jueves, 6 de octubre de 2011

El mercado en tiempos del cólera

Diario de Pontevedra. 05/10/2011 - J. A. Xesteira
Aquel viejo chiste decía: “Un tipo entra en la droguería y dice: –¿Tiene algo bueno para los ratones? –Si, queso. –No, si yo lo que quiero es matarlos. –Entonces explíquese mejor”. Esa es la cuestión, que alguien no se explica bien y, por encima, no actúa como debiera y estamos engordando ratones entre todos. Veamos, por ejemplo, el cólera, una enfermedad que produce una bacteria que puede estar por cualquier agua contaminada o en cualquier alimento. Hay vacunas y métodos para combatirla, pero si actuamos como el de los ratones y le damos al enfermo agua sucia, la palma en un pis pas. Es la misma cuestión de gramática, hay que administrar algo “contra”, no “para”, porque una cosa es un chiste y otra una epidemia. Si vamos al médico a que nos mire la “analítica” (un palabrejo mal usado, como el de los ratones) y tenemos el colesterol por las nubes y la tensión que se nos sale por las orejas, y el médico nos recomienda tomar chorizo, beber licor café generosamente y comer todas las grasas que se nos ocurran, sentados doce horas delante del canal deportivo, sabemos como acabará la cosa. Todo este preámbulo filosófico de medio pelo se me ocurre como comparación pedestre con la situación económica, la Crisis, que ahora tiene el añadido de que son los Mercados los que regulan la situación, es decir, mandan sobre las economías de los países, hacen que los bancos se desplomen hacia el agujero sin fin y los ciudadanos salgan a la calle de dos maneras: con una patada en el culo, propinada por su empresario, o con una pancarta de cabreo para reclamar lo que les pertenece por Constitución y por derecho propio. Son los mercados, dicen, los que manejan los hilos del mundo. Sale en televisión un tipo al que nadie conocía, un trapichero de corbata de las bolsas de Londres, y dice que ojalá la crisis dure mucho, porque los mercados se forran con ello. Y en ese “Es lo que hay” se le echa la culpa a los mercados. Y no pasa nada. Los más grandes estrategas del poder mundial salen a las pantallas y admiten que los mercados (y las agencias de calificación, que son como los adivinadores televisivos que echan las cartas en un teléfono de pago) son los causantes de las crisis, de los déficit y las bancarrotas de empresas y países. Y, como en el caso de los ratones, en lugar de combatir esa bacteria, la alimentamos; sabemos que los mercados son los que están desgraciando un mundo que, reconozcámoslo, gastó lo que no tenía, puso los recursos públicos, económicos y políticos, en manos de dirigentes que nunca irán a la cárcel por sus estupideces y sus despilfarros; sabemos que los mercados manejan a su antojo, gracias a la globalización informática, los flujos de capitales en abstracto, en cuestión de segundos, basta con dar a una tecla del ordenador de un portátil para que las acciones se compren o se vendan al instante, y los efectos multiplicadores de compras y ventas, justificados a posteriori con absurdos como que Angela Merkel va a decir dentro de dos horas que a lo mejor Grecia igual no tiene lo que tiene que tener para que Europa mantenga a salvo el euro. Es decir, basta cualquier vaguedad para que el mercado haga y deshaga a su antojo. Y nos sorprendemos de que las cosas sucedan como están sucediendo. Estamos en el universo del Capitalismo, y se le puede cambiar el nombre y llamarle Mercado, pero, al final sabemos como acaba la película y no es precisamente una de Walt Disney, sino más bien apocalíptica y en 3-D. Todos los políticos del mundo le echan la culpa al cólera-mercado, pero después le dan queso para los ratones. Sabemos que los mercados manipulan, rozan la línea del delito (cuando no la sobrepasan, aunque no podamos demostrarlo) y provocan crisis con la complicidad de los líderes mundiales, que necesitan el Capital para existir, y con la alegría de los mercaderes, que no tienen otro objetivo que el de la bacteria del cólera: provocar fuertes diarreas y deshidratar al enfermo. Sabemos cual es el problema, y en lugar de combatirlo, le inyectamos miles de millones de euros para salvar algo que nunca entendemos, al menos los jubilados, parados del Inem y empleados en precario. Con la misma celeridad con que se adoptan decisiones para modificar la Constitución, intervenir entidades bancarias gobernadas por tenderos con traje de ejecutivo, regalar grandes sumas de dinero público para sostener un estado de cosas que nosotros mismos provocamos, hay que salir a combatir al Mercado, ya que, según explican, es el causante de todos los males. Hay que “bombardear” Wall Street por las mismas razones que se manda un avión de la CIA para matar a un tipo del que no sabíamos ni siquiera que existiera, y que dicen que era un terrorista, aunque no se sabe que haya matado a nadie; con la misma impunidad con que la OTAN bombardea Libia, en una guerra no declarada que huele a sospechosa intervención ilegal, hay que “bombardear” los Mercados, porque son, según se deduce, la epidemia que está diezmando al proletariado (bella y vieja palabra, en desuso) mundial. En lugar de todo esto, que no es más que un chiste de un tipo que entra en la droguería para pedir algo para el Mercado, se recurre a lo fácil, a recortar dineros públicos de todas las partes imprescindibles: educación, sanidad, servicios sociales... Aunque los políticos que nos dirigen lo nieguen. Y no saben que esos sectores son la única vacuna posible. Decía hace unos días el escritor marroquí Tahar Ben Jelloum (un inmigrante) que contra la corrupción hay que cambiar la mentalidad de las generaciones venideras y eso se consigue sólo con la educación, la enseñanza. Hay que educar a las nuevas generaciones en la creencia de que el dinero no es el bien supremo, como se ha venido educando hasta ahora mismo; de que por encima de todo el poder del dinero, del mercado, están los valores culturales, morales y de igualdad entre las personas. Hay que cambiar, urgentemente, desde la escuela, la idea de que lo mejor es el poder que sólo da el dinero. Antes de que el Mercado nos coma como queso para ratones en cólera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario