sábado, 10 de noviembre de 2012

Sensaciones borrascosas


Diario de Pontevedra. 10/11/2012 - J.A. Xesteira
Negras tormentas agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver... Cantaban en el himno anarquista que en su versión original se llamaba La Varsoviana. Y las nubes se oscurecen cada vez más y la sensación real de las gentes telespectadoras-contribuyentes-ciudadanas-pensionistas es que la cosa se está poniendo cada vez más negra, como (y me perdonarán que acuda a tantas canciones) cantaba Chico Buarque: “unos días llueve y otros días hace sol, la gente habla de fútbol pero la cosa está negra”. Es una sensación generalizada, abonada con telediarios y titulares de prensa, que no ayudan a entender los porqués de tanto nubarrón; más aún, la confusión periodística alcanza extremos entre paranormales y surrealistas. Lo importante, el resultado final de las sensaciones que percibimos pero que no alcanzamos a comprender, porque no hemos hecho nada para merecer esto, es que las previsiones del tiempo social son nefastas, no se ven anticiclones de bonanza por ninguna isobara, y la frase más repetida es “la que está cayendo”. Y cae cada día en cada nuevo titular que remacha un clavo más en el acojonamiento general. El lunes, que es un día que todos odiamos, especialmente por la mañana, mientras los americanos se enfrentaban a ese laberinto electoral que ellos llaman democracia (no lo es, no pasa de un siniestro juego de capitales y fuerzas económicas) los españoles, incluidos los supuestamente separatistas, nos frotábamos las legañas con la ya vieja noticia de que el paro seguía subiendo: en octubre, un 2,7 por ciento más de apuntados a las oficinas de registro de paro (que no de empleo) mientras el número de afiliados a la seguridad social caía en 73.000 personas. Nubarrones de lunes. Como el que nos cuenta que, según un observatorio de demoscopia los españoles hemos bajado en el escalafón de las clases sociales, se nos ha degradado un peldaño o más en la escala de valores; la mitad de los transeúntes de este país admite que bajó de clase media a clase media-baja. No es mucho decir, porque no hay muchos datos para medir clases, no hay un “clasómetro” como para medir la presión arterial en una farmacia (se sugiere la investigación en ese sentido, con una inversión en I+D para patentar una máquina de medir clases sociales; se podría colocar en las oficinas del Inem, con lo cual tendrían un valor añadido a los que supuestamente tienen). Pero lo importante no es el dato en si, sino que ese dato es una percepción de los ciudadanos, que se sienten de clase inferior; es como si aquel “spanish way of life” que arrancó en los años 70 del pasado siglo en Torremolinos, y que nos llevaba de triunfal crédito y victoriosa hipoteca hasta la derrota final, nos diera ahora con la sensación en las narices: somos clase media baja, y nunca debimos cruzar el Mississippi de la clase media alta, donde imperan las vacaciones y los puentes con crucero a precio de ganga. Nunca debimos olvidar de donde venimos, que somos masa obrera, despedible y reciclable en un Ere. El que anunció un día que ya no había lucha de clases, mentía como un bellaco y, además, lo sabía. Era un truco de espejos, en los que nos veíamos con el móvil en la oreja agitando en el meñique las llaves del Audi y pidiendo al mismo tiempo un reserva de Rioja con jamón ibérico. Los hechos, decía Vladimiro Ilich, son tercos como mulas y la realidad se impone, o, al menos, la intuimos en medio de la tormenta del lunes de otoño. Los entrevistados de la encuesta creen, en inmensa mayoría, que existe una gran desigualdad social y económica; y eso ya no es sensación, es evidente, y siempre lo ha sido, aunque lo pintaran de colorines. Por lo tanto nos encontramos de nuevo la vieja lucha de clases, aunque por el momento es una lucha pacífica, dialéctica y de esperanza de tiempos mejores. Que vendrán, seguro, porque nunca llueve que no escampe. Mientras tanto, hay que poner paraguas, calzar katiuskas y vestir chubasqueros, o ropa de aguas marineras. No es tiempo de andar a cuerpo empapándonos. Somos clase baja, de acuerdo, pero también tenemos nuestro corazoncito. Y no debemos cabrearnos por no poder alternar, porque el mundo da sorpresas y hay que estar preparado para todo y asumirlo. Hace años un amigo periodista descubrió que, según los datos que manejaba el antiguo Instituto Nacional de Estadística, toda la redacción del periódico, de acuerdo con los parámetros económicos estructurales y de renta per cápita, estábamos en la franja de “marginados y gitanos”. Nuestra clase, en ese caso, era bastante acertada (hay que recordar que los periodistas, en su versión de autónomos, estábamos inmersos en un epígrafe fiscal curioso, en el que figuraban payasos, malabaristas, titiriteros variados, serenos, toreros y personas de actividades diversas y difícil clasificación, lo cual también era muy ajustado, somos todo eso y algo más) Llegados a este punto hay que asumir la tormenta y pensar que después del lunes caminamos hacia el sábado irreversiblemente. Las oscuras percepciones y las sensaciones grises no son más que un estado de ánimo inducido por el miedo que pretenden meternos en el cuerpo desde todos los frentes políticos, con el evidente fin de que “aceptemos con resignación los golpes y dardos de la insultante fortuna” en lugar de “enfrentarnos a un mar de calamidades, hacerles frente y acabar con ellas”; el ser-o-no-ser de Hamlet. Nosotros decidimos y ahí no vale resignación de clase media baja, lo sabemos los que pertenecimos a la clase “marginal-gitana” del periodismo. La tormenta está ahí, y sabemos una cosa: el huracán lo soportan mejor las clases miserables de Haití, Jamaica y Cuba, que el primer mundo de Nueva York con todo su poderío. Y sabemos otra cosa, que la Varsoviana comenzaba con las nubes oscuras que nos impiden ver, pero continuaba con el llamamiento a las barricadas. La vida es lo bastante breve como para que tengamos que andar con la sensación del lunes toda la semana. Agarremos al sábado por el cuello, porque nos pertenece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario