viernes, 9 de febrero de 2018

Las explicaciones

J.A.Xesteira
–Hace un frío del copón.
–Si, el termómetro marca tres grados, pero la sensación térmica es de bajo cero; la humedad es alta, del ochenta o noventa por ciento; el viento es nor-noroeste, de, más o menos, fuerza dos o tres; y el sol apenas aparece con el nublado persistente que hay; y eso que aún  no llegó el frente que se espera para las cinco de la tarde, que traerá rachas atemporaladas y chubascos que será de aguanieve.
–Ya… Hace un frío del copón.
Hace años, antes de que existiesen hombres y mujeres del tiempo televisado, incluso antes de que el tiempo televisado fuera un mapa en blanco y negro en el que unos señores vestidos de gris pegaban soles que parecían huevos fritos, los habitantes de este planeta teniamos frío o calor. Ahora también, porque es la relación natural entre el cuerpo humano y el ambiente que lo rodea, con sus variaciones climáticas. La única diferencia está en la explicación. El ser humano de ahora mismo pasa frío o calor con información, es un frío científico, experto e instantáneo, que cualquiera puede enriquecer con sólo consultar el termómetro del coche o su teléfono; ahí nos dice de que tipo es el frío que nos hiela las orejas, pero no nos lo quita de encima. Simplemente nos lo explica, adorna la sobriedad, como una guarnición que compaña a la carne a la plancha.
Vivimos en tiempos de explicaciones. La influencia de la televisión en la manera de hablar y comportarse el personal es evidente. No hay que darle vueltas, hablamos y nos comportamos como reflejos televisivos. Y en la televisión informativa y entretenida (vamos a admitir, aunque sólo sea para entendernos, que exista esa televisión con esos calificativos) se lleva lo explicativo, la redundancia, la insistencia, la incidencia en un monotema (los catalanes y sus vaivenes o los sucesos policiales reiterados en pantalla), la magnificación de cualquier historia del momento. Los locutores repiten frases, como si no les escucháramos en la primera toma, seguramente a imitación de las televisiones americanas (ver reportajes americanos doblados en los que cada frase se repite por duplicado, seguramente porque las circunvoluciones cerebrales de los americanos nunca lo pescan a la primera). Así, sin salirnos de la ola de frío, el otro día, en una cadena televisiva, la locutora que explicaba que la nieve es una cosa terrible que nos acaba de pasar (parece ser que nunca nevaba en este país) conectó en directo con el alcalde de un pueblo de Cantabria cubierto de nieve, que explicó: “No estamos incomunicados, pero cuando pasan las quitanieves, al rato se vuelve a cubrir”; a lo que añadió la locutora: “Es decir, que después de haber trabajado las quitanieves la nieve vuelve a cubrir las carreteras”. Y así, durante más de media hora informativa, fueron desfilando enviados especiales que contaban algo tan obvio como que nevaba, y la locutora, repitiendo eso, que nevaba. Todo repetido, por duplicado, para que la explicación fuera total. De lo que nos enteramos es de eso: nevaba, algo que parece como un fenómeno insólito, algo desconocido.
Esa manera de explicación se reparte por toda conversación, por toda información, sin que tanta palabra aporte gran cosa al resultado final; se explican en coloquios de expertos televisados, en los periódicos, en los parlamentos políticos, pero, en realidad, toda esa información no encierra grandes ideas, muchas veces, ni siquiera encierra una simple idea.
Si hay un territorio en el que la gran explicación ha conseguido disfrazar el propósito principal, a imagen del pronóstico del tiempo, es el territorio de comer y beber, un espacio donde importa más lo que se dice que lo que se come o bebe.
–Este vino tinto está cojonudo.
–Si, es un rioja crianza clásica, con aromas a especias y madera de roble y frutas maduras, es equilibrado, elegante y en boca se comporta con clasicismo, buena acidez y cada botella vale cien euros.
–Ya…, el vino está cojonudo.
La explicación funciona para darnos a valer, para hacer entender al de enfrente, que pasa así de ser amigo que comparte un comentario, un vino o unos arenques (ya no me atrevo a meter explicaciones literario-gastronómicas sobre los arenques) a ser un enemigo a batir, un simple don nadie que tiene frío, bebe vino o come un arenque sin más explicaciones, sin aportar bagaje cultural al producto primario. En tiempos de la Gran Masa Informativa que llevamos en la mano, vía internet, los conceptos tienen que ser enormes, no nos vale el arbol, queremos la jungla entera para demostrar que somos Tarzán. Tenemos que ponerles nombre a todo; un temporal ya no es aquel temporal que cada año (una o dos veces) nos golpeaba a los que nacimos al lado del mar; los temporales de ahora tienen nombre propio (Ana y Bruno fueron los primeros) y se les llama ciclón o ciclogénesis explosiva, que es un temporal más culto. Y se presenta con alarmas de colores, con avisos de peligro, con advertencias tan obvias que parece que nos toman por tontos. Es necesario explicarlo para poder después magnificarlos. No importa el fenómeno y sus consecuencias sino su efecto mediático.
Como no importa la realidad de lo que está pasando (no me pregunte lo que está pasando, usted tiene que saberlo, porque le está pasando a usted), sino lo que dicen que está pasando, lo que explican los Medios y los políticos. No vale decir que hace frío económico sino enmascararlo con toneladas de palabrería para convencernos de que las consecuencias del clima del paro, los salarios indignos y la situación de pobreza laboral se deben a causas meteorológico-políticas inevitables; nos explican que la nevada de corrupción que nos deja aislados mientras los responsables se hacen los suecos es una consecuencia natural y que la culpa es nuestra por tener las cadenas en malas condiciones; nos dan información con estadísticas de que el producto interior es bruto e implacable, que los datos del paro suben (la sensación térmica del paro es la que nos enfría) y que el tiempo mejorará. Si usted está socialmente frío, no se preocupe, ya se irá calentando poco a poco.

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