viernes, 2 de febrero de 2018

La censura no tiene cura

J.A.Xesteira
…Y si la tiene, poco le dura.
Hay bastantes libros escritos sobre la censura en la Dictadura, algunos, incluso, bien interesantes y de referencia obligada. La censura en el cine, en la prensa, en la vida en general durante la dictadura la padecíamnos casi sin enterarnos, porque era una censura que nos dejaba la película, la canción, el libro y la noticia previamente podada de todo mal. Los que vivimos y fuimos capaces de hacernos con una cultura medianamente decente, todos los que buscamos ir más allá de las fronteras dibujadas por la censura franquista, incluso a riesgo de nuestra integridad física o laboral, convivíamos con aquel estado de vigilancia permanente. Si volvemos la vista atrás y recapitulamos, los que recibimos educación filtrada por el régimen que fue capaz de inventarse un término como Democracia Orgánica (que, por cierto, suscribieron y dirigieron muchos políticos que más tarde serían demócratas “desorgánicos”) no éramos conscientes de la existencia de esa censura vigilante. Ya no digo en los textos que estudiábamos, con aquella Historia de España cristiana y gloriosa, o los textos literarios, entre los que no aparecían autores non santos. Me refiero a la censura pequeña, cotidiana, desconocida. Para los que leíamos el Capitán Trueno encontrábamos normal que Trueno y Sigrid anduvieran por el mundo, acompañados de Crispín y Goliat en una extraña situacion de noviazgo virginal, sin boda ni relación física; desconocíamos que la censura organizaba esos extraños “menages” y que, incluso, ordenaba al sufrido dibujante borrar espadas agresivas. Había para eso, unos vigilantes de la playa de la moral que cortaban besos de cine y nos brindaban la película limpia de sexo. Porque, básicamente, la censura era sexual, la censura política era un coto cerrado a cualquier idea personal o social que simplemente pensara fuera del margen del Imperio. Pero mirando la cosa por el retrovisor, aquella censura cutre y casposa dejaba, sin embargo pasar cosas que ahora mismo serían objeto de denuncia por iniciativa popular o porque algún/a fiscal le diera por ahí. Ya no me quiero referir al hostiazo de Glenn Ford a Rita Hayworth en Gilda, que la censura autorizó directamente (lo grave de Gilda era que la Rita se quitaba un guante de forma erótica mientras cantaba “Put the blame on Mame”), sino a cosas más simples, como el que todo el mundo fumase sin problemas en la pantalla (mi médico fumaba en la consulta) cosa ahora muy mal vista y que me lleva a pensar que sin humo y tabaco no existiría una obra maestra como “M, el vampiro de Dusseldorf”; o el trato vejatorio de otra película mítica, “El hombre tranquilo”, donde a Maureen O’Hara la llevan entre su marido y su hermano como un trapo (incluso una mujer del pueblo le da a John Wayne una vara para que tenga a raya a su esposa). El cambio de tiempo cambia los pelajes y las modas, pero genera otras costumbres no menos incómodas, otras censuras. ¿Que pasaría si el Dúo Dinámico cantara ahora “Quince años tiene mi amor”, con “si le doy mi mano ella la acariciará (¡esa mano!) y si le doy un beso…, etcétera”? Probablemente, al instante serían acusados de abuso de menores y podrían acabar en la cárcel, porque los tiempos de ahora son muy perseguidores de los cantantes (en el sentido textual del término, los “cantantes” políticos pueden prevaricar y robar y, con un poco de suerte, salen de la cárcel por buena conducta, y a lo mejor ni siquiera son juzgados porque su delito ya caducó). Incluso una película muy celebrada como “Pretty Woman”, bien mirada ahora sería objeto de censura y denuncia, por exaltación de la prostitución. ¿Qué pasaría si ahora mismo Courbet presentara su obra “El origen del mundo”? Probablemente le saltarían a la chepa varios obispos, algún/a fiscal y media docena de periódicos a favor y en contra (mientras esto escribo acabo de leer que Facebook prohibió la reproducción de esa obra maestra, que pueden ver en el Quai D’Orsay de Paris; estuve una vez una hora delante del cuadro y las reacciones de los visitantes podrían llenar un documental). Los chistes de hace unas décadas serían cosa de juzgado de guardia de ahora.
Después de la censura dictatorial y cuadriculada, la censura espesa y surrealista, pasamos por una transición en la que triunfó el destape considerado como una de las bellas artes; de repente nos dimos cuenta de que existían mujeres desnudas en el cine (lo de los hombres fue otra historia, a fin de cuentas, el cine seguía siendo cosa de hombres). Valía el sexo, pero la violencia y los totalitarismos estaban mal vistos. La cosa duró poco, porque pronto nos hicimos modernos, europeos, pasamos a la primera división de los países ricos (antes de la crisis que nunca existió) y, sobre todo, pero muy sobre todo, nos hicimos políticamente correctos dentro de un sistema plenamente capitalista, con todos sus defectos y ninguna de sus posibles virtudes. Y ahí entró otra censura, distinta e indefinida. Ya no era un organismo oficial el que ponía límites, no hay límites, pero nadie puede salirse de esos no-límites. La censura franquista era sólida, concreta y de cemento bunkerizado; la de la transición era un tigre de papel; la de la posmodernidad o lo que sea esto que padecemos ahora, es gaseosa, regida y sustentada por lo que llaman el Imperio de la Ley, de las miles de leyes que desconocemos como nos imperializan, pero que nos pueden dar un estacazo sin que sepamos por qué.
Esa censura nebulosa se palpa en los Medios; si en el franquismo aprendimos a leer entre líneas, en el Actualismo presente las líneas no contienen nada más que corrección y dogmas de fe política al servicio de una hipótesis democrática. Se supone que impera la ley, pero, visto lo visto, no nos encaja la relación calidad-precio entre leyes y libertades. Existe ya una idea creciente de que hay una justicia para la élite politicamente correcta y otra para el vulgo políticamente incorrecto. Las leyes son abstracciones que justifican la existencia de una censura nebulosa. Una censura virtual con efectos reales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario