jueves, 13 de octubre de 2011

Estamos que lo tiramos

Diario de Pontevedra. 12/10/2011 - J. A. Xesteira
Nos ha costado, pero al final conseguimos descontaminar Galicia de bancos y de grandes y expertos financieros. Nos salió por un pastón, pero es que aquí hacemos las cosas así, a lo grande y sin ver el lado derecho del menú. Espléndidos y rumbosos. ¿Hay que hacer un alpendre para guardar cuatro cosas culturales?, pues hacemos la Cidade da Cultura, sin reparar en gastos, sin preguntar por cuanto nos va a salir, sin ajustar; sólo al final preguntamos “¿cuanto se debe aquí?” y, si hace falta, pedimos otra ronda. No escarmentamos nunca y derrochamos en el farelo y ahorramos en la harina. Ya no hay bancos con la etiqueta de Galicia Calidade; hemos llegado a la limpieza total, el algodón del Banco de España no engaña, y Galicia se queda sin entidades bancarias para poder invertir en bloques de viviendas y en capital de riesgo evidente. ¿O no era así? A lo mejor no, y no debo alegrarme de haber quedado sin referencias bancarias autóctonas. Pero es que la cascada informativa que procesaba normalmente, se convierte ahora en un Iguazú informativo, y no me da tiempo a filtrar tanta noticia. A lo mejor es que es todo lo contrario y tendría que estar lamentando que las cajas de ahorros, en las que comencé de pequeño a ingresar los ahorros que guardaba en una hucha de metal que regalaba la propia caja, ya no sean gallegas, y que el Banco Pastor, de origen coruñés, haya sido abducido por el Banco Popular. Al principio, cuando leí la noticia, me alarmé y salí a la calle a ver si se habían llevado a las oficinas de mi pueblo y habían colocado en su lugar a otros como el Chase Manhattan Bank o el Banco de Escocia. Pero no, allí estaban, con las mismas colas y con los empleados de siempre, muchos amigos míos, esperando que la gracia divina descienda sobre ellos y los prejubile con indemnizaciones proporcionales a las que se llevaron los grandes cerebros del proceso. Así que supuse que había leído mal y volví a leer mejor. Estaban allí, en los papeles acusándose tirios y troyanos, es decir PP y PSOE de no haber hecho las cosas bien y de consentir que los jefes de la tribu se fueran con el riñón forrado mientras las cajas, reducidas a la nada financiera, tuviera que ser amparada por el dinero público. Es el momento de las conocidas frases: “Ya se veía venir”, o “Ya lo dije yo”, o “Ustedes lo sabían y no hicieron nada para evitarlo”, y otras por el estilo. Y si, se veía venir, lo dijeron y nadie hizo nada por evitarlo. Se reunían en consejo, se aprobaban indemnizaciones y todo se acordaba con arreglo a leyes que nunca debieron existir, en las que, para contentar al Capital (o al Mercado) había que rendirse a su poder total. Decía aquella campaña de Bill Clinton, un presidente americano de medio pelo, que “Es la Economía, estúpido”, y esa frase, nunca bien entendida ni digerida, pareció tomar cuerpo en las decisiones de todos los políticos, que, generalmente, no tienen mucha idea de economía y creen que todos los ciudadanos son estúpidos. O, por lo menos, parecen demostrarlo en sus actuaciones. Vale, nos hemos quedado sin señas de identidad bancaria. No sé en que consiste eso, lo de las señas de identidad. Nunca me sentí representado por ningún banco y siempre consideré que los bancos no tienen alma propia, compran las de los trabajadores que abren cuenta con su salario, jubilados que cobran a final de mes en ventanilla y el resto de los imponentes (brava palabra) que dejan sus dineros dentro del mostrador para poder sacarlo por la noche a través del cajero automático. Y las hipotecas, el gran truco de los trileros, que retan al incauto a descubrir donde está el euríbor, y nunca acierta y paga su mensualidad mientras pueda, y cuando no, como en las malas películas de gánsters, les mandan a un sicario legal a partirle las piernas de la vida y ponerlo de patitas en la calle. La cosa funciona así y por encima todo cae en tiempos revueltos de elecciones confusas, en las que el PP actúa ya como ganador “in péctore”, anunciando el regreso al futuro de viejos fantasmas, cadenas perpetuas, privatizaciones (con la boca pequeña) de sanidad y educación; y el PSOE se da cuenta de que era un partido de izquierdas, pero no se acuerda que significaba eso. Así pasa lo que pasa, nadie vigilaba al vigilante y nos la jugó. Los políticos sacan viejas disculpas: “No sabía nada y el que los trajo tampoco nos informó...” Y los grandes timoneles de las cajas, apostaron a ganador y colocado y acertaron, se llevaron sus indemnizaciones y dejaron el barco en las piedras. Seguramente hay que recordar otra vez aquella frase críptica de Franco a la muerte de Carrero Blanco: “No hay mal que por bien no venga”. Quedamos sin bancos gallegos como ya quedamos sin muchas empresas gallegas. ¡Es el Capitalismo, estúpido!. Pero podemos ver el lado bueno de la vida y silbar, como los crucificados de “La Vida de Brian”. Total, el dinero no tiene patria, ni huele mal, y, por suerte, las ciudades y los pueblos están llenas de oficinas bancarias que nos darán su dinero alegremente y nos regalarán un televisor de plasma o una colección de cuchillos de acero alemán. La vida continúa y no podemos lamentarnos de lo que pudo haber sido y no fue. Hemos gastado dineros públicos en cosas inútiles; construimos carísimos edificios variados para guardar el arte contemporáneo, y una vez construidos, resulta que hay más arte en cualquier graffiti de pared o en cualquier tienda de Norma Cómic que en todos los museos modernos, incluido el Guggenhein. Construimos aeropuertos sin aviones, estaciones sin pasajeros, trenes sin destino, autopistas sin circulación, cultura sin cultos, arte sin artistas. Mientras, las necesidades básicas y la cultura en general padecen una crisis distinta a la famosa de los bancos. En lugar de lamentar la galleguidad perdida, podíamos aprovechar y seguir limpiando algunas parcelas que se sostienen con dinero público, como la aportación a la Iglesia, el Senado, la OTAN, y algo más que usted debe acordarse mejor que yo. Se sostienen con dinero público y son perfectamente prescindibles. Malo será.

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