sábado, 11 de febrero de 2012

Los peces y las bocas

Diario de Pontevedra. 11/02/2012 - J.A. Xesteira
Volví a ver hace unos días una película que fue un éxito a mediados de los años 70 y que hoy puede considerarse un clásico con todo el merecimiento: Novecento, de Bernardo Bertolucci. Pues bien, aun no había visto más que la primera parte (recuerden los viejos, se proyectó en dos días diferentes, con un mes por medio, más o menos) y llegué a una conclusión: esta película hoy no se podría hacer, y si se hiciera no se podría estrenar, al menos en gran parte del mundo (EEUU, por ejemplo). Pocas veces se reúne una colección de grandes del cine como en esta ocasión: guión y dirección de Bertolucci, cámara de Storaro, música de Morricone, Burt Lancaster, Robert de Niro, Depardieu, Donald Sutherland, Dominique Sanda y un largo etcétera. Pero contiene escenas que hoy serían impensables; Depardieu y De Niro tumbados en una cama con sus penes en plena exhibición (¿se imaginan, por ejemplo a Brad Pitt y Di Caprio en semejante postura?); hay varias escenas de violación y simples coitos en pajares artísticos, cosa que ahora mismo está vetado en el universo cinematográfico; además fuman, beben, son obscenos, se suicidan y, por encima de todo, salen muchos comunistas (que son los buenos) que cantan la Internacional a grito pelado, y muchos fascistas (los malos, claro). Con todo eso y con las casi cuatro horas que dura la película, ¿quién es el chulo que se atreve a poner la pasta para hacerla, sabiendo de antemano que el mercado americano no la va a ver, por obscena, por comunista, por no hablar en inglés y por ser tan larga? Nadie. En su momento fue un éxito entre los que adorábamos una manera de hacer cine en el que pasaban cosas, se contaban historias y no había un sólo efecto especial. ¿Qué sucedió para que hubiéramos cambiado tanto? Las salas que llenaba esta película ya no existen, las que las sustituyen no consiguen llenar ni la décima parte con películas que refríen las mismas historias con efectos especiales en medio de una corrección falsamente moral y sospechosamente educativa que convierte a la mayor parte del cine actual en un producto degradado. Los tiempos cambian y a veces, para peor. No es exacto que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero algunas cosas si lo eran. Paradójicamente, cuando hay un mayor nivel de libertades es cuando se producen los mayores despropósitos con esas supuestas libertades que presumimos de haber conquistado. Algunos tiempos pasados no hubieran soportado la cantidad de tontería envasada al vacío que hoy se vende como “delicatessen” política. La cantidad de intenciones declaradas en las más variadas frases de expertos de todo tipo no hubieran pasado indiferentes en los días del estreno de Novecento. Las actitudes prepotentes y sabihondas de los políticos de curso legal no hubieran quedado sin contestación adecuada (y violenta, cosa que ahora espanta). Y, en definitiva, una situación crítica provocada por el Capitalismo y amparada por la incompetencia sumisa de gobierno y ciudadanía hubiera echado a la calle a los parias de la tierra y la famélica legión y se hubiera armado un “diosescristo” de mucho cuidado. En lugar de eso, cada día nos regala perlas en forma de frases políticas que presuponen lo que se nos viene encima, ante la mayor indiferencia del personal municipal y espeso. Una perla: la viceconsejera de la Asistencia Sanitaria de Madrid dice: “¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema?”. La pregunta no es vanal, y en el fondo es una calicata para ver que pasa, ante las previsibles intenciones de descargar de la seguridad social a los enfermos más caros. Claro, si usted, como yo, tiene algún familiar enfermo crónico, me imagino a donde irán sus maldiciones. La frase no es una tontería de ocasión de una polítiquilla de medio pelo (después corregida y matizada por sus superiores) sino que es lo que está en las intenciones del “sistema”. Va junto con esa especie de factura no de pago con que ya le obsequian a los enfermos (“esto es lo que usted nos ha costado”, le dicen) y que bien visto es una chulería de gilipollas rico. Puedo pasarle yo la factura de lo que he pagado a la seguridad social a lo largo de mi vida y que no he gastado más que en paracetamol. Podemos pasarles la factura de lo que nos cuestan las largas filas de innecesarios puestos políticos que se aseguran pensiones vitalicias sólo por haber pasado por un cargo ministerial. Este tiempo actual es peor que el pasado en esas cosas. La estupidez es contagiosa, y la indiferencia combativa de los medios de comunicación y del personal en general ayuda. La perla del primer ministro Monti de Italia tampoco tiene desperdicio: “Que los jóvenes se acostumbren. ¡Que aburrido tener un trabajo fijo toda la vida!” Lo dice un tipo que trabajó para Goldman Sachs, una de las empresas culpables de la situación del sistema capitalista actual. Si la cosa no fuera grave, sería de echarse a reír, más cuando el señor Monti tiene el cargo aburridísimo de ser senador vitalicio con paga millonaria. El señor Monti, como otros muchos de sus colegas de arreglar el mundo, lo tiene claro. Como lo tiene claro otro personaje que abre la boca para decir su frase. El arzobispo de Granada acaba de soltarlo: “Querer ser funcionario es una enfermedad social”. Lo dijo en una homilía, no en la barra de un bar tomando unas cañas. No se da cuenta el arzobispo de Granada que él es, de alguna manera, un funcionario, uno de esos subsidiados que pagamos entre todos; su sueldo no le viene de su divina empresa, sino de un trapicheo que se traen desde hace años entre el Gobierno español y el Vaticano. Todas estas bocas que hablan son un síntoma. Como ese malestar que nos lleva al médico y del que siempre culpan a un virus. En alguna cosa tienen razón: el Sistema no funciona. Pues hay que cambiarlo por otro que nos resuelva la vida a los que cotizamos. Otra cosa: preveo que de seguir así, el próximo 15-M no será tan pacífico, acabará en un Novecento.

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