martes, 13 de marzo de 2012

La palabra no es la palabra

Diario de Pontevedra. 13/03/2012 - J.A. Xesteira
Todo el mundo tuvo que escuchar alguna vez aquel consejo familiar, generalmente materno, que nos exigía llevar limpia la ropa interior, “por si nos da un dolor o tenemos un accidente”. Nunca entendí la relación causa-efecto entre los calzoncillos limpios y un cólico nefrítico o un atropello de circulación. Es más, durante las eventuales ocasiones en que tuve que cubrir alguna noticia de la página de sucesos, cuando llegaba con el fotógrafo para “echarle un retrato” (era frase típica de los viejos reporteros gráficos de prensa) a la víctima, siempre me asaltaba la idea: ¿tendrá limpia la ropa interior? Lo contrario sería un doble disgusto para su familia. Claro que, a veces, la víctima estaba en un estado lamentable, interior y exteriormente, y lo de menos eran sus calzoncillos. Pero la larga reflexión que da la vida me llevó a reconsiderar el consejo: las madres nunca se equivocan. Es cierto, la moraleja es que no vale ir vestidos de Armani por fuera si no nos cambiamos los calzoncillos. La cosa va más allá, hay que estar limpio por dentro y por fuera porque esa es la verdadera esencia de la ética y la estética: tienen que ir juntas. Se puede llevar vestido humilde siempre que sea nuestro vestido y lo lavemos con la frecuencia necesaria. En la calle, que es donde circula la verdad, si nos da un dolor o nos atropella un motocarro debemos aparecer con limpieza, como exige el consejo familiar. Los grandes personajes suelen aparecer con disfraz, con el traje de político-jefe-de-planta, pero por dentro no sabemos como van; a lo mejor no le hicieron caso a sus madres y andan por ahí de cualquier manera, hasta que les da un dolor judicial o les atropella una manifestación en la calle, y se descubre una ropa interior en estado deplorable. Y así no vamos a ninguna parte. Se esconden detrás de un lenguaje que utiliza las palabras para decir cosas distintas; no es nuevo, siempre los dueños del poder usaron el vocabulario para decir con otras palabras lo que en la calle se dice de forma más natural. Es el disfraz del concepto. Si Franco llamaba a los obreros “productores”, por poner un ejemplo, los que vinieron después fueron por el mismo camino y surgieron los eufemismos más famosos, a los tiempos duros se les llamó “coyuntura”, a los patronos, empresarios y a los antiguos franquistas, demócratas de toda la vida. El problema con el lenguaje es que una vez que se entra en él y se poetiza la vida, se acaba en una espiral, crea adicción y el disfraz verbal se convierte en mentira. Nos asomamos a la televisión (con miedo: a ver que nos cuentan hoy que nos deje el estómago como si hubiéramos bebido fairy) y hablan y dicen cosas, y tenemos que hacer un esfuerzo suplementario para poner otros conceptos en las palabras que pronuncian, porque sabemos que son disfraces. Recorte y crisis son las palabras que más se llevan esta temporada, son palabras que nos caen dos tallas estrechas y que nos aprietan. Sabemos que detrás de ellas se esconden otras realidades y que cuando hablan de ellas hablan, en realidad, de los recortes que nos van a afectar y de la crisis que ya nos afecta; no al conjunto de la nación o a la ciudadanía o al Estado, que son conceptos globales, sino a los pringados de siempre. Mientras el sistema capitalista ha demostrado que la ley del libre mercado no sirve para nada más que para hacer ricos a unos cuantos, con desprecio absoluto de la inmensa mayoría de pringados, la clase dirigente nos dice que tenemos que hacer sacrificios y saca a relucir un nuevo lenguaje que hay que aprender: desaceleración de la economía (nos hemos gastado lo que no teníamos), ralentización del crédito (los bancos jugaron con nuestro dinero y ya no lo tienen), flexibilización de plantillas (despidos libres y baratos), concurso de acreedores (la empresa no tiene dinero, el empresario si, y los acreedores tienen que presentarse a un concurso; si aciertan puede que algún día cobren) y así hasta donde ustedes quieran. Ya nadie llama a las cosas por su nombre, los ministros salen a la pantalla y explican cosas como si fuéramos párvulos; la ministra portavoz Soraya, que es como Dora la Exploradora, nos explica que la subida del IRPF es un “aumento temporal de solidaridad”, y nos quedamos con la misma cara que los niños cuando ven que Dora habla en inglés. Pero no echemos todas las culpas al momento y al Gobierno. Todos los gobiernos retorcieron el idioma para decir sin que se entienda; y nadie protestó, y los periodistas, también culpables, escribimos las mismas frases entrecomilladas que decían los que manejan los poderes, y nos olvidamos de que éramos “redactores”, es decir, que nuestra obligación era contarle al lector lo que se decía, pero escrito en la lengua que usamos a diario, sin eufemismos ni aquello que nos inspiraba terror en las clases de gramática de bachiller: la perifrástica activa. Comenzamos por aceptar que las cosas se llaman de forma distinta y acabamos por aceptar que el país funciona de forma distinta. Y andamos con la ropa interior hecha unos trapos. De toda Europa sólo un país, Islandia, ha decidido lavar esos trapos y ponerlos a secar en la prensa; sienta en el banquillos de los acusados a su primer ministro y mete en la cárcel a los banqueros. Un buen comienzo. Desde que la corrección política en el lenguaje llegó incluso a la literatura han desaparecido las palabras de verdad. Lejos están los estilos naturalistas en los periódicos y en las novelas y las palabras malsonantes ya no tienen cabida en un mundo de disfraces. Y no hay manera de calificar a los que nos han traído a esta crisis coyuntural de crecimiento negativo que se pretende acelerar mediante un plan de ajustes para revitalizar las finanzas. Ya los dijo una vez Camilo José Cela, un escritor de otro mundo: “El día que vuelen los hijos de puta, cambia el clima”. A lo mejor es eso y no la capa de ozono.

No hay comentarios:

Publicar un comentario