jueves, 20 de octubre de 2011

Y ahora, ¿que?

Diario de Pontevedra. 20/10/2011 - J.A. Xesteira
Pasó el 15-O, la fecha de la Gran Manifa, la protesta universal y globalizada. Vale, y ahora hay que preguntarse si hay vida después de ocupar la calle. Ya estuvieron en ella los nietos de Mayo del 68, muchos acompañando a sus padres, que quieren tener su momento para decir que no les gusta esto, entre otras cosas, porque ésto no es lo que hay ni quieren que haya. La juventud de instituto y recién casada sale a la calle para transformar una red social en un arma cargada de presente. En la calle nos vemos las caras y ahí no valen disculpas. No les gusta (no nos gusta, en general y en realidad) este cambalache político y financiero; no les gusta que les mangoneen el futuro con hipotecas avaladas por leyes legales pero injustas. Hay que cambiarlo todo, empezando por los de arriba. Posiblemente para acabar como el Mayo del 68 o los siguientes mayos: en una democracia capitalista y cínica, en la que los altos cargos se cuelgan medallas y se conceden retiros millonarios. No es esto, podemos seguir diciendo, y en la calle lo dijeron el domingo pasado. Lo hicieron pacíficamente, como suelen hacerse todas las cosas de buen rollo. Lo hicieron aclarando que no están contra el sistema democrático, sino contra la adulteración de ese sistema, la conversión del plebiscito popular en una elección a cara o cruz entre dos personajes cuyo mérito principal es haber escalado a lo más alto a través de su partido. Salieron a la calle los jóvenes y los viejos, estos tan llenos de nostalgia como de cabreo por su paro anticipado y por la impotencia de no ser una persona digna de ser contratada para un trabajo en el que invirtieron su experiencia y su saber. Ahí estuvieron todos de nuevo, miles y miles a lo largo y ancho del mundo, cada uno con sus peculiaridades nacionales y sus problemas específicos, pero todos con un denominador común: estamos hasta los mismísimos de sus estupideces, su cinismo, su desfachatez, sus corrupciones y su manera de llevar las cosas. Queremos que cambien, que hagan suyas las palabras con las que suelen llenarse la boca en los discursos mirando a la cámara. Vale. Ya está hecha la manifestación. Ya se siguen puntuales acciones de ocupación de inmuebles vacíos y acampadas en Wall Street. Y, a partir de ahora, ¿qué hacemos?. Porque el sistema está suficientemente preparado para absorber cualquier movimiento en su contra. Hace años lo comprobé con dos iconos de la Década Prodigiosa: los hippies y el Che Guevara. Los primeros acabaron como moda en las pasarelas de modistos y el segundo acabó como camiseta y cartel. El sistema come de todo y todo lo convierte en lo mismo (eso que está usted pensando y que es el resultado de cada comida). Los grandes dirigentes ya lo han asimilado o lo empiezan a asimilar. Barak Obama dice que los comprende, como si hubiera algo que comprender. En Bruselas, el Parlamento Europeo se hace eco del malestar de los indignados del mundo. Pero unos y otros se quedan ahí, en la comprensión y en el eco. Las bolsas, que dicen que son el barómetro de la sociedad mundial, ni se molestaron por las manifestaciones; les afecta más el embarazo de la mujer de Sarkozy o un rumor que suelte cualquier mandangas de los mercados financieros que millones de personas en todo el mundo protestando en la calle. Pero a partir de ahí no se espera que pase nada. La izquierda española tratará de pescar votos en las aguas jurisdiccionales de la protesta, mientras la derecha los ignorará olímpicamente, sobrados como van de votos posibles en las encuestas. Incluso el filósofo polaco, Zigmut Bauman (otro anciano; parece que en este movimiento sólo los ancianos tienen voces de altura) no cree que el movimiento vaya a dar en nada concreto, que es más de emociones que de pensamiento, pero que puede allanar el camino para otra etapa. Y ahí es donde hay que llegar, más allá de las pontificaciones filosóficas, por muy sabias y ancianas que sean. El movimiento, hasta ahora, se mueve en un vaivén mediático, en unas protestas asumibles por el sistema, pacíficas (salvo puntuales destrozos de menor importancia e, incluso, en el caso italiano, de dudosa autoría). El poder político, que es particular de cada país, puede capear perfectamente un temporal de protestas procesionales con pancartas callejeras en las que se pide un cambio; incluso puede aceptar (de palabra) que se va a cambiar, que toman nota de la voz de la calle, de la voz del pueblo. Después harán lo que les parezca, como siempre; esperarán a que escampe, que el temporal económico amaine (siempre se arreglan las cosas de dinero) y todo volverá a ser como antes, un mundo feliz. El poder económico, que es global y no depende para nada del voto popular, ni siquiera se inmutará. Total, un par de cristaleras y unos cajeros destrozados es pecata minuta en la vida de los dineros. Los bancos exigirán a los políticos lo que quieran, porque los tienen bien amarrados (¿recuerdan la frase de aquella película?: “Agarra a un hombre por los testículos y poseerás su alma”) Y con el tiempo, la emoción de la protesta se irá calmando. A no ser, claro, que pasemos a la fase siguiente. A la que aludía el filósofo, para la cual se allana el camino. Y ahí está la incógnita. Puede ser una fase más violenta, en la que las cosas ya no serán “comprendidas” por los dirigentes ni se “harán eco” de ellas en Bruselas. Pueden ir directamente al corazón del dragón, donde se puede comprender que el Capitalismo es aquel tigre de papel de antaño. Basta con que cualquier chaval con un ordenador en cualquier parte del mundo desbarate la informática de Wall Street o de cualquier centro financiero. O, sin ponernos tan trágicos, comiencen las campañas como alguna que ya deambula por internet en la que pide no votar al Senado. Sería de veras un gran ahorro y nos quitaríamos de encima a unas docenas de prescindibles. A mí ya me ha llegado algún e-mail apuntando a la abstención y otro más curioso anunciando que no votarán a ningún partido que vaya en las procesiones religiosas. Comienzan las ideas y podemos pasar a otra fase. El 15-M contra el 20-N.

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