sábado, 27 de febrero de 2016

O "tuto" o "muete"

J.A.Xesteira
Seguramente conocen aquel chiste tan simple y efectivo del niño que propone a un adulto: “¿Que quieres, tuto o muete?”; el mayor le dice. “Susto”, y el pequeño: “¡Uuuhhh!”; “¡Ay, que susto!”. “Ah, haber elegido muete”. Es una tontería pero, no sé por qué, me vino a la cabeza con motivo de los pactos entre Sánchez y Rivera para reorganizar la gobernabilidad del país, por más que estuviéramos estupendamente sin gobierno durante estos últimos tiempos. Rivera y Sánchez acabaron por ponerse de acuerdo y firmar un pacto o algo así, solemnemente, bajo el cuadro de Genovés de El Abrazo. Todo muy bien, incluidos los principales personajes, que responden a un criterio de afinidades electivas; son los más parecidos fisicamente: jóvenes guapos un punto pijo, los yernos que toda suegra querría tener. Distintos de un Rajoy viejuno en horas bajas, aguantando el temporal de imputaciones y a sus vecinos de pueblo que no lo quieren. Distintos de los otros jóvenes, que no son el yerno preferido sino el amigo del hijo que es un poquito rojo. Sánchez y Rivera hablaron ante los Medios, que son los homologadores de la política, y mantuvieron el lado bueno de las fotos para simbolizar un acuerdo básico de apoyo de gobierno. Como uno, por la edad, tiene demasiados recuerdos, me trajeron a la memoria a un célebre guapo de los años 60, Alain Delon, en la escena de El Gatopardo en la que le dice a Burt Lancaster, príncipe siciliano, que hay que cambiar algunas cosas para que todo siga igual; veía a los dos “delones” del pacto despojados de sus blusas de garibaldinos de las elecciones y me dije que esa película la habíamos visto en la Transición, donde también cambiaron algunas cosas, y todo siguió igual. Lo malo de la edad es que ya nos sabemos todos los cuentos y todas las ceremonias nos parecen un dejá vu. Los dos jóvenes están en su perfecto derecho de posar para la historia, porque para eso son líderes de dos fuerzas políticas. Y la ciudadanía tiene que aprender a que, nos guste o no nos guste, el sistema funciona así. “¡Pues cambiemos el sistema!”, podría decir usted. Pero eso sería otra cuestión y otro capítulo.
Los dos líderes tienen a su favor una cosa: juventud. Y en contra otras muchas. Ellos han llegado a un acuerdo de buen rollo y con buenos deseos, con frases que parecen sacadas de un manual para ser feliz de Paulo Coelho: “son más las cosas que nos unen que las que nos separan” o “es para que gane España”. Son los representantes de dos partidos que huyen de sí mismos, una autodenominada izquierda (que ya nada tiene que ver con aquella izquierda histórica fundada por otro Pablo Iglesias, por mucho que Sánchez se retrate delante del viejo marxista con barba blanca y gorra de tipógrafo) que deriva hacia una derecha guapa, y una derecha que huye de la derecha y sus viejas modas. Ambos están istalados en las Tierras Medias, nada de puños en alto ni Internacional, ni, por supuesto defensa a ultranza de los valores sagrados de la Patria. Como personas prácticas, han hecho un pacto de rebajas en el que Sánchez y Rivera renuncian  a unas cuantas cosas que huelen a la clásica jugada de regateo con disparo por elevación (son los faroles a los que sabemos que después renunciaremos); el tiempo traerá otras oportunidades de volver sobre lo firmado. El pacto, en realidad, está anclado en el sistema laboral, que es lo que Europa, es decir, el Capital que maneja la barca de Bruselas, tiene previsto para España. Se imponen viejas fórmulas sobre las que se hablará mucho; se habla de un acuerdo de bases, mejorable, según ellos, o prescidible, según cualquiera. En realidad sólo hablaron de Economía, no de personas (por favor, que no me vendan más la historia de que la Economía va bien y todos vamos bien, es falso y evidentemente demostrable).
Pero una vez firmado lo firmado, una vez hecha la elección, queda el resto. La foto está bien, pero para la investidura hace falta algo más. Se necesita una abstención del PP y un apoyo o algo más de Podemos y el resto. Para empezar, la otra izquierda, la de Podemos, IU y los periféricos, dice que ya no hay nada de que hablar, que invitados de segundo plato y segunda firma, no. Y el PP, como instalado en la torre de Mordor contempla el espectáculo con la sonrisa muerta. Habrá que ver la sesión de investidura. En la hipótesis de que Sánchez sea coronado como Gatopardo, comenzará el revuelo, la cola de los “que-hay-de-lo-mío” y el reparto de poderes entre los pactantes. Más todas las presiones sobrevenidas de los poderes intangibles: los empresarios que ya han firmado escritos de que quieren gobiernos estables; Cataluña y su propuestas; Europa, que va a imponer sus criterios (somos una unión monetaria, un gran negocio disfrazado de democracia); y la Santa Sede, la multinacional patrocinada (y financiada) en España por su Gobierno mediante un convenio económico sin precedentes en otro país de Europa.
Todos hacen quinielas. Incluso queda abierta la posibilidad de nuevas elecciones. Pero la clave está en la frase de Albert Rivera de que estaban en la segunda Transición. Así que era eso. Los dos líderes no pueden recordar la Transición porque todavía se hacían pis en los patucos cuando Suárez podía prometer algo. Están en su derecho de inventarse su tiempo y hacerlo a su manera, de establecer un pacto para una nueva Transición, como el que añora volver a una época que no conoció. La Transición fue una chapuza de su tiempo, hecha con los materiales y las prisas políticas de la época. Ahora, los dos líderes de dos espacios políticos inexistentes, en un tiempo totalmente distinto, sienten nostalgias de lo que no vivieron. Ellos han elegido y los demás tendrán que elegir. Los ciudadanos elegimos en nuestro momento y el resultado es lo que es. Cuando toque reclamar, se reclamará. Pero cuando te dan a elegir, eliges. Y si no, haber elegido “muete” en vez de “tuto”.

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