sábado, 3 de septiembre de 2016

Las inutilidades

J.A.Xesteira
En la pequeña historia de la humanidad, la que se construye año tras año, siglo a siglo con las pequeñas cosas que nos interesan en el momento, hay montones de creencias firmes y soluciones definitivas que duran un pispás-que-te-vas; cosas que en su momento parecieron un avance importante, avalado por una buena carga de moda, desaparecieron arrastradas por su evidente inutilidad al cabo de unos pocos meses. Vamos a poner ejemplos. Sin salirnos del coche, nuestro recipiente más placentero, en el que solemos pasar buena parte de nuestras vidas; ¿recuerdan cuando nos vendieron aquella especie de goma-rabo que se colgaba detrás, al lado del tubo de escape, y que decían que descargaba la electricidad estática del vehículo, no se sabe con que fin, pero que se vendieron como churros? Debió ser por la misma época en que se vendió también un aparatito con ventosa que se ponía en el salpicadero, pegado al cristal, para evitar –decían– que una piedrecilla nos partiera el cristal, porque eliminaba las vibraciones; fue eso un poco antes de que vendieran aquellas alfombrillas de bolitas que aseguraban que ayudaban al conductor a eliminar el estrés, al tiempo que le daban masaje en las vértebras lumbares y evitaban un sinfín de dolores. Todo era una inutilidad, no servían para nada, pero alguien hizo algún negocio con todos esos chismes. En su momento fueron ofertas supuestamente fundadas en experimentaciones y avaladas por la tecnología de su momento. Pasaron unos años y la inutilidad salió a flote. Puede que un día se demuestre que el cinturón de seguridad, ese chisme que nos molesta al conducir, se demuestre que no es tan seguro como ahora afirman; de hecho, el porcentaje de muertos en accidentes sin cinturón es menor que el porcentaje de muertos con él.
Las inutilidades suelen jugar con nuestra salud, nos dicen que cualquier cosa es buena y mejor si añaden la coletilla de “está cientificamente demostrado” o, como dicen ahora, está “testado clinicamente” (una mala traducción del inglés, en español, testar es dejan en  herencia, lo cual es un mal comienzo científico cuando se empieza por ignorar la gramática) Con eso parece que la vida será más feliz  si hacemos caso del anuncio “testado”. Pero, ¿se acuerdan de las pulseras de cobre, que se vendían en las farmacias y que aseguraban que combatían el reuma, porque eran “magnéticas”? Realmente era una estupidez, porque ni eran magnéticas, ni un imán que nos pusiéramos en la cabeza nos iba a quitar los dolores reumáticos. Pero se vendieron y así anduvieron miles de personas como si fueran medio esposados. Una inutilidad. Como las actuales creencias, inspiradas no se sabe por quién, de que comer alimentos “testados” por incógnitos científicos nos va a dejar guapos y esbeltos; los productores-depredadores de soja en el mundo (un hierbajo que comen los que no tienen otra cosa que comer en la India) nos dijeron que comer soja es sanísimo, y la leche de soja (un líquido sospechoso que no es leche, claro está) es mucho más sana. Y el personal se apunta a esa moda que, por supuesto no les va a adelgazar ni les va a devolver el tiempo pasado. Y en la estantería de al lado del super están los yogures con sustancias bífidas (partido en dos, literalmente) que nos facilitarán el “transito” (una forma extrañamente fina de decir que iremos bien de vientre) El caso es que el personal se apunta a todas las inutilidades posibles sin pararse mucho a pensar; si se dan una vuelta por el supermercado verán a gordos/as, cebados a grasas saturadas, comprar leche sin lactosa, galletas sin gluten y bebidas isotónicas porque “son más sanos”. Inútil; el desparrame de grasa por encima de sus pantalones indica que ni siquiera los bífidos anticolesteroles del “tránsito” pueden hacer nada contra los vinos del país y los derivados del cerdo, rematados con chupitos de brebajes alcohólico-azucarados. Pero debe ser que nos gustan las inutilidades, o, por lo menos, nos convencen durante un corto espacio de tiempo y nos lo creemos todos. Debe ser nuestra condición humana la de ejercer de pasmarotes pringados en ese juego de trileros universal que es el comercio y el capital. Nos pueden vender cualquier inutilidad que nosotros estamos para eso, para creer, tener fe y aflojar la pasta. Con buena publicidad que nos toque en la fibra de la fe y la necesidad nos venden cualquier cosa; nos hacen creer que los bancos son útiles, porque sirven para tener nuestro dinero bien guardado. Pero sólo hay que echar la vista atrás a poco tiempo, para entender que los bancos siempre ganan y nosotros no somos más que simples apostantes en una ruleta trucada por leyes que los mismos bancos se encargan de dictarle a la oreja de sus políticos-secuaces. Piensen en como era un banco de hace diez años échense a temblar al pensar como serán dentro de otros diez a este paso.
Con las inutilidades sucede lo mismo que con la actual legislatura, después de la tercera ronda de intentos por tener un gobierno. Vamos camino de las terceras elecciones y los protagonistas políticos siguen vendiendo el mismo producto sin darse cuenta de que el mercado y los compradores no han variado de opinión. Desde hace casi un año, lo único que han cambiado son los presidentes del Congreso, figura más bien contemplativa; el resto hay que apuntarlo en el capítulo de inutilidades y convendría que se dieran cuenta de que el producto hay que cambiarlo de vez en cuando, disfrazarlo con etiquetas nuevas y lanzar una campaña más creíble. Los pactos, primero PSOE-Ciudadanos y ahora PP-Ciudadanos, no son más que acuerdos bífidos que no facilitan el transito. La escenificación parlamentaria nos enseñó a unos líderes de escasa oratoria, recurriendo a viejos tópicos como “el clamor popular” o “España necesita urgentemente un gobierno”, que suenan como frases “testadas” o “científicamente comprobadas”. Incluso me pareció ver que algún líder tenía un rabito de goma contra la electricidad estática, y que todos los asientos del gobierno tenían almohadillas de bolas contra el estrés. Nos veremos en las siguientes elecciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario