sábado, 17 de noviembre de 2012

Un cuento y pico


Diario de Pontevedra. 16/11/2012 - J.A. Xesteira
Hay que reencontrar siempre a los clásicos porque, si no lo hacemos, son los clásicos los que nos reencuentran a nosotros. Los clásicos lo son por algo, no porque lo apoye una campaña de márketing. Sobreviven en el tiempo y en el espacio, y por ello sabemos más de la guerra de Troya gracias a un poeta ciego que de la guerra de Afganistán, con todo el poder mediático de las nuevas tecnologías. El otro día me agarró un clásico y me dio una lección sobre la crisis y la situación actual por la que pasamos (espero que estemos pasando) en España en particular y en el mundo en general. Lo encontré en una librería de segunda mano, una edición del Segundo Libro de la Selva con ilustraciones preciosas. Entre las historias del niño-lobo, una titulada «Como llegó el miedo». Kypling, el autor, utilizaba sus escritos con afán moralista, a veces de forma controvertida, pero con un fin parecido a las parábolas. El cuento en cuestión decía que el agua había desaparecido de la selva, todo se secaba y la situación llegó al extremo en que el elefante Hathi decretó la Gran Tregua, durante la cual, y mientras el agua fuera escasa y todos tuvieran que beber en la misma charca, ningún animal cazaría a otro; los comedores de carne no matarían a los comedores de hierba, y la pantera Bagheera bebería al lado de los ciervos. La ley dice: no se caza, no se mata Los animales se reunieron para establecer el pacto y esperar a que regresaran las lluvias y volviera el agua. Todos estaban reunidos, hablando de la mejor manera de soportar aquella gran crisis de la selva, la que les había metido en el cuerpo un miedo mucho más grande del que cada animal arrastra sobre sí mismo a lo largo de su vida, cuando apareció el tigre cojo, Shere Khan, quien acababa de matar a un hombre «por placer y no por necesidad», afirmó. Tenía derecho a hacerlo en virtud de una vieja leyenda, pero, sentenció el sabio elefante Hathi, «sólo a un tigre cojo se le hubiera ocurrido alardear sobre su derecho en una época en que padecemos juntos». Los animales, unidos, volvieron la espalda al tigre, que es el único animal de la selva que no puede mirar fijamente a los ojos. El cuento es oportuno porque estamos viviendo en nuestra selva particular una época de miedo; el agua de la felicidad prometida, de alegres préstamos hipotecarios que los bancos, que aseguraban que eran ricos, ofrecían como lluvia de mayo. Nuestra selva se secó y sólo queda la pequeña charca del Estado en la que tenemos que beber todos. Y hay señales de que se está en camino de firmar una Gran Tregua, porque de lo contrario la sociedad de la jungla desaparecerá. Hemos visto protestar en la calle contra los dictados del Gobierno a colectivos insólitos; jueces, abogados y personal de Justicia salieron a mostrar su desacuerdo; jueces que dan la cara en las televisiones y afirman que la ley que ellos tienen que aplicar no es justa, y que no están dispuestos a ser los cómplices de unos desahucios injustos; los médicos de todos los rangos salieron junto con todo el personal de bata blanca a la calle para oponerse a las pretensiones de privatización de la sanidad pública; los policías se niegan a ser ejecutores de sentencias que echan de sus casas a personas indefensas; los alcaldes presionan a los bancos para que paren los desalojos. Los distintos sectores de la sociedad que padece esta gran sequía, está época del Miedo, salen a la calle, se manifiestan en los foros, aparecen en nuestras pantallas de ordenador para revolvernos las tripas del alma y cabrearnos. El miércoles salieron a la calle todos, los comedores de carne junto con los comedores de hierba. Un pacto, una tregua. Mientras, los jefes de la jungla se reúnen para buscar una solución en tanto no viene el agua. Sólo el tigre cojo, el Capital de la selva, ejerce su derecho a partirnos el cuello, la ley lo ampara para poner en la calle al que no pague, para dejar sin atención a los más débiles, a los dependientes, a los que no se valen por si solos. Sólo la muerte enseña el verdadero rostro de la situación; la mujer que se arroja por la ventana mientras suben por las escaleras los agentes del desahucio; la mujer discapacitada que muere de inanición porque su madre se muere a su lado, son las muestras de que el Miedo se extiende, y hay que pararlo. Aunque esté dentro de la ley. Los días del Miedo nos han traído problemas de los que aprender y contra los que debemos rebelarnos. Seguramente no aprenderemos y, cuando pase todo, cuando vuelvan las lluvias (siempre vuelven, antes o después) ya nos habremos olvidado de cuando fuimos pobres, de cuando tuvimos miedo. Pero para entonces ya se habrán perdido varias generaciones de artistas, de científicos, de aquellas grandes promesas que podrían haber hecho el mundo un poco mejor de lo que estaba. El presente no aprende nunca del pasado. En el crack de 1929 los banqueros de Nueva York se tiraban por las ventanas; en este crack de 2012 los banqueros tiran por las ventanas a las pobres gentes que fueron estafadas por los mismos banqueros. La Selva entera mira hacia arriba y no ve ni una nube que pueda dejarnos el agua necesaria para la vida. Los políticos, que dicen trabajar para nuestro bien , (en realidad trabajan para verse en el espejo de la tele: a un político le quitas su vanidad y se queda en nada) aseguran que el Sistema no soporta el gasto, y en lugar de derribar el sistema, suprimen el gasto. Si el Estado no es capaz de mantener lo público y prefiere regalárselo al sector privado, entonces no necesitamos ese Estado. Si el Derecho no ampara a los que hemos ganado el derecho a ser iguales, felices y vivir con justicia, entonces hay que cambiar el Derecho. Así estamos ante la charca, esperando. Sólo el tigre cojo sigue matando por placer.

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