos gracias a la Red, por medio de sistemas en constante evolución (Twitter o Facebook a la cabeza, y un horizonte incógnito de lo que nos pueda venir), cuanto más insisten en que los grandes conceptos de acumulación geopolítica (Unión Europea, Unión de Estados Americanos, Estados Unidos de América, China, una acumulación en sí misma), más me reafirmo en una vieja idea, nunca confirmada de todo, de que la cabeza del ser humano no alcanza más allá del concepto de tribu. Esa mínima fracción de convivencia que es la tribu, grupo de nómadas o sedentarios, preparados para ir y venir por la tierra según soplen los vientos y las lluvias, es lo máximo que podemos meter en la cabeza a la hora de pensar en organizarnos como personas y sociedad. El resto es rimbombancia y conceptos en los que parecemos creer, pero que se manifiestan ajenos en las horas críticas. La tribu era un espacio reducido, agrupado para defenderse de los males del exterior, con una estructura simple: el jefe, los guerreros y cazadores, el brujo (sanidad pública totalmente), los pastores, el maestro, los cultivadores de la tierra y los que cuidaban la casa (colóquense los géneros masculino y femenino en cada apartado correspondiente; eran variables, y si en las tribus indias de América mandaba un caudillo, en las de la Polinesia era una reina la que ordenaba, en África solo las mujeres aran la tierra, y solo los hombres cuidan las vacas). La tribu tenía una población que se podía contar, y un espacio cerrado. Por fuera estaban los dioses, lo incógnito, los poderes ocultos y un conglomerado de enemigos contra los que había que hacer frente común. La agrupación tribal como concepto inteligible se convirtió en aldea, pueblo, parroquia e, incluso, barrio; conceptos fáciles, que tenían sus dioses nunca bien entendidos, y las fuerzas exteriores, que podían ser el gobernador civil, el obispo, y, casi al nivel de los dioses, el jefe del Estado y el Papa, entes nunca vistos pero presentidos a través de sus mandatarios. El devenir de los tiempos y el aumento de las comunicaciones, desde el teleclub hasta el Internet, provocó un desajuste en la estructura, y la tribu se enteró de muchas cosas: que las fuerzas del exterior eran, en realidad las que gobernaban las diferentes tribus, que las cajas de ahorros no eran una hucha donde dejábamos el dinero a salvo de los ladrones domésticos, que el dios de turno era un poder en sí mismo y en la estructura internacional de sus funcionarios, y, en definitiva, que el mundo era grande, y que la emigración era un arma cargada de futuro que disparaba por la culata. Y así se fueron despoblando las estructuras tribales y comenzó a venderse un nuevo género de estructura, basada en conceptos, difusos como los dioses, a los que se llamaba democracia, poder popular, igualdad, fraternidad, libertad y compraventa instantánea de acciones en las bolsas de todo el mundo. Se habló incluso del concepto de tribu global, de que ya no había fronteras y de que todo ciudadano tiene unos derechos universales; se vendió la burra ciega de que en lugar de un jefe de la pequeña comunidad habría un superjefe de la gran comunidad, y en lugar de un chamán de cabecera que nos ponía las inyecciones en casa, habría unos enormes centros públicos de salud que, en la segunda parte de la civilización, cuando se impusiera el Capitalismo como entidad suprema de las fuerzas del exterior, serían centros privados construidos con dinero público. Todo eso es la teoría, pero la cabeza de los seres humanos –al menos es lo que pienso– sigue archivando el concepto de tribu como sistema de convivencia. Y el concepto aparece cada día en cada rincón. Está en la disyuntiva entre “ellos” y “nosotros”, que puede ser el Celta-Deportivo o pijos y perroflautas. Tribus que defienden su espacio. El mismo concepto se da en la elección de partido político; poco importa lo que ofrezcan en sus programas o a que personas presenten a las elecciones, se vota al PP o al PSOE porque son la tribu (¿recuerda usted a quién votó en las últimas elecciones para el Congreso o el Senado? –caso de que quede alguien que vote a los senadores–) La tribu es el concepto interiorizado, y las diferentes religiones lo entendieron antes que nadie; la secta es la agrupación inicial, y de ella a fundar un imperio en la Tierra con basílicas, catedrales, mezquitas o sinagogas, sólo hay un paso. Las propuestas recientes de los catalanistas pueden prosperar por la simple razón de que hacen un llamamiento a la tribu, que es fácil de comprender, en lugar de acudir a las promesas repetidas hasta el coñazo de que “nuestro partido salvará a España de la crisis” o “las medidas que toma el Gobierno son las adecuadas”. En ningún caso llegamos a conocer las medidas de ningún gobierno, pero si sus consecuencias. Se habla de conceptos confusos: “Los índices macroeconómicos están respondiendo positivamente”, lo que debemos entender que los números gordos del Estado son buenos, mientras que los números flacos de la ciudadanía son una miseria. La aglomeración de tribus degeneró en los reinos que agrupaban a gentes que pensaban en pequeño para imponerles conceptos grandiosos. Los reinos, mediante la democracia, se mantienen gracias a un sistema que nadie entiende, que mantiene un Califa en la Zarzuela y un Visir en la Moncloa. Y para que las tribus no se rebelen se dicta una Carta Magna que no es más que un papel humedecido por las goteras de miles de leyes que nadie conoce pero que todos padecemos. Las tribus esperan algún día que alguno de los grandes estafadores de este país vaya de verdad a la cárcel, que alguno de los que engañaron a los ciudadanos responda de sus embustes, que alguno de los corruptos pague sus delitos, y que la hija del Califa sea igual que la hija del parado. Mie

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