sábado, 2 de mayo de 2015

También se venden fideos


J.A.Xesteira
Se abrió la veda electoral. En un alarde pleno de facundia, el actual presidente del Gobierno se ofrece en cuerpo y alma como candidato, y pide que confíen en él, que lo hará bien. Aunque las reglas del juego democrático establezcan pasos y tiempos, en realidad todo está en un simple sistema que consiste en ver cual es el grupo que gana al final. No importa si ahora hay elecciones locales y después autonómicas, el objetivo es, desde ahora mismo, las elecciones de fin de año, sobre las que las encuestas del CIS echan las cartas para decirnos lo que va a pasar. Para esas elecciones se ofrece como remedio indispensable el presidente de este Gobierno, pero también los candidatos de los otros grupos. Todos se colocan en el escaparate político y piden que les votemos, porque son lo mejor que le va a pasar a este país al final de año. Al verlos me vino a la memoria aquella anécdota que cuenta Camilo José Cela en su obra “Del Miño al Bidasoa”; al pasar por Ribadesella ve en el escaparate de una tienda de ultramarinos una hoja de bacalao con un escrito: “Tengo muy buena cochura,/comedme sin regodeos,/porque soy canela fina./También se venden fideos”. Es una audacia de márqueting, el propio bacalao seco y salado, se ofrece y relata sus virtudes, cuece bien y es de calidad, canela fina. Lo intrigante es el estrambote final: “También se venden fideos”. Seguramente el poeta publicitario –se supone que el tendero– completó la rima con los fideos, pero le quedó como algo intrigante, que no pertenece al producto ofrecido, que va aparte.
Los políticos son como ese bacalao bueno de cocer y de calidad superior; todos se ofrecen en el escaparate con el cartel en el que muestran sus cualidades maravillosas, pero, como el pescado seco, hay que llevarlo a casa y cocerlo para saber como es, y a veces no responde a lo que se esperaba. Además, estos hombres-bacalao (no se sabe que haya candidatas a las elecciones generales) pueden ser cocinados de diferente manera (para ello basta ir a Portugal, aquí al lado, y ver cualquier menú) y no siempre el resultado es el prometido.
Tomemos como ejemplo a Rajoy, el ofrecido. Es obvio, que si eres el presidente de un gobierno que presume de hacer bien las cosas y que lleva al país como un fórmula uno, tiene que postularse para continuar la labor, lo contrario sería admitir que todo son fantasías animadas de Bugns Bunny y el Pato Lucas. El presidente habla de conceptos abstractos, de economía en bruto, de crecimientos porcentuales que ya nadie se molesta en comprobar (son como ese famoso “está-científicamente-demostrado” que tapa cualquier discusión) y omite los hechos concretos, la cifra de paro real (sin las trampas de los salarios indignos y los puestos de trabajo enmascarados con horas y tareas no remuneradas) Su oferta es de futuro; de momento está seco y colgado en el escaparate, pero nos dice que España tendrá un 2,9 de crecimiento en Europa (seremos la envidia de todos), cosa que a nadie le interesa; los españoles estamos más a ver el crecimiento de nuestras pensiones, nuestros sueldos y nuestros precios de consumo. Pero un político solo puede ofrecer futuro, y el futuro es incierto, puede estar muy desalado y pierde la gracia, o puede que el remojo no fuera suficiente y nos deje una digestión pesada y sedienta. 
Los otros candidatos, que también se ofrecen en sus escaparates, alardean de sus virtudes personales y de las de sus respectivos grupos y partidos. Pedro Sánchez sale a la calle en plan kennediano, y, como Pablo Iglesias y Albert Rivera hablan de lo que van a hacer cuando lleguen a La Moncloa y ahí ofrecen bajadas o subidas de impuestos (según las mareas) y rebajas de IVA, y sueldos básicos, y horarios laborales, y derechos laborales, y beneficios laborales (casi todo lo que se había conseguido en la calle y que parecía eterno hasta que sucesivos gobierno acabaron por dejar al obrero y sus derechos a la altura de la Inglaterra de Carlos Dickens) Todas las promesas se suelen hacer en pantalla o en titulares de periódicos y tertulias televisivas; y, además, en el terreno pantanoso de los medios personales de información digital, donde una coma, una letra, puede crear un “trending topic” que nos escaralle la intención. El dedo de escribir en el móvil es más rápido que la mente, y por ese dedo pueden colarse cosas indeseables todos los días. 
Los candidatos también juegan con la pinta, también conocida como “la imagen” y los jóvenes bacalaos saben que llevan ventaja con su aspecto de galán de serie española de televisión. Ahí Rajoy está en desventaja, su aspecto decadente de tapa-calva-en-cocorota-y-tiñe-el-pelo no le da ventaja. Pero él lo sabe y juega a otra receta culinaria (posiblemente será un bacalao con natas, escondido bajo las patatas y la cebolla). Todos están en oferta, haciéndonos creer que los necesitamos. Y es cierto, tendremos que votarlos, porque el vacío crea pánico, y la oferta tiene el atractivo de poder experimentar con cosas nuevas (que en realidad son viejas fórmulas que se nos olvidan con el tiempo). Los medios de comunicación les ayudan, sólo tienen ojos para ellos y el resto de lo que suceda en el país no importa; nunca se había visto una información tan “mediatizada” (eufemismo redundante para la información entregada al descaro partidario). Hay una oferta de futuro mientras los bancos ganan millones a espuertas, que nunca devolverán lo que les dimos para levantar cabeza. Todo ante la pasividad, que es el gran mal de nuestra sociedad, concretado en esa frase derrotista: “Es lo que hay”. Y no. Es lo que dejamos que haya por estar contemplando, pasivos, como los señores de la finca hacen y deshacen; la finca es nuestra, los señores sólo están de paso y hay que hacer lo posible para que lo que haya sea diferente y para nuestro beneficio. La clave está en acordarnos que se ofrecen bacalaos, pero también se venden fideos.

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