sábado, 16 de mayo de 2015

El Papa y el Presidente


J.A.Xesteira
A veces, la actualidad se pone agradecida y, entre tanta broza (des)informativa aparecen perlas que nos devuelven sonrisas y rompen con la monotonía rutinaria de los mismos diciendo las mismas mismadas. El encuentro entre el Papa de Roma y el Presidente de Cuba fue una de esas noticias que refrescó las primeras páginas (no portadas, a ver si nos enteramos) de los periódicos. El hecho en sí de que un presidente de la contumaz Cuba, socialista y caribeña, una nación que, pese a lo que digan, sigue siendo “de las nuestras” (y aquí incluyo a todos los de cualquier signo político que hayan pasado unas vacaciones en la isla: aquello es “otra cosa”) haya visitado al Papa de Roma ya despertó chispas en las antenas de los expertos politólogos. Sobre todo después de que el presidente Obama rebajara el nivel de crispación de su país con Cuba. Es decir, cosas raras de gentes raras que hacen entender que están cambiando cosas y que hay un deseo de que cambien muchas más. De hecho son tres tipos raros: un presidente gringo negro, un presidente Castro que no es Fidel, y un papa que habla español y dice cosas raras que alteran a la sotanería tradicional. Solo falta que Putin se acerque un día de estos por el Vaticano y se haga la foto con Francisco. Como a estas alturas ya han hablado y editorializado todos los grandes estrategas, podemos seguir hablando nosotros con total impunidad de este encuentro ecuménico.
Las circunstancias son distintas, pero así, de pronto, viene a la memoria un tiempo pasado en el que parecía que el mundo estaba cambiando para mejor. Existía una confluencia de dirigentes mundiales con un pelaje fuera de lo habitual; existía una corriente social y cultural que pedía nuevos cambios para nuevos tiempos. Y en medio de todo esto surgió la Crisis de los Misiles cubana. La URSS, que era como la Rusia de ahora pero sin millonarios mafiosos, instaló una base de misiles en Cuba; los EEUU, que eran como ahora, pero con presidente católico en lugar de presidente mulato, amenazó con un bloqueo y la guerra nuclear; Cuba, que era como ahora, temía la anunciada invasión de los marines americanos. En medio de todo este follón, sobre el que se han escrito y hecho películas de escasa credibilidad, el papa de entonces tomó cartas en el asunto y, de manera publica y privada, pidió un poco de sentido común. Eso es ya historia. Era el año 1962, los Beatles aparecen para deslumbrar a una década, en la URSS gobernaba Nikita Kruschev, en EEUU, John F. Kennedy, en Cuba, Fidel, y en el Vaticano, Juan XXIII (que inmediatamente sacó la encíclica “Pacem in Terris”). Otros tiempos y otros personajes. Cualquiera puede comparar y sacar sus propias conclusiones.
Se pretende ahora, y los editorialistas lo escriben, que este encuentro antillano-vaticano coloca a la Iglesia como aval del cambio que se espera en Cuba. Y Raúl Castro, con su frase de ir a misa “si el papa sigue así” pone la guinda al encuentro diplomático. No hay como los viejos zorros de la política para pronunciar frases de verdad, los nuevos políticos perdieron la capacidad de pronunciar frases por andar todo el día con el puñetero telefonito mandando mensajes. 
La noticia fue leída en clave política, pero se olvidan de un par de cosas. La primera es que los dos mandatarios tienen una lengua común en la que se entienden muy bien, y eso, sin intérpretes por medio, gana. Y no solo se entienden bien, sino que los que están hablando, al margen de sus uniformes, son dos suramericanos, un italo-argentino y un gallego-cubano. Y eso es otra historia; mezclen en el cóctel las cualidades de las cuatro genéticas (lo mejor de cada casa) y la mezcla es explosiva. El argentino no deja títere con cabeza en su estado vaticano, pequeño pero ecuménico. Al menos de palabra; sabe utilizar las frases para sorprender a contrapié al poco respetable público de la política mundial y de la curia eclesial. El cubano sabe que La Habana bien vale una misa, y, como si fuera un paisano de Láncara-Lugo, se ofrece al santo que conviene en ese momento. Recordemos que ambos se encuentran en una situación complicada; uno, el papa porteño, intentando poner sentidiño entre los suyos; otro, el presidente habanero, intentando llevar a los suyos hacia un socialismo abierto al capital. El papa, que dice que nunca fue de derechas, va a visitar Cuba, pero no como lo hiciera en su momento el papa polaco, que no se enteraba de nada y llegó a echarles una bronca. Éste sabe que allá en La Habana a la Virgen María le llaman Yemanyá, que es otra cosa. Y sabe que, pese a todo, la relación del castrismo con la Iglesia es correcta (pese a la expulsión de los curas después de la Revolución)
Pero hay otro detalle que se les escapa: el papa es jesuita, y los Castro estudiaron en los jesuítas, con todo lo que eso conlleva. Cuando Manuel Fraga viajó a Cuba a despecho del presidente Aznar, en la recepción del palació presidencial (a la que tuve la suerte de asistir como periodista) en medio de la euforia general (alvariño incluido), el Comandante en Jefe nos cantó el himno de los jesuitas, con toda la letra y buena voz. Y eso, queridos amiguitos, dice mucho. Un papa jesuita y un antiguo alumno. Combinación perfecta. Los politólogos podrán sacar todas las conclusiones y prever desbloqueos y estrategias, pero en el fondo la cosa es más simple: dos jesuitas, con genéticas de italianos, argentinos, gallegos y cubanos, que se encuentran en Roma para echarse unos piropos. No hay mucho más. Llegará el cambio, porque todo cambia; llegarán los turistas gringos; llegará el papa a La Habana; y es posible que los viejos de Miami se conviertan al budismo. Pero esta no es la crisis de los misiles ni estamos en la década prodigiosa. El encuentro vaticano fue una noticia alegre y merecedora de sonrisas; el resto de las noticias son una aburrida y penosa campaña electoral.

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