jueves, 9 de junio de 2011

Bienvenidos al pasado

Diario de Pontevedra. 08/06/2011 - J.A. Xesteira
Mi generación, la de la tardía posguerra, fue alimentada culturalmente con tebeos y cine de serie B y sesión continua. Por suerte, debo creer, porque la cultura oficial podía dejar el cerebro tierno y virgen de un niño, convertido en puré de nabos. No hay más que ver aquellos textos oficiales que teníamos que aprender para hacernos hombres de provecho, en los que todo era un alabar a dios y al caudillo, bajo pena de infierno o bofetón. Gracias a nuestros héroes de tebeo o de pantalla fuimos educados en otros valores, aprendimos cosas bastante inútiles, que son las buenas, y disfrutamos de la amistad de los amigos de la infancia. En aquellas historietas y películas había muchos prototipos, el Chico, el Amigo del Chico, la Chica, el Malo, la Banda del Malo, y una serie de personajes acompañantes, desde el Caballo del Chico hasta el Gobernador de Maracaibo, pasando por el Jefe Indio o el Centurión Romano. Pero de todos ellos había uno en especial que siempre me viene a la memoria en circunstancias especiales: el Científico Malvado. Siempre había un científico chiflado, al servicio de una organización secreta, de un tirano, de una sociedad universal, que pretendía ser el dueño del mundo, bien por la aniquilación en masa de inocentes ciudadanos, bien por la creación de una máquina destructora de enorme poderío. Contra esos seres perversos siempre había un agente del FBI, un Roberto Alcázar (por cierto, el malvado de Roberto Alcázar se llamaba Svintus) un Supermán o un detective para derrotar a los Fu Man Chus de turno. Con el paso de los años estas historias infantiles se hicieron realidad, y, en lugar de aparecer en tebeos y cine B aparecieron en periódicos, cines de autor o libros. Las teorías de las conspiraciones mundiales tomaron cuerpo y, en muchos casos, fueron documentadas. Todavía le dan vueltas en EEUU a la teoría de la conspiración para matar a Kennedy y es algo que con un poco de sentido común puede entenderse que el desgraciado aquel del fusil era demasiado poco para llenar el primer magnicidio filmado. Otras teorías fueron demostradas con el paso del tiempo y la desclasificación de papeles secretos (hoy día, con Wikileaks). Como la Operación Cóndor perpetrada por los servicios secretos de EEUU en América del Sur, la financiación del golpe de estado contra Allende en Chile y el golpe de los militares en Argentina, ambos saldados con miles de asesinatos y desaparecidos, responsabilidad directa del que entonces era el secretario de Estado americano, Henry Kissinger, un Premio Nóbel al que acusan de genocida. En los años 60 y mediados los 70 estaba de moda ver el brazo de la CIA en cuanto desbarajuste mundial se daba. Décadas después se ha comprobado que, si no en todos, si en la mayoría de los levantamientos, actos terroristas, revoluciones y golpes de estado, andaba metido el largo brazo de la inteligencia, que no supo prever años más tarde que Al Qaeda iba a estrellar unos aviones en Nueva York. El científico malvado y las conspiraciones de Estado fueron los Malos de mi generación cuando llegué a la universidad, y no era más que la transformación de los escenarios infantiles que contemplábamos en el general de un cine o en la lectura compartida de los tebeos. El correr del tiempo, la bonanza económica y la conversión al Capitalismo sin criterios ni sospechas, llevó a la pérdida de los Malos, porque los que antes eran Malos pasaron a ser sólo Menos Buenos, a ser ricos, que era lo que quería ser todo el mundo. Se perdió la perspectiva, la sospecha, la ética de izquierdas (¿quién quiere ética en un mundo competitivo?) y, por lo tanto, desaparecieron los héroes. Pero cuando las cosas van mal, y ahora van mal, la reacción es inmediata. Siempre me gustó sospechar que las grandes epidemias eran cosa de aquel científico loco o de un laboratorio secreto que investigaba porquerías para la guerra química. Si las evidencias de todo eso aparecieron en Vietnam –donde el ejército americano experimentó con armas químicas– las apariciones de enfermedades nunca vistas, como el Ébola o el Sida, siempre tuvieron un tufo de experimento que el primer mundo probaba entre los más pobres o entre los que odiaba la sociedad puritana. La propia gendarmería mundial alertaba de terrorismos absurdos, como aquel ataque con el virus del ántrax, que fue visto y no visto. De los viejos complots y la guerra sucias de la CIA o el KGB se supo más tarde que lo que sospechábamos era cierto. Pero ahora mismo renacen los espías, vuelven las conspiraciones y se pone de moda otra vez pensar en que todos los males del mundo los fabrican las mentes criminales, algunas de ellas elegidas democráticamente. De momento, las contaminaciones perversas son de baja intensidad, como la del E.coli, que comienza con un ataque de una conselleira alemana, que jura y perjura que la culpa la tienen los pepinos españoles. Y se monta un follón bufo, en el que se ven a políticos comer pepinos como si les apeteciera y se crea un conflicto internacional agrícola. Se amenaza con no veranear alemanes en Mallorca y se pide a Europa que indemnice a los agricultores andaluces. Todo por el pepino envenenado. Ahora ya se sabe que no es el pepino, que es la soja, esa estupidez agrícola que mueve millones de dólares y que no deja de ser un hierbajo ridículo y poco sabroso. El científico chiflado, si es que existe, no está al día en matar, porque a fuerza de ensaladas contaminadas se mata poco. Pero es un comienzo, y una señal de que los malos viejos tiempos regresan. Es evidente que, además, la CIA está detrás de los levantamientos populares musulmanes, y eso se sabrá dentro de los años precisos. Pero ya podemos empezar a pensar como hace 40 años. De hecho ya hay complots conspirativos, como el de Strauss-Khan y acabo de ver un libro a la venta en el que se habla de la CIA y la muerte de Carrero Blanco, que voló por los aires cuando Kissinger salía en avión de Barajas. ¡Bienvenidos al pasado!

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