jueves, 16 de junio de 2011

Cuando el ratón es un arma

Diario de Pontevedra. 16/06/2011 - J. A. Xesteira
La guerra es cara, pero se sostiene si hay negocio al fondo. Importa poco la vida de las personas y los derechos humanos, las libertades, las dignidades y la defensa de la democracia (sea ésta lo que sea). Las guerras se organizan para dar salida a los excedentes de armas, para ocupar zonas que producen petróleo o cosas por el estilo y, posteriormente, administrar un terreno, una población consumidora y un gobierno que va a hacer lo que dice el conquistador de turno. Las guerras son un negocio para el invasor y, en menor medida, para los países amigos que actúan de comparsa necesaria para legitimar una invasión. El que diga lo contrario miente y sabe (sabemos) que miente. Los ejemplos están a la vista, las invasiones desde Vietnam hasta hoy en día, y las guerras que acaban en nada después de que las grandes corporaciones que manejan el dinero del mundo ya se den por satisfechas. Pero ahora mismo han resuelto el problema de los gastos en ejércitos transportados, con la maquinaria bélica adecuada y todo ese montaje enorme que sale por un ojo de la cara del ciudadano común, al que no consulta nadie para decidir si se invade Irak o si se bombardea Libia y no Siria. Ya hay otros sistemas y todos están en la Red. Se está organizando una guerra desde un ordenador como el mío que sale tirado de precio y que es capaz de echar a un tirano que no nos sirve para poner a un tirano que sí nos va a servir dentro de nada. Los ataques ya no son contra objetivos físicos, con aviones bombarderos que siempre matan a los daños colaterales. Los EEUU están preparando una red de internet furtivo para países dictatoriales; la cosa es simple: introducir una red de espionaje en forma de ordenadores y teléfonos móviles, que ya tienen la suficiente sofisticación como para meterlos en un país y, desde ahí, mandar información al exterior y recibir consignas. El plan, que cuenta con el aplauso de Hillary Clinton –la misma secretaria de estado que se cabreó cuando Wikileaks hizo lo mismo, pero con respecto a los EEUU– está ya en marcha, y se aplicará en los países dictatoriales que son sus enemigos, como Siria, Libia o Irán; no lo harán en los países dictatoriales amigos, como Arabia Saudí, Bahrein o Kuwait. Es barato, desestabiliza y, en el caso de que capturen al espía con el teléfono móvil, sólo se ha perdido un aparatito que vale un dólar. La guerra va por otros caminos y funciona con ratones que disparan desde zonas wi-fi. Y en España ya estamos en alerta. La Policía detuvo días atrás a tres miembros de Anonymous, la organización sin órganos que luce la máscara de un cómic clásico y se mete en donde no la llaman, que es donde tienen que meterse. Acusan a los tres detenidos de un delito de “interrupción informática”, una novedad que todavía no han asimilado los jueces, y también les acusan de “intenciones” de publicar datos sensibles e información reservada (adivinar las intenciones ya es anticiparse a un delito: usted parece que tiene intención de robar, así que lo detengo). No se específica la sensibilidad de los datos ni la reserva informativa. Los policías que presentaron a la prensa el brillante servicio dijeron que habían desmantelado la cúpula, una tirada de la moto un tanto vanidosa por parte de los mandos del orden público. En realidad sólo eran plataformas particulares para que la Red se active a través de ellos, como a través de miles de otros aparatos. Sólo hay que leer en Internet en que consiste Anonymous. Pero, lo más peculiar del caso es que varios organismos internacionales se sienten atacados por tipos anónimos que desde sus casas rebotan datos que andan por ahí, que debieran ser públicos, pero que no lo son, porque todos los organismos internacionales, desde la Iglesia Católica hasta el Fondo Monetario, tienen sus vergüenzas que tapar y sus cacas que esconder. La misma OTAN, que nació como oposición al Pacto de Varsovia, se lamenta de que está de capa caída, que los europeos no quieren gastar sus euros en sostener un ejército muy caro, y se queja de ataques en la Red. El Fondo Monetario Internacional, el FMI, también se siente atacado (de hecho lo fue) por cibernautas desalmados que actúan desde la sala de estar o desde un café, territorios de combate habituales. El FMI es un objetivo militar de esta guerra internauta; en realidad es un contraataque, porque el FMI, realmente, es un organismo supranacional que hace la guerra y la financia, por otros medios, pero con idénticos resultados que las tropas convencionales. El sistema del FMI es barato y se activa desde unos ordenadores de sus oficinas; consiste en rescatar a los países en apuros que el propio FMI, con sus maniobras especulativas, puso en esos apuros. Con estas operaciones, no sólo presta dineros para que los países apurados se recuperen sino que de esta manera acaban por controlar el poder político, que no tiene más remedio que hacer lo que dice el FMI. Los organismos de este tipo actúan en realidad como “enmierdadores”: primero provocan la crisis económica, y después dictan las normas para chantajear a los gobiernos y obligarles a aceptar su dinero, modificar su política (a favor de los organismos) y controlar a los países. Todo eso sin disparar un sólo tiro. Entidades de calificación de riesgos financieros cobran de las entidades que tienen que calificar, Lo acaban de denunciar organismos oficiales. Más claro no puede ser: impuesto de mafia. Ya no vale ir vestido de uniforme a defender a la patria, porque, en realidad, desde que la patria cotiza en bolsa, no hay mucho que defender. Pero si va a resultar interesante ver esta guerra de ordenadores que es capaz de bloquear la página de la Policía o de llamar a las armas a una multitud de “tuiteros” enmascarados; lo mismo atacan a la Reserva Federal que a una empresa de videojuegos. Nos esperan tiempos complicados y cada vez echo más en falta mi vieja Hispano Olivetti. El mundo se ha quedado pequeño y complicado.

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